Flórez, lo inimaginable hecho realidad
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Obras de Rossini, Gluck. Werther, Offenbach y Donizetti. Tenor: Juan Diego Flórez. Mezzosoprano: Karine Deshayes. Soprano: Marina Monzó. Director: Pablo Mielgo. Sinfónica Islas Baleares. Teatro Real, Madrid, 4-X-2016.
Hace tiempo circuló por internet un video de Juan Diego Flórez en la pubertad participando en un concurso cantando unas canciones pop de forma notoriamente desafinada. Quién le iba a decir entonces que en 1996 debutaría en Pesaro con «Mathilde de Shabran» sustituyendo a un indispuesto Bruce Ford y cosechando un gran éxito. Quién le iba a decir que diez años después iba a ser el tenor rossiniano más admirado en la ciudad del Adriático. Quién le iba a decir que veinte años después sería aclamado en el Teatro Real en un concierto retransmitido mano a mano por Telefónica entre Madrid y Perú. Quién le iba a decir que las palabras de apertura en ese concierto las pronunciaría un premio Nobel como Mario Vargas Llosa. Quién le iba a decir que promovería que seis mil jóvenes de aldeas marginales del Perú pudiesen encontrar su lugar en el mundo gracias a la música y a él. En fin...
Juan Diego Flórez es sin duda uno de los tenores más admirados en los últimos años. Recuerdo sus primeras actuaciones en España, en Cuenca, La Coruña o el mismo Teatro Real. Escribí entonces: «En mis críticas suelo ser duro y no prodigarme en elogios, no les asuste todo el cúmulo de alabanzas que van a leer. Flórez las merece. No he escuchado cantar así desde hace muchos años y no hablemos ya de los que han pasado desde que se me puso por última vez la carne de gallina o derramé alguna furtiva lágrima. Ambas cosas consiguió el tenor... Hoy por hoy todo son virtudes. El instrumento se encuadra como tenor “de gracia”, pero reúne caudal y belleza! ¡Qué distinto al de los Blake o Workman! El temperamento es generoso y canta con el corazón sin jamás forzar la expresión vocal o física. La naturalidad es prodigiosa. Dicción y fraseo perfectos, como el sentido del legato o la facilidad en las coloraturas. El “do” e incluso “re” superior se alcanzan con espasmosa facilidad, aunque el caudal no llegue al de un lírico. Le acompaña el físico y sabe pisar un escenario con desenvoltura... Artistas así se cuentan hoy con los dedos de una mano y sobran dedos... En La Coruña hay ya una calle con el nombre de Juan Florez. No se dedica a él obviamente pero, si no se malogra, la llegará a merecer. ¡Así se canta! Y no exagero». Me reafirmo en todas aquellas palabras de 2002.
Su experiencia en el Teatro Real había sido agridulce. Desde ahora pesará mucho más el azúcar. Primera parte con sus inigualables Rossinis, incluyendo la citada «Mathilde», el repertorio en el que no tiene parangón. Segunda parte con Gluck y Massenet, el que está ahora en sus deseos.
Clamoroso delirio
Tercera parte, guitarra en mano ya en los bises, con tres canciones populares peruanas. Cuarta con un popurrí, coreado por el público, con «Guantanamera» y otras, ya en clamorosos delirio. Telefónica detrás, grabando y retransmitiendo en conexión con Perú y con una orquesta de jóvenes pertenecientes al proyecto «Sinfonía por el Perú» tocando desde allí «La donna è mobile» mientras él la cantaba desde Madrid. Y, cómo no, los nueves does de «La hija del regimiento». En fin, una velada que no olvidará, que se merecía y en la que participaron con nivel la soprano Marina Monzó, la mezzo Karine Deshayes y muy discretamente la Orquesta Sinfónica de Baleares dirigida por Pablo Mielgo, con su mejor virtud de no apagar nunca al protagonista.