Literatura

Cataluña

Muere Martín de Riquer, el último gran sabio

La principal autoridad mundial en «El Quijote»

El estudio del hidalgo cervantino va unido a la vida de Martín de Riquer
El estudio del hidalgo cervantino va unido a la vida de Martín de Riquerlarazon

Fallece a los 99 años el catedrático y académico, una de las figuras más importantes en la divulgación de los clásicos de la literatura medieval

Todos los elogios y aplausos son pocos a la hora de valorar el extenso y valiosísimo legado literario que nos deja Martín de Riquer. A punto de cumplir los cien años, ayer falleció en Barcelona el filólogo y académico, considerado como la principal autoridad mundial en Cervantes y «Don Quijote de la Mancha». Su amor por la literatura le llevó a trabajar como nadie algunos de los textos fundamentales de las letras de todos los tiempos, desde «La Chanson de Roland» a los trovadores pasando por «Tirant lo Blanc». Nieto del artista modernista Alexandre de Riquer, era también conde de Casa Dávalos y Grande de España. Doctor en Filología Románica, miembro de número de la Real Academia Española (desde 1965), catedrático emérito de Literaturas Románicas en la Universidad de Barcelona y presidente de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona, con Riquer se pierde a uno de los grandes sabios de nuestro país, alguien capaz de trazar puentes entre Cataluña y España por el bien de la cultura.

Le gustaba proclamar con satisfacción que había nacido en «avant-guerre», en 1914. Su vida fue la de la aventura humana y la de los libros. De la primera, tal vez el episodio más comentado por las secuelas que le dejó sea el de la pérdida de un brazo al ser tiroteado el camión en el que viajaba. A ello se le suma el haber sido un protagonista activo de la vida cultural barcelonesa, en ocasiones controvertido. En 1939 entró con las tropas franquistas en Barcelona. Se había mostrado crítico con los desmanes de los republicanos, especialmente con la persecución religiosa, por lo que en 1937 no había dudado en pasarse al bando de los rebeldes. Eso le hizo participar con el Tercio de Nuestra Señora de Montserrat en la batalla del Ebro.

Acabada la contienda, empieza el fenómeno Riquer a tomar cuerpo. En la Universidad de Barcelona construyó buena parte de su carrera académica. Fue catedrático de historia de las literaturas románicas en esa universidad (1950-70 y 1974-84) y también de la Autónoma de Barcelona (UAB) (1970-1974) de la que fue uno de sus principales promotores. Desde 1964, ocupaba el sillón H en la Real Academia de la Lengua Española, además de haber sido el presidente de la Academia de Buenas Letras de Barcelona desde 1963 hasta 1996.

Su extensísima bibliografía es un buen reflejo de lo que fueron sus ansias por saber, como lo avalan las traducciones y ediciones críticas de la literatura románica medieval, especialmente castellana, catalana y provenzal. A él se le deben los estudios más rigurosos sobre Jordi de Sant Jordi, Cerverí de Girona, Guillem de Berguedà, Ausiàs March, «El Quijote» y «Tirant lo Blanc».

Su propia historia familiar también se convirtió en el eje de unos de sus ensayos más celebrados, «Quinze generacions d'una família catalana» cuya versión revisada de 1998 le valió el premio Lletra d'Or. Una década más tarde fue él mismo el protagonista de una biografía, «Martí de Riquer. Viure la literatura», a cargo de Cristina Gatell y Sílvia Soler, libro que veía con excepticismo porque, como él decía, «a nadie le interesará mi vida».

Divulgador como pocos de los clásicos, tampoco se puede olvidar su monumental «Historia de la Literatura Universal», diez tomos de erudición realizados en colaboración con su amigo José María Valverde. No fue la única obra que hizo en equipo. Su último gran trabajo editado, «Reportajes de la Historia», lo firmó con su hijo, el historiador Borja de Riquer.

Jurado del Premio Planeta en varias ediciones, además de miembro activo de la revista «Destino», junto a Josep Vergés, Josep Pla, Jaume Vicens Vives o Ignacio Agustí, Riquer recibió en su larga vida algunas de las más importantes distinciones, como los premios Michel de Montaigne, Menéndez Pelayo, Nacional de Ensayo, Príncipe de Asturias y el Premio Nacional de las Letras Españolas.

Su gran pasión, junto con su inseparable pipa, fue «El Quijote» y siempre animó a todo tipo de lectores a que se acercaran al clásico porque quería divulgar el amor por la literatura. Por ello recomendaba abrir una página al azar de las cervantinas aventuras de Alonso Quijano porque «siempre da resultado».