Música

Jorge Drexler: “Nuestra generación ya perdió la calle, los bares y la pista de baile”

El músico presenta “Tinta y tiempo”, su último disco, ganador de siete Grammy Latinos, el día 28 de enero en el WiZink Center de Madrid

El músico Jorge Drexler
El músico Jorge DrexlerAntonio Goiri

Contra todo pronóstico, ganó 7 Grammys Latinos. “Prácticamente parece que le fastidié la fiesta a muchos que iban a ver a otros llevarse los premios”, dice con media voz sin orgullo Jorge Drexler, quien se alzó como protagonista de una fiesta a la que no estaba invitado. En plena hegemonía de la música latina, con nuevos tótems de la geopolítica musical como son Bad Bunny y Rosalía, fue el uruguayo quien se llevó todo el oro a su casa. “Los premios no tienen lógica alguna. Votan seres humanos de acuerdo con razones humanas”, dice el músico que, en verdad, ya colecciona galardones que abarcan gramófonos dorados e incluso un Óscar. “Habiendo ganado premios antes, te quitas la espina de anhelarlos. Las expectativas son malas consejeras. Si las tienes, puede ocurrir que no pase y eso genera frustración. O que sí pase y que te deje un enorme vacío. Tengo la suerte de relativizar los premios, porque sé lo que es cuando un equipo se decepciona. Toda mi vida fui un pésimo vendedor de discos y me da pena no por mí, por mi equipo”, dice con sabiduría. Las razones las encontrarán en “Tinta y tiempo”, un excelente trabajo que presenta en Madrid el próximo 28 de enero en el WiZink Center de Madrid.

Aún así, ganó siete Grammys...

Fue una locura, algo insólito. Eligieron un disco de una trascendencia mediática infinitamente inferior a los demás nominados con los que concurría. Hoy en día pensamos que los Grammy Latinos son los hermanos pequeños de los “anglos”, pero la música en español se escucha más que en inglés y eso es algo que no había sucedido. Puede gustarte o no el reguetón, pero no se le puede quitar el mérito de haber llevado el idioma español a ser el idioma de la canción como lo fue antes el italiano en la ópera del XVIII, el alemán en el XIX, y por supuesto, el inglés en el XX. Y volverá a serlo, el inglés. Pero compites en una liga que ha crecido muchísimo. Todo me parece muy exagerado y en proporción diferente a la factura artesanal de mi proyecto. No tengo una difusión mediática para que pasa algo así.

La historia del disco fue de grandes vicisitudes.

Fue un disco muy difícil y yo fui el que puso más trabas con el material. Estaba muy inseguro, como no había estado nunca. Cada vez me cuesta más hacer los discos, la verdad. Atravesé por muchas fases. Primero hice una maqueta a pesar de que no veía el camino. Luego lo vimos, pero cambié de equipo. En fin, que sobre todo lo agradezco, porque si algo nos enseñó la pandemia es que, el que celebra, acierta. Porque si lo dejas para luego, igual es nunca. Celebra ahora.

Es un disco contracultural. Mucho texto, contenido, reposado...

Los premios no tienen ninguna lógica. Es una instancia irracional. La gente vota humanamente, con sus fobias y filias y estrategias. Y yo me dedico a un trabajo cuyo fruto, las canciones, no son cuantificables. Las ventas son la parte menos interesante para juzgar una canción. La gente la juzga por el movimiento emocional. El asombro personal. Por eso es bueno recordar que no hay una canción mejor que otra en términos abstractos, sino individuales. Y en momentos de ebriedad hay que mantener una sobria ebriedad en todo momento. Incluido el éxito. En la del fracaso, también. Hay que mantener un punto de sobriedad porque, si no, te ves arrastrado en otras direcciones.

¿Cómo se explica tan abrumador reconocimiento?

Para sorpresa mía, a la academia de la música le gusta la música. No digo que lo mío sea música y el resto no, pero que eligen por criterios musicales, porque si no, no se explica que reconozcan un trabajo como el mío, sin eco mediático. Y no mucho más que decir. Yo soy el primero en categorizar la música por éxito comercial. Si no la escuchase, me habría perdido a los Beatles. Si solo lo hiciera, me hubiera perdido a Fernando Cabrera, mi compositor favorito. Hay música comercial como Bad Bunny que me parece genial y otra que no me interesa. Estoy orgulloso porque el disco fue hecho con dilemas personales y artísticos muy marcados y lo primero fue resolverlos. Sentir que podía volver a escribir canciones, algo de lo que no estaba seguro. El hecho de haberlo terminado ya fue mucho. No sé por qué cada vez me cuesta más. La motivación es como la masa muscular, es difícil mantenerla después de los cuarenta. Nuestra profesión está llena de gente que, con todo el derecho, cuando llega a cierta edad, se establece en su casa de campo o su viña o su tabla de surf y relaja era tensión de la disciplina creativa. No es mi caso. Ya me gustaría estar relajado, pero no lo estoy. Tengo muchas ganas de avanzar y de aprender de una época musical que me resultaría muy cómodo simplemente criticar desde fuera en un pedestal, pero no tengo interés, porque es fascinante.

¿Qué le interesa?

Trato de entender el fenómeno del reguetón desde su surgimiento, porque es fascinante. Desde el Barrio de la Perla en San Juan de Puerto Rico, a donde llegan los discos de reggae en español traídos de Panamá, hasta Bad Bunny. Intentar entender qué trajo de vuelta el patrón rítmico que gobernó el norte de África durante centenares de años (lo imita vocalmente) y de dónde está el secreto del ritmo majorí, que era conocido como el ritmo del diablo y que lo sigue siendo. La gente censura en términos casi religiosos al reguetón, como se ha censurado siempre todo, como la zarabanda en el Siglo de Oro. Ni siquiera hay que ir al tango, la rumba o el blues o el flamenco, que también fueron estilos marginales cuyos protagonistas nada más malvivían.

¿Se atrevería a hacer un reguetón?

Nunca entré a la música por los géneros. Ni sí, ni no. Si hay algo que odio es poner a un productor a hacer algo encima de una canción para que suene a house o a reguetón o lo que sea. Lo que más me interesa del reguetón no es trabajar con un productor sino los esquemas de rima, el ámbito temático y la energía sexual que tiene. No se hace tomando una canción mía y poniéndole un ritmo debajo. Si se hace, es yendo a Santurce en San Juan de Puerto Rico, y trabajando con unos músicos increíbles que hay allí y que conocí. Si lo quieres hacer de verdad, hay que empezar desde la escritura. Me gusta “El apagón”, de Bad Bunny, porque está hecho solo con un tambor y un texto, y con un “flow” del copón muy bien escrito. Todo se debe hacer desde la escritura.

Así que estuvo investigando.

Fui de concierto y tuve la suerte de quedarme cuatro o cinco días en San Juan para dar vueltas, ir a bailar, ver a músicos. Ver cómo el reguetón para ellos es como el flamenco en Cádiz. Es su ritmo y triunfa en el mundo. El orgullo que yo vi es que suena en todo el mundo, y eso es bonito de ver. De Atenas a Praga. Pasó en Uruguay con el candombe y la murga en los 80, que inundó nuestro país y todo el mundo celebraba la identidad con ello. Es un ritmo identitario y también pasa en Medellín.

Sin embargo, las generaciones posteriores, casi sin excepción, lo demonizan.

Hay un fenómeno territorial que desemboca en una discriminación tan mala como todas las otras. Hablamos de una generación que pierde territorio en lo que nos importa, en la ciudad: la calle y los bares dejan de ser suyos. Hay una generación que perdió la pista de baile frente al reguetón. Y en ese momento, sólo puedes tratar de entender con humildad lo nuevo o, como se hace más frecuentemente, negarlo. Negar la validez y decir que la pista auténtica era la mía. No hay ninguna generación que deje de decir “música buena era la mía” y tampoco hay ninguna a la que no le digan “tu música es una mierda”. Una de las cosas buenas de hacerse viejo es ver ese ciclo sucediendo. Está el descubrimiento y el narcisismo y luego la pérdida de hegemonía sexual en la ciudad y descrédito de lo que sucede, mientras emerge una nueva generación narcisista. Están equivocadas las dos generaciones. La que niega que lo que está pasando tenga validez y la que piensa que que lo suyo es la primera vez que pasa y que es el mejor fenómeno de la historia de la humanidad. Pues no. Tan mala es la egocéntrica como la generación neofóbica y nostálgica. La neofobia es tan mala como la discriminación racial o de identidad sexual. Porque es una discriminación etaria. El “no entiendo a los jóvenes de hoy” se viene diciendo desde que se inventó la escritura. Las primeras tablillas cuneiformes seguro que dijeron algo sobre “esta juventud...”. Lo gracioso es que no lo aprendemos. Tenemos ceguera para algunas discriminaciones.

Me gusta cómo describe el ciclo de las generaciones como una cadena trófica y me recuerda a mi canción favorita del disco que es “Amor al arte”, un tema que arranca con la biología y termina hablando del arte. Como si lo segundo no fuera más que una secreción de lo primero.

Para mí, hay una continuidad entre la biología y la expresión artística. Es importante entender que el arte no viene de arriba, sino de abajo. De la célula, del ADN, del átomo de carbono combinado con nitrógeno y la simiente. La función del arte como la cola del pavo real es muy interesante, porque es una disciplina que obstaculiza la supervivencia. Vivir en el arte no es una garantía de escapar de problemas, igual que el pavo real no puede escapar fácilmente de su depredador. Pero te da otros roles en la sociedad. No están desprendidos de la biología. Siempre me gustó vincular ambas cosas porque yo siempre tuve vergüenza de no ser un artista desde joven que se dedica a eso. Lo oculté. Yo escondía la guitarra cuando iba a la guardia del hospital porque daba vergüenza entrar allí con eso. Pasar con ello. Y escondía la túnica cuando iba a los bares porque tenía una profesión médica. Por suerte perdí todas esas vergüenzas.

Da para flexionar que no se considere respetable la cultura...

Bueno, las dos. Porque decir que estudiaste otorrinolaringología en un contexto artístico... siento una vergüencita todavía... Es como el notario que se volvió cantautor. Pero Kafka trabajaba en una oficina y Borges era bibliotecario. Ojalá el talento humano fuera tan previsible para decir que si llevas una vida determinada, generas un tipo de belleza. Pero, como decía Leonard Cohen, “Nothing Works”. No es una estrategia. Yo tuve síndrome del impostor hasta el último premio que subí a recoger en la ceremonia de los Latin Grammy. Que le tuve que preguntar a quien me lo entregaba si estaba segura de que era mi nombre el que aparecía en la tarjeta...