De China a Biafra: la libertad suena a rock&roll
Desde los años 60 numerosos conciertos históricos sitúan al rock como emblema de tiempos de cambio político. Los Stones, Dylan o Geldof son algunos de los pioneros en estos eventos de masas
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Desde los años 60 numerosos conciertos históricos sitúan al rock como emblema de tiempos de cambio político. Los Stones, Dylan o Geldof son algunos de los pioneros en estos eventos de masas
Desde que el rock puso de moda las actuaciones multitudinarias, se puede decir que ha aparecido dentro de ellas una categoría propia: los conciertos históricos. En el año 2007, tuvimos la oportunidad con Loquillo y Los Trogloditas de telonear a los Stones en su gira española. Tocamos con ellos en el Vicente Calderón, en el Estadio Olímpico de Barcelona y en el campo de fútbol de El Ejido. Por entonces, yo ya compaginaba mis tareas de guitarrista con la escritura y había publicado cuatro libros. Mi vocación me decía que allí había buen material narrativo. Los Rolling tenían ya sesenta años y se les veía muy mayores. Más que nada por si acaso, empecé a acumular notas para un borrador titulado «La última gira de los Rolling Stones». Pensaba hablar en él del envejecimiento de la generación del rock. Esperanza vana: una década después, ahí siguen los Stones, protagonizando todavía conciertos históricos, y yo tuve que guardar el proyecto en un cajón porque parece que aún queda lejos su última gira. Como viejos zorros, maniobran con habilidad y les ha faltado tiempo para, a la estela de Obama, ser los primeros en pisar con su rock clásico uno de los últimos bastiones de prohibicionismo comunista. En su lista ya hay varios conciertos históricos, pero está claro que no hacen ascos a añadir una nueva muesca.
- Subrayar la historia
Los conciertos históricos nacen en la década de los sesenta. Por decirlo corto y ceñido, es cuando un concierto multitudinario sirve para subrayar y señalar algún acontecimiento histórico aunque no esté directamente relacionado con él. A esa categoría pertenecerían los conciertos de The Beatles en el Hollywood Bowl que sancionan la llegada de la beatlemanía a los EE UU, o el concierto de los propios Stones en Hyde Park tras la muerte de Brian Jones. Woodstock sería el paradigma de conciertos que inaugura la generación de paz y flores con las incendiarias actuaciones de Jimmy Hendrix, The Who o Janis Joplin. El concierto de Altamont con (de nuevo) los Stones sería la crónica del final de ese sueño de amor, por sus incidentes violentos que terminan con el asesinato entre el público de un negro a manos de los Hell Angels.
El modelo de concierto histórico quedaría desde entonces instaurado como crónica e ilustración de un tiempo concreto. Dylan tendría el primero de los suyos en Newport, que señala el paso de lo acústico a los nuevos tiempos eléctricos. Incluso la generación punk tuvo su momento de crónica histórica con los conciertos por Kampuchea, cuando las hambrunas devastaron la antigua Biafra. La nueva ola también se apuntó al invento cuando Bob Geldorf levantó en los ochenta los monumentales y ecuménicos eventos del Live Aid. Hasta en España hemos tenido nuestra ración de históricos cuando Lou Reed pudo actuar en Barcelona después de la muerte de Franco, cuyo régimen había censurado sus canciones. O cuando los Stones (una vez más) desembarcaron por fin en Madrid, en los ochenta, bajo una épica tormenta veraniega.
Es curioso constatar que es el rock quien casi tiene el monopolio íntegro de esas crónicas históricas y musicales. Quizá porque sus contenidos anarcoides y libertarios señalan los cambios de época. En la lista de conciertos históricos se cuelan pocos que no pertenezcan a ese género. Quizá el concierto de Frank Sinatra en Río de Janeiro y, a escala española, el mismo de Frank en el Bernabéu o Raimon en la universidad madrileña del 76, después de haber visto (como Lou Reed) prohibidas sus canciones.
Pero ha sido el venerable rock el único que ha conseguido el mérito de ser prohibido tanto por el fascismo como por el comunismo. Eso se me antoja la principal grandeza y demostración de que su eterna apuesta por la libertad será algo que siempre amenazará el equilibrio hormonal de los imbéciles. Lo cual no obsta para que, a veces, el concierto se convierta en histórico por una especie de proceso inverso. Eso le sucedió a Bob Dylan cuando, durante una fase de su vida, se convirtió al cristianismo y terminó tocando en el Vaticano para el Papa. Como azote verbal de oligarquías y poderes fácticos tuvo que verse obligado a entrar en enojosas explicaciones y matices. Algo parecido le sucedió en 2011, cuando dio un primer concierto histórico en una China que se abría a las reformas y se rumoreó que el Gobierno había censurado su repertorio. Dylan tuvo que publicar un comunicado en su página web, de puño y letra, negando que esa censura se hubiera producido.
- Bandera de libertad
Lo que está claro es que, curiosamente, el añejo y venerable rock sigue siendo bandera de libertad popular. Y cuando un gobierno quiere dar noticia de que su intención es encaminarse hacia ella, lo primero que hace es abrir sus puertas a los grupos de rock.
Por puro relevo biológico o generacional, uno tendería a pensar que les toca al rap o a los disc-jockeys asumir esa tarea de cronista musical de la historia. Pero, a la hora de la verdad, resulta que ni el rap ni David Guetta son los que desembarcan en La Habana para traer aires nuevos de libertad. El rap, de puro combate social, se ha perdido en una degeneración de violencia estalinista y la música disco en evasión narcótica de muerte en avalanchas. ¿Desaparecerá con el rock la efemérides del concierto histórico? En ese caso, solo nos quedarán Wembley y la Décima.