Entre el dolor y la pasión: los últimos días de Freddie Mercury
El artista y líder de Queen falleció un día como hoy de 1991 a los 45 años, por una bronconeumonía complicada por el Sida
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Se cumplen hoy 30 años desde que se apagó una voz única en la historia de la música. Farrokh Bulsara, mundialmente conocido como Freddie Mercury, fallecía en Londres a los 45 años, dejando huérfano no solo a su icónica banda Queen, sino también a los miles de seguidores que abrazaron su música y la alzaron hacia lo más alto, reconocimiento que se sigue manteniendo. Falleció por una bronconeumonía complicada por el Sida, enfermedad que intentó mantener en secreto, pero que finalmente tuvo que confesar ante los rumores y presiones de la Prensa: “Siguiendo la enorme conjetura de la prensa de las últimas dos semanas, es mi deseo confirmar que padezco Sida. Sentí que era correcto mantener esta información en privado hasta el día de la fecha, para proteger la privacidad de los que me rodean. Sin embargo, ha llegado la hora de que mis amigos y seguidores conozcan la verdad y espero que todos se unan a mí y a mis médicos para combatir esta terrible enfermedad. Mi privacidad ha sido siempre muy importante para mí y soy famoso por no dar prácticamente entrevistas. Y así continuará”, publicó Mercury un 23 de noviembre de 1991, inconsciente de que al siguiente día diría adiós para siempre.
Mercury murió en Garden Lodge, una casa que adquirió en 1980 y donde actualmente reside su ex pareja y amiga íntima Mary Austin. Y no estuvo solo, pues le acompañó tanto Austin como su entonces pareja Jim Hutton, su asistente personal, Peter Freestone, y unos seis gatos. Este último, decidió revelar cómo fueron sus últimos días hace tres años, a través de la publicación de “Freddie Mercury, la biografía definitiva”. En este libro, Freestone relata que “pese a sus escasas fuerzas, Freddie seguía adelante con más empeño que nunca, y utilizaba el vodka como combustible para las largas y arduas sesiones de estudio”. Tal era su pasión musical y su empeño por seguir trabajando, que Mercury no cesó en sus creaciones, aunque la enfermedad le estuviera afectando poco a poco y cada vez más. Algo que se refleja, por ejemplo, en el vídeo de “I’m going slighty mad”: aparece el cantante con un contundente maquillaje para cubrir las heridas, varias capas de ropa para ocultar la pérdida de peso y una peluca que disimulaba la caída de cabello.
“Fueron unos días muy tristes”, escribe Freestone”, pero Freddie no se deprimía. Se había resignado al hecho de que iba a morir. Lo aceptaba. De todas formas, ¿alguien se imagina a un Freddie Mercury anciano?. A veces actuaba como su guardaespaldas cuando era necesario y, al final, por supuesto, fui uno de sus enfermeros”. Con esto, no fue el único testigo de cómo la luz de Mercury se iba apagando, sino que también su compañero de Queen, Brian May, también recuerda el carisma del artista, pese a su delicado estado de salud. En una entrevista con “The Sunday Times”, explicó que “el problema era en realidad su pie, le quedaba trágicamente muy poco. Una vez nos lo mostró en la cena. Y dijo: ‘Oh, Brian, siente haberte molestado mostrándote eso’. Y yo dije: ‘No estoy molesto, Freddie, excepto por darme cuenta dar que tienes que soportar todo ese terrible dolor”.
Con acuarelas y Delilah
A Mercury le costó tiempo asumir que padecía Sida. “Aquellos días aceptar eso era aceptar una sentencia de muerte, al igual que hoy, pero ahora se puede posponer el final”, explica Freestone en su libro. No obstante, pese a la trágica noticia y los duros años en los que sufrió la enfermedad, ni la energía ni la pasión por la música de Mercury se desvanecieron. El artista mantuvo su carisma hasta su último día, y no dejó de trabajar con Queen hasta que sus fuerzas le superaron. De hecho, bajo el nombre de “Made in Heaven”, el grupo publicó su decimoquinto disco de estudio poco antes del fallecimiento del cantante, incluyendo cancioens como “Heaven for everyone”, “It’s a beautiful day” y “Let me live”.
Los últimos días en Garden Lodge se desarrollaron bajo una atmósfera, según Freestone, “tranquila”. “Mientras estuvo vivo, fue el hogar más cálido y acogedor. Fue decorado hermosamente, estaba lleno de preciosos muebles y, como decía Freddie, no era un museo, sino una casa para vivir y disfrutar”. El artista se pasó sus últimos días, por tanto, junto a sus seres más queridos, escuchando música y pintando. De hecho, su pareja le compró acuarelas y pinceles, con los que Mercury pintó un retrato de Delilah, su gata favorita.
Riendo y en paz
Y fue la risa del cantante la que amenizó la pesadilla hasta su propio final: “Cada vez que veías a Freddie sonriendo o riendo durante una entrevista, usaba su labio superior para cubrir sus dientes, o su mano para tapar la boca. Odiaba su dentadura y siempre intentaba ocultarla”, relata su asesor. No obstante, en sus últimos momentos, Mercury fue más él mismo que nunca: “Llevaba la cabeza hacia atrás y reía fuerte con su boca muy abierta. Esos eran los momentos en que el hombre cálido, divertido y relajado se dejaba ver, sin preocuparse de que viéramos a alguien diferente a Freddie Mercury, la estrella del rock”.
Nunca se está preparado para despedirse de una leyenda, de una figura única y un genio artístico inigualable. Pero, quizá, Mercury si era consciente de que el momento llegaría pronto. “Creo que, al final, lo único que lamentaba es que todavía le quedaba mucha música dentro”, relató Freestone. “Estaba en paz con sí mismo, sabía las consecuencias de sus acciones y tuvo el tiempo para hablar con amigos y familiares y decir adiós. No quería ser recordado como un mero mortal. De hecho, le dijo a su abogado, Jim Beach, ‘puedes hacer lo que quieras con mi legado, pero nunca me hagas parecer aburrido’”, concluye Freestone.