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Ellas tocan y cantan

Crítica de clásica / Quincena musical. Obras de Stravinsky, Bartok, Dvorak y Mahler. Piano: Dénes Várjon. Contralto: Gerhild Romberger. Orfeón Donostiarra. Orfeón Txiki. Budapest Festival Orchestra. Director: Ivan Fischer. Auditorio Kursaal. San Sebastián, 20 y 21-VIII-2016.
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Uno de los platos fuertes de la Quincena en esta su 77º edición es la presencia de la Orquesta del Festival de Budapest en tres conciertos durante la Semana Grande de la ciudad. Antes un discutido «Don Giovanni» y para terminar un espectacular «Te Deum» de Bruckner suponen las más altas cotas de interés del presente certamen.
Ivan Fischer es un director con personalidad propia y su orquesta un conjunto de muy buen nivel que puede alcanzar cotas más altas en ocasiones como la Tercera malheriana. La monumental partitura fue ejecutada con mimbres personales. Los casi cien elementos corales –coro femenino del Orfeón Donostiarra y coro de niños creciditos del Orfeoi Txiki– junto con la amplísima plantilla orquestal llegaron a sonar por momentos como una orquesta de cámara. Decía Karajan frente a quienes criticaban su enorme Bach que también tenía su mérito que tantos sonaran como tan pocos. Tenía razón, podían sonar como pocos pero se sentía que eran muchos. Sorprendentemente, frente a lo habitual, lo mejor de Fischer no vino del ruido, que existe en la sinfonía, sino de sus partes más líricas. Así en el «Oh Mensch» de la mezzo, que contó con la muy ajustada intervención de Gerhild Romberger, admirable por su calidez y justo vibrato, y muy especialmente en el tiempo final. Refleja Mikel Chamizo en las cada vez más breves notas van siendo por desgracia lugar común en los programas de mano la admiración que le produjo a Schoenberg en su primera audición: «Sentí la lucha por los ideales, el dolor del desilusionado... Vi a un hombre zarandeado por una tormenta de emociones luchando por conquistar la armonía interna... Sentí la más despiadada verdad». He de confesar que pocas veces he pensado durante la ejecución de una partitura que bien valdría la pena morir en ese momento y que, es más, tuve que hacer el esfuerzo de agarrar con fuerza ambos apoyabrazos para no dejar que el cerebro se fugara de mi cuerpo. Por eso este concierto, bueno pero no tan excepcional como el inolvidable londinense de décadas ha con Abbado y Norman, quedará en mi memoria gracias al trabajo de Ivan Fischer, sentido y muy atento a infrecuentes detalles. Lástima que Fischer permitiese aplausos entre movimientos y no obligase a solista y coro a estar presentes durante toda la obra. Es, sinceramente, una falta de respeto habitual pero inadmisible.
El día previo escuchamos el «Juego de cartas» de Stravinsky, con sus coqueteos con «El barbero de Sevilla» rossiniano, pero que no acaba de funcionar sin el ballet, una académica lectura de Dénes Várjon para el «Tercero» para piano de Bartok y una versión contrastada, ambientada y muy atenta a ritmos y melodías de la «Octava» de Dvorak. Como propina la sorpresa de que las mujeres de la orquesta dejasen sus instrumentos en las sillas y se fundiesen en un empastado coro. Ellas no solo tocan bien sino que también cantan.