Buscar Iniciar sesión
Sección patrocinada por
Patrocinio Repsol

El día que Elvis se hizo universal

La caja "Aloha from Hawaii" conmemora el 50º aniversario del primer concierto vía satélite de la historia con más de 1.500 millones de personas frente al televisor
El rey del "rock and roll", Elvis Presley, durante el concierto "Aloha from Hawaii"larazon
La Razón
  • Alberto Bravo

    Alberto Bravo

Creada:

Última actualización:

Elvis era la metáfora de América. Como su país, había vivido la revolución, la prosperidad, la opulencia y la posterior depresión que finalmente le llevó al exceso, el drama y la parodia. Aquel Elvis de principios de los 70 era una figura decadente que sin embargo todavía lograba seducir. La cultura había sido engullida por el espectáculo. No importaba tanto la creación como la capacidad de sorpresa. Darle al público lo que quería, cuanto más grande mejor, lo nunca visto. Y lo nunca visto fue «Aloha from Hawaii».
La edición del 50º aniversario presenta por primera vez de manera autorizada la actuación original completa, el ensayo general de la noche anterior con público en directo (grabado en caso de contratiempos técnicos durante la transmisión vía satélite) y temas extra que se insertaron en la emisión estadounidense. En edición doble vinilo o 3 CDs + Blu-Ray, muestra una nueva versión recién remezclada y remasterizada para la ocasión junto con el primer lanzamiento de «Aloha from Hawaii via Satellite» en Blu-Ray. La edición CD incluye además un libreto de 28 páginas con notas, fotos y otros contenidos del evento mundial.
Grabado en directo el 14 de enero de 1973 en el Honolulu International Center Arena, marcó un hito en todo el mundo al ser presenciado simultáneamente por 1.500 millones de espectadores, algo sin precedentes. El álbum de la actuación sería su último número 1 en vida y probablemente la última muestra de grandeza del mito de Tupelo, que a partir de entonces iniciaría una cuesta abajo dramática y dolorosa.
Aquel Elvis de finales de 1972 era un gigante que no es que se resistiera a vivir, sino que más bien se resistía a vivir. Había entregado las llaves de su vida y obra al coronel Parker, que cada día buscaba enloquecidamente nuevas formas de satisfacer su propio ego, enjugar deudas y demostrar el valor de la nueva regla del sueño americano: la codicia es la forma de medir la inteligencia. ¿Y qué era lo que faltaba por ver? A un artista cantando para todo el mundo simultáneamente. Elvis ya no vendía discos como antaño. Seguía cantando como el mejor –nunca dejó de hacerlo–, pero la rutina había engullido a la emoción. Había elegido ser Las Vegas. Todo ocurría casi por inercia y su medida del éxito era un cinturón de rubíes, una capa de rey y una mirada clavada en el suelo puesto de rodillas al finalizar cada concierto. «Aloha from Hawaii» se presentaba como una oportunidad de salir de esa rutina y recuperar cierta grandeza al amparo de los números de audiencia. Y lo cierto es que la magnitud del proyecto logró seducir lo suficiente a Elvis como para implicarse, por primera vez en mucho tiempo y acaso la última, en algo relativo a su carrera.
Aquello llegó en un momento caótico de su vida. La hermosa Priscilla había presentado el 18 de agosto su petición de divorcio, por el cual conseguiría un pago mínimo de 100.000 dólares (50.000 por adelantado), más 1.000 dólares al mes en calidad de cónyuge y 500 para la manutención de su hija. Eran cifras muy elevadas, pero en absoluto descomunales. Y eso le había dolido mucho a Elvis: simplemente ocurría que Priscilla no quería saber nada más de él. Antes de su divorcio, Elvis requería “atención médica” después de los conciertos y antes de acostarse, pero tras la ruptura pasó a requerir esos servicios hasta cinco veces al día. Su físico hablaba por sí solo del efecto. Solo su nuevo amor, la solícita Linda, lograba sacarle del abotargamiento general. «Quizá sea difícil de entender, pero lo que más me gusta en este mundo es un concierto en directo», diría Elvis.
Por todas estas razones recuperaría cierta pasión con el anuncio del proyecto de Hawaii. Reunió a un equipo de profesionales muy competente, incluyendo al experimentado productor y director Marty Pastetta, quien le hablaría claramente de qué necesitaba para convertir el proyecto en algo realmente relevante: «Nada de un Elvis gordo y decadente. Nada de clichés. Nada de un espectáculo lleno de poses sin brillo. Quiero que todo el mundo vea al mejor Elvis posible». Tras una reunión en Graceland en la que le expuso crudamente su punto de vista y le mostró los bocetos del escenario –adornado con luces formando el nombre de «Elvis» en diferentes alfabetos, espacio para la orquesta y propuesta de canciones–, el artista se quitó las gafas, miró fijamente a Pastetta y dijo: «Haré todo lo que quieras. Haremos magia para la televisión».
La renacida ilusión de Elvis contagiaría a todo su equipo. El repertorio incluiría temas clásicos como «Blue Suede Shoes», «Hound Dog» o «Love Me», pero también favoritos personales como «You Gave Me a Mountain», «My Way», «I Can’t Stop Loving You», «What Now My Love», «I’ll Remember You» o «An American Trilogy», entre otras. No solo eso, sino que Elvis iniciaría por primera vez en mucho tiempo una severa dieta para adelgazar que según diferentes fuentes precisaba de varias inyecciones diarias, incluida supuestamente orina de embarazada, y un consumo inferior a 500 calorías por jornada. Elvis bajaría más de 10 kilos en pocas semanas y parecía de nuevo en forma. Mientras tanto, el coronel Parker seguía apretando y con su sobrenatural y despiadado poder negociador había conseguido nuevos acuerdos con RCA que no solo incluían nuevos porcentajes sobre sus discos, sino también por sus conciertos. Incluyendo el de Hawaii. Los buenos tiempos parecían haber regresado.
El tóxico séquito de 20 personas de Elvis, con él al frente, llegó a Hawaii el 9 de enero, un día después de su 38º cumpleaños y cinco días antes del espectáculo final, para supervisar todos los detalles finales mientras un equipo ingente supervisaba los detalles técnicos, que no eran pocos. Allí daría un concierto de ensayo que fue grabado para el caso de que hubiera problemas en la filmación final del show del 14 de enero, que se celebró a las 12:30 de la mañana para hacerlo coincidir con el horario de mayor audiencia de Japón, Corea del Sur, Vietnam del Sur, Tailandia, Filipinas, Australia y Nueva Zelanda.
El público enloqueció al ver a ese «nuevo» Elvis, que parecía renacido. Los clichés seguían estando, pero no de manera tan forzada. El repertorio elegido era magnífico, pero sobre todo lo que destacaba era la actitud del héroe, alejado de manierismos y autocomplacencia. Su voz era increíble para tantos excesos a los que llevaba sometiendo a su cuerpo durante tanto tiempo y lo que transmitía por encima de cualquier aspecto era credibilidad. Efectivamente, era el mejor Elvis posible en aquel sombrío momento de su vida.
La transmisión fue un absoluto éxito y devolvió a Elvis a la cima. La millonaria audiencia y las ventas masivas del disco «Aloha from Hawaii» se tradujeron en nuevos contratos y nuevas giras. Fue el principio del fin de Elvis, el comienzo de su caída final. Su dependencia de la «ayuda médica» se iría incrementando en la misma proporción que su hastío. El número de parásitos a su alrededor seguiría aumentando hasta extremos inconcebibles a medida que los leales abandonaban, incluida Linda, mientras el coronel Parker llevaba al límite su autoestima y su corazón. El final ya todos lo conocen. Hawaii fue la marca en el mapa de su canto del cisne.