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Entrevista

Mario Casas: "Peté emocionalmente montando la película"

«Mi soledad tiene alas» es su ópera prima, un «revival» del cine quinqui protagonizado por su hermano, Óscar Casas

Todavía estaba fresco el bronce de su consagración como intérprete, el del Premio Goya que recibió en 2021 por «No matarás», cuando Mario Casas (A Coruña, 1986) ya estaba pensando en ponerse a dirigir. «Había escrito algún corto que había intentado sacar adelante, pero sin éxito. Se iban quedando en el camino. En la pandemia, cuando el tiempo se paró, dije: "¿Qué he querido hacer siempre?" Y eso era dirigir y, claro, escribir. Mandé un audio a mi hermano Christian, a mi coach de interpretación y a Déborah (François, co-guionista). Les dije que tenía una idea sobre una película alrededor de Óscar que hablara del barrio, de un grupo de chavales que, como detonante, se veían obligados a viajar a Madrid. Ese era un poco el punto de partida de la película», explica Casas en su encuentro con LA RAZÓN, forrado en una camisa negra con alas bordadas, las alas, claro, del título de su debut en la silla de director.

En «Mi soledad tiene alas», que llega este viernes a los cines apurando el descuento de agosto para apelar a la chavalería, Casas nos cuenta la historia de tres jóvenes del extrarradio de Barcelona, acostumbrados al crimen sin sangre y al menudeo para vivir. Todo ello cambia cuando el padre de Dan (Óscar Casas) sale de la cárcel y vuelve a las dinámicas del abuso y la violencia de las que el joven había salido gracias al arte, aquí grafiti cargado de terapia. «Estoy muy orgulloso porque hemos trabajado mucho, y hay mucho esfuerzo y mucho amor en esta película. Pero sigues dudando y eso no desaparece. Yo puedo ser objetivo en la interpretación y estoy muy orgulloso del trabajo de los chavales, que han llegado a un lugar muy bonito. Ahí era donde yo tenía una fijación y entiendo que como género, como historia sencilla, habrá a quien le interese y habrá a quien no. Para gustos los colores», apunta el director.

Óscar Casas y Candela González en "Mi soledad tiene alas"
Óscar Casas y Candela González en "Mi soledad tiene alas"WARNER BROS.

[[H2:Hijos de lo «neo-quinqui»]]

«Durante el proceso, ha habido momentos en los que me han tenido que recoger emocionalmente. No tanto en la preproducción ni en los ensayos o el rodaje, si no después. Porque antes estás siempre acompañado, y de repente te vas solo. En mi caso, fue con Vero Callón, que me ha sostenido mucho en el montaje. Tienes que escribir de nuevo la película. O la mejoras o la empeoras. Yo llegaba a casa mal. Estaba rodando “Escape”, con Rodrigo Cortés, estaba promocionando “Birdbox: Barcelona” y tenía que cerrar la película. Emocionalmente, peté», confiesa sincero el ahora también realizador, que no deja de agradecer durante toda la entrevista la entrega de su hermano y la naturalidad de Farid Bechara y, sobre todo, Candela González, debutante en «Mi soledad tiene alas» y, sin duda, una de las revelaciones del año en el cine español.

Y sigue, sobre ese interesante viaje desde delante hacia detrás de las cámaras: «Todo viene de mi escuela cinematográfica, de lo que he visto en los sets de rodaje y de los directores con los que he trabajado. Hay algún guiño de películas anteriores, claro. Pero técnicamente, al escribir la película, los referentes están en mi vida, en el cine que a mí me ha gustado y más me ha tocado. ¿Quién me viene a la cabeza? Paco Cabezas, Antonio Banderas, Oriol Paulo… y los que me dejo. Son directores que, cuando entran en el set, no lo notas como una presencia opresora, con todos callados. No, son gente que escucha, que está haciendo arte. Por mucho que tú tengas una idea, te puedes equivocar, y tienes que escuchar a los que te están acompañando en el viaje».

-¿Sin Oscar como protagonista, habría película?

-La posibilidad de no verlo no existe. Sabía perfectamente de lo que era capaz. Conozco mucho a estos personajes, porque los he tocado a lo largo de mi carrera, lo he escrito. Sabía qué le iba a pedir a Oscar. Le pedí que adelgazara mucho, lo rapé, físicamente le exigí mucho porque de ahí partía la construcción de su personaje. Eso era lo primero que tenía que ver el espectador y nos iba a ayudar mucho. Sabía que iba a estar en un lugar muy bonito. Para mí, y para Oscar, el reto era sumergirlo en el mundo de la película, en ese barrio costumbrista, realista… cine de verdad. Ese era el reto. Todos conocemos a Oscar, cómo es, su imagen. Había que hacer más. Y cuando comenzaron los ensayos me lo terminé de creer y vi que había película. A ese respecto, no hubo dudas nunca. ¿Si Oscar no la hubiera podido hacer por otras circunstancias? No hubiese hecho la película.

-¿Te consideras un director horizontal? En el sentido de escuchar lo que te dicen tus actores, o lo que te dice dirección de foto…

-Para mí, el trabajo antes de la preproducción era eso. Buscar localizaciones, con un equipo, y escuchar a profesionales que trabajan de esto. Era la primera vez que iba a buscar una localización, por lo que tienes que escuchar. En seguida aprendes, porque ya he rodado muchas veces y sé lo que está pasando. Pero he sido muy pesado con las localizaciones, por ejemplo. No quería un plató. Quería todo localizaciones naturales y he pedido muchísimas cosas. Tenía claro en mi cabeza cómo iba a ser cada escena. Antes de la primera toma necesito desahogarme. Quitarme los nervios, porque vengo cagao. No me podía hacer el súper director, porque todos ellos tienen que contar la historia, tienen que querer contar tu historia. Y les pedí perdón por las cagadas que iba a pegar. Que lo que fuera que ocurriera, me lo dijeran. Después, yo ya vería qué hacía con ello, pero que me lo dijeran. Al final, todos teníamos que remar hacia el mismo lugar. Todo fue muy familiar, todo fue en la dirección de “vamos a ayudar a Mario”. Me han ayudado muchísimo.

Concebida como una especie de «revival» o recuperación de lo «neo-quinqui» (no en vano, Casas ya había danzado con el género como actor en «Toro» o «Carne de neón»), «Mi soledad tiene alas» es un debut sólido y efectista, que se ciñe sin complejos a su guion y que, cuando intenta alguna pequeña floritura, sale airoso en favor de una especie de melancolía «teen» que recorre todo el filme. «Hay algo de sueño, de no terminar de creerme que he hecho una película y que se va a estrenar. Como director y con mi hermano. Dentro de un año, cuando la vuelva a ver, la veré de otra manera. Sigo sin creérmelo», remata Casas, que todavía se ve lejos de completar la transición pero que ya presenta briosos mimbres.