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María Távora: «Carmen murió por celos y eso hoy sigue ocurriendo»

María Távora / Actriz y bailaora. Encarna en el Teatro Compac Disc a la cigarrera de Triana, alejada del mito literario romántico
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Decir La Cuadra en Andalucía es decir Salvador Távora, el máximo representante del teatro renovador e independiente andaluz a comienzos de los 70. Desde su particular manera de entender el teatro, Távora creó «Carmen, ópera andaluza de cornetas y tambores», que narra la historia de una gitana cigarrera y trianera, cuya vida y muerte en el primer cuarto del siglo XIX generó una leyenda popularizada por Mérimée y Bizet. Estrenada en 1996 en el Festival de Peralada y en la Bienal de Arte Flamenco de Sevilla, lleva más de 1.000 representaciones, ha visitado 24 países, 32 festivales internacionales y ha sido vista por más de un millón de espectadores. Ahora se representa en el Teatro Compac Gran Vía con María Távora, su nieta, como bailaora principal, acompañada por la Banda de Cornetas y Tambores de la Esperanza de Triana y un caballo de alta escuela. María Távora encarna a esta Carmen andaluza y racial desde el baile flamenco que lleva dentro.
–¿Qué representa Carmen como mujer?
–La libertad, la autonomía, la pasión, la fuerza...y la dignidad de las mujeres trabajadoras. Es todo un símbolo.
–¿Fue una adelantada a su tiempo?
–Por supuesto. Luchó porque se viera y se tratara a la mujer como persona y como un ser libre en contra de convencionalismos sociales. Como trabajadora formó parte de las cigarreras de Sevilla, que como colectivo industrial fue uno de los primeros que se sublevaron y lucharon por los derechos de las mujeres.
–¿Libertina o independiente?
–En aquella época se veía como libertina. Una mujer que vivía en pareja sin estar casada, que cambió de amor, que no se ataba a un hombre... no estaba bien visto, escandalizaba. Con el tiempo, la visión es otra. Ahora la percepción es la de una mujer libre e independiente, una luchadora que pasaría desapercibida como una más. El mérito está no sólo en lo que hizo, sino en hacerlo hace casi doscientos años.
–¿Nos seguimos escandalizando con cosas así?
–Pues creo que sí, que en fondo no hemos cambiado tanto como parece. Todavía hay una parte de la sociedad que sigue escandalizándose. Este tipo de cosas venden mucho en la prensa del corazón y si es así es que sigue llamando la atención. En algunas cosas seguimos igual.
–Amor y celos: lo humano no cambia.
–Las pasiones humanas son siempre igual. Si no fuéramos tan destructivos no estaríamos como estamos. Somos unos inconscientes. Carmen murió por celos de amor. Eso, por desgracia, sigue ocurriendo ahora.
–¿Qué versión de Carmen ha creado su abuelo, Salvador Távora?
–Ha tratado de despojarla de los aspectos folclóricos y pintorescos de Mérimée. Acercarse a lo real y alejarse del mito literario del romanticismo. Carmen es un mito por la persona que fue, pero él ha buscado en las raíces y ha montado una ópera andaluza de cornetas y tambores, de cantes y bailes flamencos, pero alejada de los tópicos que han tenido que soportar los andaluces –y los españoles– y que tanto daño nos han hecho. Yo llevo particularmente mal algunos de ellos, como el de la vaguería de los andaluces, porque no es verdad.
–Se inspiró en la transmisión oral, no en la obra de Mérimée.
–Su bisabuela –mi tatarabuela, también se llamaba Carmen y fue cigarrera en Sevilla compañera de ella en la fábrica. Para hacer el montaje se sirvió de documentos históricos y de lo que le contaba la bisabuela cuando era pequeño. Una Carmen más real, más cercana al pueblo, más sencilla, más humana, más pegada a la tierra, con más raíces y menos tópicos.
–¿Es un teatro que valora más lo dramático y visual que el texto?
–Sí, entra más por los sentidos que por la palabra. En este espectáculo hay poco texto. Es un lenguaje visual lleno de signos del flamenco donde lo musical, lo plástico, lo auditivo... prima por encima de lo demás. Busca las sensaciones, transmitir sentimientos, emocionar.
–De ahí el caballo y la banda de cornetas y tambores.
–Claro, no todo es cante y baile. La cornetas y tambores son muy representativos de Andalucía, una música muy llamativa. Y el caballo es un personaje más, un actor como nosotros. Él sabe cuándo le toca salir y se pone nervioso. En el momento que oye la música que va delante de su número se pone tenso, ya lo oyes moverse inquieto detrás del escenario. Es algo inusual y a la vez maravilloso.
–¿No es un riesgo un espectáculo así en los tiempos que corren?
–Lo es porque somos más de treinta viajando por todo el mundo, pero llevamos haciéndolo casi veinte años, así que....
–¿Hay que entender de flamenco para verlo?
–En absoluto. El flamenco es una música universal y no necesita entenderse para transmitir emociones en cualquier parte del mundo. Es un arte muy visceral, es pasión, sentimiento, magia, y eso se transmite, se siente, no hay que saberlo.
–¿Pesa el apellido al hacer esta obra?
–En la vida profesional y pesa. A veces es más un inconveniente que un beneficio porque la responsabilidad es doble. Para mí es un reto porque, aparte de lo que me supone profesionalmente, debo de satisfacer a mi abuelo, que me deja un legado que hay que cuidar. Es una confianza que se deposita en mí y hay que responder. Él es muy exigente y, conmigo más porque tiene esa confianza para hacerlo
–¿Qué supone para una bailaora y actriz un papel así en su carrera?
–Te marca un antes y un después. Aquí, además de bailaora hay que ser actriz,y eso es un reto para mí porque supone hacer teatro total, no sólo bailar y, además, con un grado de exigencia muy alto.
–Comparte escenario y docencia, ¿qué prefiere?
–Enseñar es una actividad que me encanta porque me gustan los niños. Me lo paso bien impartiendo clases, pero lo mío de verdad es el escenario. Es lo que más me gusta. Su variedad, la música, el baile, el teatro..., y más si hay un contenido, algo que decir, un mensaje que reivindicar o aportar a la sociedad. A mí el escenario me da independencia y libertad.

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