El Stradivarius del rock
Un documental narra la historia de una mesa de mezclas con la que se grabaron sus discos más legendarios de los últimas décadas
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Nadie lo pone en duda: un Stradivarius no suena como un violín corriente. Las guitarras Fender o Gibson tienen un tono, profundidad o calidez de sonido únicos. Es una verdad universal; aunque más de uno no sea capaz de distinguir un violín caro de otro de segunda mano. Son menos conocidas y desde luego tienen menos encanto, pero también las mesas de mezclas pueden ser especiales y merecer un sitio en la historia de la música. «Sound City» es un documental dirigido por Dave Grohl (Foo Fighters, Nirvana) que demuestra que un estudio mítico y su mesa de mezclas sí lo merecen.
Primero, perdonen la fealdad de la mesa de mezclas, esa falta de elegancia. Un enorme tablero con centenares de botones, quién puede acordarse de ella. No tiene las curvas y el brillo de los instrumentos ni aparece en las fotos de promoción. Así que su olvido es comprensible. Además, la protagonista de esta historia se llama Neve 8020, un nombre que parece sacado de «2001: Una odisea en el espacio» y que tampoco motiva un alegato rockero.
Los mandos de la nave
Pero resulta que esta mesa era especial. Solamente había cuatro en el mundo de sus características. Como un violín de aquellos. Fue manufacturada por un ingeniero con unas cualidades únicas, complicadas de explicar aquí. Ahí lo tienen, sustituyan al luthier, pongamos que se llamaba Stradivarius, por Rupert Neve, el ingeniero de sonido más importante del siglo XX. Al fin y al cabo, qué más da desbastar la madera que alinear válvulas y corriente eléctrica. «Es el centro de la nave espacial. Los mandos que pilotan el viaje a Marte», la describe Neil Young en el documental, que grabó allí «After the Gold Rush», uno de sus primeros discos.
El protagonista de la película es tanto aquella mesa como el estudio que la albergaba. Uno de esos lugares decrépitos, enmoquetados, forrados de paneles de madera y falto de limpieza. Desde que la mesa llegó al estudio en 1973, centenares de bandas dejaron su «sello» con todo tipo de residuos y comportamientos poco considerados con el material de oficina. Imaginen a esos grupos encerrados allí diez o quince días intentando grabar un disco, discutiendo, buscando el sonido exacto, repitiendo los temas una y otra vez. Perdiendo la paciencia y la educación, en caso de tenerla. Pero en la película hay más protagonistas: recepcionistas que terminan casándose con estrellas, chicos de los recados que se hacen productores. Y los productores de verdad, menudos personajes.
En el complicado proceso de grabación de un disco hay dos tipos de ingredientes: los científicos (la ecualización, los arreglos, la cinta analógica) y los místicos (la interpretación del momento, la rabia, los sentimientos que se juegan, el año y el ambiente social). En Sound City se daban los dos, suerte y magia. La acústica de la sala era especial para la percusión. Toda la banda tocaba a la vez, y el resultado era ese momento capturado en cinta analógica. Y claro, los malos músicos también quedaban al descubierto. La sala había formado parte de una fábrica, pero, por alguna razón del destino, era perfecta para la percusión. «La batería es el latido de una canción, es la columna vertebral», dice Dave Grohl, músico y director. «La sala era fantástica. Lo más importante era lo que ocurría en el silencio entre las notas», añade Brad Wilk, de Rage Against The Machine. «Llevaba la grabación a una forma de arte», asegura Tom Petty en la película. Petty grabó allí («Damn the torpedoes») y, junto a él, en la década de los setenta, pasaron grandes grupos con discos fundamentales en su carrera: Fleetwood Mac prácticamente se formó allí. Grababa cualquiera: Santana, Terry Savalas o ¡Charles Manson!, incluso Rick Springfield. Cien discos de platino llevan el sello de Sound City.
Del heavy al grunge
Y la mística se va consiguiendo: esa mesa de mezclas se convierte en testigo del cambio de gustos en la Historia. Del rock de raíz al folk, y después del heavy al grunge. De Guns'n Roses a Bad Religion. Nine Inch Nails, Pixies, Metallica, Weezer. Allí se graban álbumes fundamentales, aunque el que marca un hito a principios de los noventa es «Nevermind» de Nirvana. Luego llega el debut de Rage Against The Machine, «America» de The Black Crowes, «One Hot Minute» de Red Hot Chili Peppers... Sin embargo, a partir de esa década, la mesa y, por tanto el estudio están desactualizados. Todas las bandas del momento piden sistemas digitales y Sound City entra en decadencia: «Hay otros lugares bonitos para grabar que instalan jacuzzis. En Sound City sólo querías trabajar y largarte. Y habría sido muy fácil limpiarlo, pero simplemente nadie se tomó la molestia de hacerlo», asegura Rick Rubin, productor de multitud de discos. Alguien comenta en el documental mientras salen pósters de chicas desnudas que nadie decoraba «el maldito local desde 1973, así que no iban a gastarse 20.000 dólares en el jodido pro-tools (una herramienta digital para grabar)». Allí fue a trabajar, ya sin la vieja consola, un músico español, Luis Alberto Segura, líder de la banda mallorquina L.A., que acaba de publicar «Dualize». «Era una verdadera pocilga pero también el mejor sitio para grabar baterías que he visto», dice.
Una lección de historia
El lugar entró en bancarrota con la proliferación de herramientas caseras de grabación, y entonces Dave Grohl se propuso comprar esa mesa en la que él grabó con Nirvana y hacer un disco con algunas de las leyendas que participan en el documental que acaba de ser editado por Sony. La película se estrenó con mucho éxito en el festival de Sundance pero no en salas comerciales en España. Sin embargo, se puede ver en la plataforma digital Filmin. La historia de la mesa se convierte a medias en una lección histórica y también en un pequeño «ego trip» de Grohl. Y en un gran alegato a favor de la tecnología analógica en la música. Como dice el propio director, «esa mesa es una pieza viva, que respira, auténtica. Tanto como cualquier otro instrumento. En la era del hombre controlado por el ordenador es necesario mantener el impulso humano más que nunca». Al fin y al cabo, eso, y no otra cosa, es el rock & roll.