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Muere Diego Galán, ex director del Festival de San Sebastián

El también crítico y realizador, de 72 años, estuvo al frente del emblemático encuentro de cine en dos ocasiones, de 1986 a 1989 y de 1995 a 2000
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El también crítico y realizador, de 72 años, estuvo al frente del emblemático encuentro de cine en dos ocasiones, de 1986 a 1989 y de 1995 a 2000 y recibió el pasado mes de Octubre la Medalla de Oro de Oro de la Academia de Cine
Diego Galán nació en Tánger en 1946 y desde su juventud se vinculó con el mundo del cine, bien a través de la publicación “Nuestro cine”, a la que se incorporó en 1967 o al mundo de la dirección de cortos, que acabó por abandonar al poco tiempo. No era eso lo suyo: “Al cuarto corto decidí que aquello no era para mí...”, por lo que decide que "ser crítico podía ser un trabajo interesante, divertido y suficiente". Y en ello se embarcó quien fue uno de los críticos más interesantes en materia cinematográfica. Ayer se anunciaba en el Twitter del Festival de Cine de San Sebastián, que dirigió en dos etapas, de 1986 a 1989 y de 1995 a 2000, su fallecimiento. "Hasta siempre Diego. Convertiste el Festival de San Sebastián en un festival de todos y nunca te olvidaremos. Encuentra tu película allí donde estés...". Un certamen que marcó su carrera, qué duda cabe, y al que dedicó un libro al cumplirse los 50 años de vida. En él, Bette Davis se asomaba a la portada de “50 años de rodaje”, un volumen cargado de imágenes que en 400 páginas mostraba, no la historia oficial del festival, sino la que había vivido Diego Galán en los años en los que lo dirigió.
El volumen se editaba con la bendita excusa de celebrar las bodas de oro del encuentro. Sin duda, ella, la inmortal “Eva al desnudo”, fue una de las actrices que marcaron el devenir del certamen aquel año. Su sola presencia ya dio para dar por bien aprovechada la edición de 1989. La organización quería ese año rendir homenaje a James Whale y para ello llevar a la capital vasca a los intérpretes supervivientes de sus películas, pocos ya en aquella altura. Curiosamente la Davis tenía un pequeño papel en la bellísima “El puente de Waterloo” (1932). La carambola era perfecta para que San Sebastián se rindiera del primero al último al genio indomable de la actriz. Cuando se lo comunicaron a ella aceptó y ya todo se organizó alrededor de su presencia. Nunca dejó de fumar sus pitillos, a pesar de padecer un cáncer de pulmón que la llevó a la tumba tres días después de haber pasado por San Sebastián, en su residencia de París. Cosas del destino y de la salud. El encuentro con los medios, su aparición estelar en las escaleras de entrada al certamen, sus miradas, su humor siempre vivo, tan corrosivo a veces no lo olvidaría jamás Galán. “Esta no es la historia del festival. Es una y ha habido muchas”, decía. Era la suya, la que vivió en primera persona y que en forma de voluminoso libro con 1.000 imágenes servía al tiempo para repasar la de España, en plena Transición.
No fue el único volumen que saliuó de su mano, pues es autor también de “18 españoles de posguerra' -en colaboración con Fernando Lara-; “Venturas y desventuras de la prima Angélica”; “Berlanga o el cine muerto de hambre”; “Fernando Fernán-Gómez, apasionadas andanzas de un señor muy pelirrojo”; “Emiliano Piedra, un productor”; “Jaime de Armiñan”; “15 cartas a Fernando Rey”; “La buena memoria de Fernando Fernán-Gómez”, y “Pilar Miró: nadie me enseñó a vivir”. Rodó un puñado de documentales centrados en la historia del cine español y dirigió, entre otros, trabajos sobre el montador Pablo G. del Amo (“Pablo G. del Amo, un montador de ilusiones”), el Festival de San Sebastián (“Una historia de Zinemaldia”) y ha abordado cómo el cine español ha representado a lo largo de su historia a la mujer (“Con la pata quebrada”) y al hombre (“Manda huevos”). “Acostumbro a desayunar café con leche y hoy me siento más viejo que ayer”. Así comenzaba su encuentro con el público cuando recibió la Medalla de Oro de la Academia por “su admirable trayectoria y su apoyo constante al cine español. “Sobre todo ha sido una sorpresa, porque cuando era adolescente vivía en Tánger y había unos cines justo al lado de mi casa que ponían todos los días tres películas españolas. Las veía varias veces. Me las aprendí prácticamente de memoria. Me hice especialista en Paquita Rico y, cuando vine a España, se me quedó esa afición por el cine español, de modo que ahora, que al cabo de los años, que la Academia me dé un premio es de una emoción curiosa, significa acariciar esa adolescencia mía”, confesó entonces.Sobre su etapa al frente del festival recordaba que “te metías en las triquiñuelas del cine, viajabas, ibas a pases privados y veías mucho más cine... eso sí era gratificante. Recuerdo con mucho cariño la primera etapa porque lo querían cerrar y conseguimos que, sobre todo el público de San Sebastián que daba la espalda al certamen, volviera a interesarse. En un año lo levantamos”. Recuerda la dirección del certamen como una labor “apasionante. Creamos el premio Donostia, habilitamos el Velódromo... Ir levantándolo fue toda una aventura. Después se volvió rutinario y me fui. Volví tres años después, porque habían hecho muchos disparates, y volvió a levantarse y a estabilizarse, ya para siempre”.