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Radiografía de los festivales en España: ambiciosos y muy competitivos

El periodista David Saavedra analiza en «Festivales de España» el mapa de certámenes musicales que se celebran cada año y ofrecen todo tipo de experiencias
Imagen del público en el Primavera Sound celebrado en el Parc del Fòrum
Alejandro GarcíaEFE

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La oferta cultural en España siempre ha sido tan abundante como experta en supervivencia. Una prueba de ello la hemos apreciado recientemente, cuando las letras y las artes en pocas ocasiones primaban en las listas de preservación durante la pandemia. Son sectores que han sufrido, pero que no por ello se han dado por vencidos. Al contrario, una característica perenne de la cultura de España es su capacidad de coger carrerilla y aspirar a ser referencia a nivel internacional. Y eso es lo que ha ocurrido con los festivales a lo largo de la historia.
Ese fenómeno de escenarios, música sin parar y cabezas de cartel es reciente en nuestro país, pero sus primeros atisbos ya se percibieron a finales del franquismo. El primer festival celebrado en España que se conoce tuvo lugar en los años 70, así como el Woodstock español –en términos de continuidad y de suponer un punto de inflexión– sería el Canet Rock que nació en 1976. No obstante, si bien hubo alguna experiencia festivalera en los 70 –durante los 80 predominaron los macroconciertos–, «los festivales en España tal y como los conocemos ahora no empiezan hasta los 90 debido al atraso cultural provocado por la dictadura. De hecho, en Francia e Inglaterra se llevan celebrando estos formatos desde los 60». Lo explica David Saavedra, periodista especializado en música y quien se ha pateado varios certámenes de nuestro país, experiencia que refleja en su libro «Festivales de España» (Anaya Touring).
Este atraso, como se anticipaba, no sirvió como excusa para que España se pusiera a la cola de los países más festivaleros, sino al contrario, pues asegura Saavedra que «ahora hay más que nunca. Se comprobó que era un modelo de éxito, que atraía público y dinero a las ciudades, y a los patrocinadores también les convenían. Los que se han consolidado, como el Sónar, el FIB y el Primavera Sound, o los que han surgido después, como el Bilbao BBK Live, el Arenal Sound y el Viña Rock, se han ido profesionalizando y cada vez están mejor organizados», explica Saavedra. Y añade que, de hecho, algunos «se han convertido en referencia a nivel mundial, por lo que ahora España está a la cabeza en cuanto a los principales festivales ». Es el caso del Primavera Sound, que actualmente, y quizá junto a Coachella, de EE UU, y Glastonbury, de Gran Bretaña, es uno de los que tienen más prestigio internacional». De hecho, el propio actor Elijah Wood, Frodo para los cinéfilos, se encargó de ratificar este reconocimiento y dejó claro en sus redes sociales que, de preferir un festival, sin duda elegía el Primavera Sound.

Propuestas y cachés

Si hay algo tan antiguo como los festivales es la competitividad entre ellos. En España se celebran más de novecientos al año, con un impacto económico estimado en más de 400 millones. Los hay de géneros musicales específicos, sea de electrónica, como el Sónar, de flamenco, como la Fiesta de la Bulería en Andalucía, de jazz, como el Jazzaldia vasco, o incluso reguetón, como el Reggaeton Beach Festival, que recorre varios escenarios españoles. Así como los hay de mayor nivel en cuanto a cabezas de cartel, y los que se celebran en entornos naturales o urbanos, entre todo tipo de propuestas. Recuerda Saavedra que «la primera gran competencia que se produjo entre ellos por hacerse con un artista fue en el año 1996, cuando se hizo el primer Doctor Music Festival. Hubo una puja entre los principales certámenes para ver quién se llevaba a Beck, y eso ha hecho que desde entonces se disparasen muchísimo los cachés de los artistas internacionales». De hecho, cuando se creó el Summercase en Madrid y Barcelona «se llegó a decir, aunque no se ha podido comprobar porque sus organizadores lo niegan, que este festival había pagado el triple de lo que costaban los cachés de sus cabezas de cartel. Ha habido guerras verdaderamente cruentas». Es el caso, asimismo, de la eterna rivalidad entre el Mad Cool de Madrid y el Bilbao BBK Live, ya que el creador del primero trabajaba en el segundo hasta que se fue y fundó el certamen madrileño. «Y en su segunda edición, el Mad Cool se programó justo la misma semana que el de Bilbao», apunta Saavedra.
Cada organización se busca su propia manera de resaltar: el Vida Festival de Cataluña busca la comodidad, un entorno privilegiado y sin masificaciones, mientras que otros buscan experiencias gastronómicas. En este sentido, destaca el gallego Sinsal San Simón, al que «The Sunday Times» ha catalogado como uno de los ocho mejores de Europa. El atractivo reside en el secreto, pues los asistentes no conocen a los artistas hasta que llega el día. La sorpresa es la experiencia.

El bolsillo del festivalero

Es cierto, no obstante, como se refleja en la selección de 60 festivales que Saavedra realiza en su libro, que la España vaciada también está desierta de ellos. «La costa levantina suele ser una de las zonas con más festivales per cápita, pero en Castilla-La Mancha, además del Viña Rock, de lo que no hay no se puede sacar. Puede ser porque, para atraer a los artistas, debe haber un aeropuerto cerca, hoteles, una serie de infraestructuras que lo posibiliten. Si quieres montar uno en Soria, lo tienes muy difícil», explica.
En definitiva, la vida en España es un festival, un fenómeno que se ha alzado entre los mejores en tiempo récord y que no cesa a la hora de crear expectativas. De hecho, si se dudaba sobre la supervivencia de algunos tras dos años de sequía, estos certámenes han vuelto en 2022 y con más fuerza. «Van a durar más días que nunca, y también se han creado nuevos festivales, como los de la Costa del Sol. Parece que han contraatacado a la pandemia diciendo que ahora vamos a ser mejores que nunca, pero por otro lado no sé si es un fenómeno aislado de este año. No estoy seguro de si podrá resistir la tremenda crisis económica que estamos sufriendo, en dos o tres años será el momento de la verdad», dice Saavedra, quien apostaba «por que surgiera un perfil más ligado al festival gourmet, conectado a la naturaleza, con pocos grupos y poco público. Pero de momento está sucediendo lo contrario». Una oferta musical imparable, que pone a prueba el bolsillo del festivalero y que hará de este año uno inolvidable en el sector.
Una burbuja libre de hostilidades
David Saavedra no ha asistido a los 60 festivales que analiza en el libro, pero sí tiene la experiencia suficiente para asegurar que son una burbuja de libertad, un oasis libre de hostilidades. Escribe en las páginas de «Festivales de España» que «los asistentes acampan, conviven entre iguales y se auto organizan sin que haya grandes conflictos. Jamás he presenciado una sola pelea». Por tanto, un festival es sinónimo de universo paralelo, donde se experimentan placeres no legales sin miradas juzgadoras con el casi único y generalizado objetivo de disfrutar de las posibilidades de la música.