El cine de terror pierde su máscara
Un cáncer cerebral terminó con Wes Craven, padre de Freddy Krueger y la mítica máscara burlona. Se va el hombre que encumbró al género gore.
Ha muerto el maestro del cine gore; el mayor creador de escenas terroríficas sanguinolentas de splatter; el creador del demoníaco Freddy Krueger: Wes Graven. Él fue el renovador en los años noventa de las películas truculentas con psicópatas enmascarados o con el rostro deformado por el fuego, quien revitalizó el decaído cine de horror espeluznante con brutales secuencias en las que el asesino en serie persigue a la «chica final», la única que sabe quién es el asesino, para asentarle tal número de cuchilladas que desborde de sangre la pantalla, en una orgía criminal encuadrada dentro del subgénero slasher.
Wes Craven no fue el inventor de estos géneros ya populares desde los años sesenta, pero sí hizo mucho por ellos. Fue uno de sus más firmes renovadores, el que le dio una vuelta más a la violencia sanguinolenta con su inicial y prodigiosa «La última casa a la izquierda» (1972), donde los coqueteos con la marihuana le iban a salir bastante caros a sus protagonistas. El pionero fue Alfred Hitchcock con «Psicosis» (1960) y la famosa escena gore del acuchillamiento a Janet Leigh en la bañera. Le siguieron dos míticas películas que cimentaron el cine splatter: «La noche de los muertos vivientes» (1968), y «Blood Feast» (1963), ambas de George A. Romero. Pero fueron terroríficas producciones del giallo italiano como «Holocausto caníbal» (1980) las que impusieron el estilo del terror gore con escenas inauditas de violencia sexual.
Más allá de la muerte
Desde un punto de vista estilístico, Wes Craven no fue el director que más lejos llegó en la teatralización granguiñolesca de la muerte violenta y su representación en la pantalla con violaciones, cuchilladas y mutilaciones de una violenta explicitud, sino quien dotó de consistencia dramática a este tipo de historias de terror con argumentos repletos de amenazas de violencia sugerida, que causaban tanto espanto o más que la recurrencia a la sierra mecánica y el destripe de predecesoras del cine gore caspa como «2.000 maniacos» (1964) o «La matanza de Texas» (1974). Él le añadió, sobre todo, sentido del humor, como anunciaba su clásico «Las colinas tienen ojos» (1977).
El gran logro de Wes Craven fue la creación de un personaje como el del abrasado y terrorífico Freddy Krueger, posmoderna representación del hombre del saco de las canciones y cuentos infantiles, que tuvo su presentación en «Pesadilla en Elm Street» (1984). La idea de este asesino de jóvenes que se cuela en sus sueños es tan original que nada debe a su insigne precedente Jason Voorhees, el psicópata de «Viernes 13»(1980), un asesino en serie caracterizado por usar una máscara de hockey y un afilado machete.
Freddy Krueger es un villano repulsivo físicamente, con su piel achicharrada, el sombrero gastado, el jersey a gruesas listas rojas y verdes y ese amenazador guante con cuchillas, salido del cuento alemán en el que se basó «Eduardo manostijeras» (1990). A pesar de que las semejanzas sean más una referencia iconográfica de aquel niño con los dedos afilados como navajas que instrumental, pero tiene una particularidad que lo diferencia de los demás malvados vengadores: su macabro sentido del humor.
Poco importa que fuera quemado vivo por los padres de los niños asesinados en la sala de calderas de la casa donde habita como fantasma. Lo esencial es que los demonios del sueño le dieran el poder de aparecer en las pesadillas ajenas y matarlos mientras duermen, lo que equivale a su muerte real. Variación sobre «El hombre de arena» de E.T.A. Hoffmann.
Robert Englund, el actor que encarna a Freddy, le vino a ver Dios al escogerlo para interpretar a este asesino en serie, tan exitoso popularmente que ha pervivido durante seis secuelas y ha protagonizado un cara a cara con Jason Voorhees en «Freddy contra Jason» (2003), una lucha de cuchillas mortales tan mítica como el enfrentamiento de «Alien vs. Predator» (2004).
Icono pop
Es lo que ocurre cuando un personaje se convierte en un icono pop, y no sólo del cine de terror. El fantasma cultural trasciende el relato en el que se inicia el fenómeno popular para transformarse en un referente sociológico con vida propia. Lo cierto es que tanto el disfraz de Freddy como el del asesino de la túnica y la máscara de la muerte burlona son actualmente dos de los más demandados disfraces llegado el carnaval.
Eso mismo ocurrió con el descomunal éxito de Wes Craven en los años 90 de la saga sobre el asesino enmascarado de «Scream. Vigila quien llama» (1996), que tuvo casi tantas secuelas como parodias. Un fenómeno sólo asimilable con el éxito de «Aeropuerto» y sus múltiples franquicias de Jim Abrahams y David Zucker en «Aterriza como puedas» (1980), seguida de «Atrápalo como puedas» (1988).
El éxito de «Scream» fue tan notable como su fantasmal asesino en serie, ataviado con una túnica negra y esa inquietante máscara cadavérica distorsionada como un reloj blando de Dalí. Su rasgo de estilo, hacer de la amenaza telefónica un clásico del terror. Este torpe y sarcástico asesino de jóvenes y universitarias macizas dio pie a una saga de divertidas e iconoclastas «spoof movies» titulada «Scary Movie» (2000). Cinco secuelas de «Scary Movie» por cuatro del original «Scream».
El director que aterrorizó a la juventud de los años 80 y 90 con sus películas de horror gore, repletas de jovencitos relamidos, con la estética de un anuncio de refrescos, murió en Los Ángeles de un cáncer cerebral a los 76 años de edad. Sus famosas pesadillas en las que un asesino con un guante de cuchillas y un psicópata enloquecido tocado con una máscara de calavera fueron la diversión terrorífica favorita de la generación del vídeo club de los años 80. Ellos convirtieron el alquiler de películas en vídeo los fines de semana en un fenómeno que hizo popular las veladas con este tipo de cine de terror extremo entre los jóvenes que buscaban sensaciones fuertes, aburridos de las típicas pelis de psicópatas serias y realistas.
Vuelta al género
El cine gore y su vertiente slasher, con asesinos de jóvenes brutalmente descuartizados, de forma un tanto arbitraria, puso de moda a Wes Craven, uno de los mejores directores de cine posmoderno de terror, en el que predominan las explosiones violentas de sangre y cuchilladas salvajes. Durante dos décadas, le dio la vuelta al género gore y splatter, con títulos que podrían encuadrarse en otro título mítico, «Sé lo que hicisteis el último verano» (1997), saga longeva de Jim Gillespie que comparte con «Scream» el honor del resurgir del slasher en los años 90 y poner de moda los asesinos en serie, ya fuera «Chucky, el muñeco diabólico» (1988) como el mítico Hannibal Lecter, protagonista de «El silencio de los corderos» (1991), de Jonathan Demme. Sin Wes Craven, ninguno de ellos tendría su impronta mítica.