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Benicàssim: La noche de los mitos vivientes

Los Planetas y Blur alumbran la recuperación de un festival en el que aumenta la asistencia de público español un 25 por ciento
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Los Planetas y Blur alumbran la recuperación de un festival en el que aumenta la asistencia de público español un 25 por ciento
Por noches como la del sábado, el FIB es especial. Por los detalles, la energía, por los intangibles, que es como llaman en el deporte a lo que no sale en las estadísticas. Ha habido algo más que un cambio de dirección en el festival, ha habido un cambio de estilo y de humor, un nuevo talante que ha propiciado la que puede haber sido una de las ediciones más brillantes de los últimos años. Las actuaciones de Los Planetas y de Blur (precedidas de los renacidos Kaiser Chiefs) son de esas que se quedan en la memoria, exactamente lo que se le exige al festival que creó un modelo y una leyenda. A buen seguro que el aumento de las ventas de este año con respecto al pasado de un 6 por ciento que ayer anunció la organización está directamente relacionado con actuaciones como esas. La emoción más esperada la crearon Los Planetas. Permitieron a los españoles hacerse fuertes, sentirse en casa, adorar a sus héroes. Los granadinos plantearon un espectáculo jondo de una intensidad descomunal. Les habían precedido en el escenario principal Kaiser Chiefs, con todos esos estribillos directos e instantáneos, esas llamadas a la colaboración del público, consiguiendo mover miles de manos en el aire y coros a voz en cuello.
Letanías clásicas
Entonces, con cierta desgana, Los Planetas salieron al escenario en absoluta penumbra, rodeando al hierático Jota y envueltos en humo Eric, Florent, Banin y compañía, inmóviles, anónimos, bajo un austero juego de luces y unos visuales de inspiración andalusí. Comenzaron con «Romance de Juan de Osuna», «Si me diste la espalda» y «Rey sombra», y anunciaron que iban a tocar algo que era de su casa. Fue «Ya no me asomo a la reja», el fandango cósmico de la obra maestra que es «La leyenda del espacio», la que constató que el concierto iba en serio. La letanías de Jota sedaron primero y elevaron después mientras las guitarras enrarecían el aire. Fue como una llamada a la oración, una forma de afirmar el contenido superior de la música, que las canciones no tratan sólo de estribillos y melodías, sino que también, si son buenas, abren la puerta a un estado de sagrada lucidez.
Es difícil saber si la minoría foránea que ocupaba el escenario principal, llenado hasta la mitad de su aforo por la audiencia española, entendió algo. La verdad es que las caras de los aficionados de Blur que ocupaban la primera fila esperando a la actuación de los británicos eran un poema, pero si no lo entendieron del todo, se llevaron una intuición. «Señora de las alturas», «Nunca me entero de nada» y «Corrientes circulares en el tiempo» sonaron como si hubieran sido grabadas para en el mismo disco profundo y conmovedor en vez de separadas por una década, y «Santos que yo te pinté» completaba el repaso a su discografía: como si fuera un recuento, los de Granada tocaron canciones de ocho discos diferentes.
Mendieta, en el escenario
Pero lo mejor estaba por llegar. Jota anunció que un amigo subía al escenario. Era Gaizka Mendieta, ex futbolista de primera división, nacido en Lekeitio pero criado en Castellón, y protagonista de uno de los versos más memorables de la canción más generacional que nunca hayan escrito Los Planetas. En «Un buen día», uno de esos temas grabados a fuego en la biografía de unos cuantos miles de jóvenes españoles, Mendieta marca un gol realmente increíble. Ayer se presentó en el escenario para rasguear la guitarra con una increíble sonrisa mientras Jota cambiaba la letra para el delirio colectivo. Mendieta ya actuó en la edición del FIB de 2011 como DJ, y ya entonces pudo escuchar las famosas líneas, pero lo de anoche fue otra cosa, una especie de momento perfecto en el que el pasado y el presente se enlazan. Nada menos que «Segundo premio», «Alegrías del incendio» y «De viaje» completaron una actuación memorable que, como ayer decía bien asesorado Melvin Benn, director del festival, «si alguien recuerda un repertorio similar de Los Planetas es que tiene muy buena memoria».
Benn no pudo estar en la noche del sábado en el FIB porque tenía que atender sus obligaciones en el Latitude, uno de los grandes festivales que organiza su empresa. Pero ensalzó al grupo español y a las estrellas de la jornada, los británicos Blur, que tocaron «como en casa», según Benn, y que encendieron la luz del escenario principal, donde empezaron con los temas de su último disco, el notable «The Magic Whip», ante los que el público reaccionó con cierta frialdad. Aunque se dejaron en el tintero un buen número de himnos, no se olvidaron «Coffee & TV», «Parklife», «Song 2», «Girls & Boys» y «The Universal», temazos respondidos con entusiasmo porque son clásicos de la cultura popular y siguen sonando como recién desprecintados.
Pero ni mucho menos fue lo único interesante de la jornada. Los valencianos Siesta encendieron el sintetizador, arrancaron su «kraut-rock» y pese a las horas (apenas las ocho de la tarde) congregaron a bastante audiencia mientras declamaban sus palabras-concepto en un magnífico show casi secreto. Eso fue poco antes de que el cielo se cerrase de repente y por segundo año consecutivo cayese una considerable tromba de agua que duró un cuarto de hora, alargando el historial de sucesos climáticos del FIB. Reverend & The Makers contagiaron al público del espíritu festivo de su cantante, el grandullón Jon McClure, como un fantástico maestro de ceremonias para la fiesta funky de última hora de la tarde. Pero sin duda una las actuaciones más destacadas y que mereció mejor escenario fue la de Curtis Harding, que presentaba su disco «Soul Power», una exquisitez soul que derrocha una clase como de otra época y que fue el concierto más concurrido hasta el momento del escenario Red Bull. Por cierto, ¿y qué hacía el público inglés cuando tocaban Los Planetas? Pues abarrotar el escenario Radio 3, el segundo por capacidad, para ver el espectáculo de Mark Ronson y donde a duras penas cabían. Su actuación llegaba precedida de cierta polémica porque primero fue anunciada como un concierto con banda y luego rectificada con un «DJ set», es decir, que se limitaría a pinchar discos. Pero al final fue una cosa intermedia –siempre siguiendo el capricho del artista, según la organización– con bailarinas, cantantes, y él tras los platos. Tuvo ritmo, aunque mucha menos elegancia de la que se le supone, y su público dio saltos de alegría con «Uptown Funk», así que todos contentos.
En el apartado electrónico, donde ha faltado un poco más de esfuerzo este año, el canadiense Tiga demostró más estilo que Timo Maas, pero los dos plantearon una sesión más que correcta. Fue, en suma, una noche memorable, de esas en las que se hacía difícil tomar decisiones. De esas como las que solía haber. Si algo se le puede pedir al festival para el año que viene, es que ese tipo de sensaciones sucedan los cuatro días y no uno sólo. Para la última jornada quedaban Portishead y Public Enemy en el centro de las miradas y, del lado nacional, Vetusta Morla, Joe Crepúsculo y Novedades Carminha.