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Excesos sonoros

Ciclo Juventudes Musicales. Obras de Wagner, Bernstein, Dvorak. Jean-Yves Thibaudet, piano. Deutsches Symphonie-Orchester Berlin. James Conlon, director. Auditorio Nacional. Madrid, 13-II-2013.Obras de Rachmaninoff. Simon Trceski, piano. London Philharmonic Orchestra. Mikhail Agrest, director. Auditorio Nacional. Madrid, 14-II-2013.
La Razón

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El excelente ciclo de Juventudes Musicales, que Isabel Falabella comanda infatigablemente y no sin preocupaciones, presentó esta semana dos conciertos sucesivos, cada uno de ellos con su personal atractivo.
El primero contó con la presencia de Jean-Yves Thibaudet para tocar en la «Sinfonía n.2, el tiempo de la ansiedad», obra que no se interpreta con frecuencia porque Bernstein parece caído en desgracia, lo que es un tremendo error. La alegría del jazz, la melancolía o el dolor desfilan por una partitura de las más personales del compositor-director, en una especie de retrato propio. Se trata de una sinfonía, pero también de un concierto de piano, cuya interpretación bordó Thibaudet. Antes, en el «Preludio del primer acto» de «Maestros cantores» hubo confusión y poca diferenciación en las líneas melódicas que integran la pieza. Todo por las ganas de James Conlon de forzar todo. Con el mismo ímpetu abordó la «Sinfonía del Nuevo Mundo» de Dvorak, pero aquí funcionó mejor, transmitiendo una notable vivacidad con una orquesta aficionada a los decibelios.
Estos últimos abundaron, casi hasta embotar los oídos, en la «Segunda sinfonía» de Rachmaninoff, la más popular del ruso, aunque en este caso se trataba de la London Philharmonic con Mikhail Agrest al frente. Sustituía al inicialmente anunciado Yannik Nezet-Seguin, uno de los directores emergentes más interesantes del presente. Algo más equilibrada, pero dentro de análogos planteamientos decibélicos, resultó la lectura del «Tercer concierto para piano» del mismo autor, en donde Simon Trceski demostró ser solista con poder en los dedos y aficionado al pedal, pero también capacidad para el lirismo. Conciertos ovacionadísimos porque los excesos sonoros siempre entusiasman a nuestros públicos.

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