Carlos Álvarez: «Voy a seguir dando mucha guerra»
El barítono recoge el galardón al mejor cantante masculino de ópera por «Andrea Chenier» en la IX gala de los Premios Líricos
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Cuando llueve, porque uno se moja. Si hace calor, porque se suda. El caso, dice Carlos Álvarez, es que el ser humano nunca está conforme con casi nada. «Es nuestra esencia», dice refiriéndose a «esta primavera locuela que se nos ha echado encima». En el Teatro Campoamor fue ayer uno de los protagonistas de la gala lírica, que este año cumple nueve ediciones. La miel se la debe a su papel de Gerard en «Andrea Chénier», que le llegó en Peralada de rebote porque el barítono se indispuso y le llamaron a él: «Fue un cúmulo de circunstancias que hicieron que aquello se convirtiera en algo grande. Lo pasé estupendamente y eso que era para cantar una sola función. Que la consecuencia de aquel disfrute haya sido este premio es fantástico», recuerda.
Alejado unos años de los escenario por un problema en su cuerda vocal derecha, Álvarez ha sabido ponerle al mal tiempo, al tiempo verdaderamente borrascoso, la mejor de las caras: «El poder volver a cantar ya ha sido un premio», dice. No sintió miedo cuando supo que quizá ya no volviera a cantar, aunque siempre tiene presente que estamos en la cuerda floja: «No me olvido de lo que acabo de pasar, de la historia que llevo detrás, pero no se ha convertido en un miedo que me atenace, eso no, nunca».
«La marchenera» en Madrid
Es un año de celebraciones, con 25 de carrera, casi nada. «Poder llegar a los 49 sobre un escenario es un privilegio. Mis amigos dicen que llevo muy bien la edad porque siempre he parecido más mayor de la edad que tengo», dice bromeando. Considera que es «un hito» estar ahí y disfrutar de un trabajo que no le da más que satisfacciones. Y que el físico no lo es todo, ni mucho menos, «aunque hoy se tienda a valorar un buen cuerpo antes que una buena voz. La consecuencia es que se desvirtúa el sentido final de la ópera. Ya lo escuchamos en ‘‘El dúo de la africana”, que todo es absolutamente comercial. Mira, por ejemplo, el caso de Thomas Quasthoff, con graves deformaciones motivadas por la talidomida, y ha hecho una carrera impresionante sobre el escenario. Yo casi sufrí un veto por mi ideología política y hay que huir de ese tipo de actos», asegura. ¿Y ha dicho ‘‘por aquí no paso’’ en alguna ocasión? «El desafío me encanta, pero he de decir que lo fundamental es la capacidad de consenso. Un cantante no hace lo que no quiere hacer. Si un director de escena me convence venderé el pescado de la mejor manera que sepa», contesta. A Madrid llegará en mayo, donde le espera una versión en concierto de «La marchenera», una de las zarzuelas menos conocidas de Moreno Torroba. ¿Y en el Real? «He hablado un montón de veces ya con Joan, pero de momento no hay una fecha cerrada», señala.
El jueves ofreció un concierto en el Palau de les Arts, un coliseo al que ha estado muy vinculado desde que se colocó el primer trencadís: «Tengo sentimientos encontrados. Conozco la historia desde antes de que se gestara, las inquietudes de Helga (Schmidt), que me pidió su opinión. La situación actual me apena bastante, aunque es reflejo también de cómo se ha tratado aquí al mundo de la cultura. La salida de Helga (Schmidt) no me ha gustado nada. Dudo que haya tenido responsabilidad directa en aquello que se le imputa. Mi concierto, que ya estaba cerrado antes de lo sucedido, ha sido para mí darle un voto de confianza al Palau».
Apenas puede creer que esté cantando «Tosca», su primer papel en la escolanía, apenas 11 años tenía, «es una pasada», dice. Y se ve «dando mucha guerra sobre el escenario, toda la que me dejen. Hay cantante para rato». ¿Está dispuesto a hacerle la competencia a Plácido Domingo, barítono y en plenas facultades a sus 73 años? «A eso no me atrevo. Yo creo que una retirada a tiempo... La palabra defraudar sobra en mi diccionario vital».