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Música
Guitarrazos, cervezas y una paella para todos con El Último de la Fila
Manolo García y Quimi Portet aseguran una gira con repertorio sencillo, junto a la banda original y «que reparta un poco de risa y alegría»

Se buscaba en los 70 una fuerza cultural con la energía suficiente para eclipsar los coletazos de la dictadura. Bajo esa idea creció El Último de la Fila. La banda arrancó su andadura en 1984 con la voz de Manolo García y la guitarra de Quimi Portet. Un legendario dúo que defendía a capa y espada hacer canciones «con un 100% de calidad musical y de calidad literaria», apunta García. A diferencia de «una música actual con intención lúdica, que es correcta y respetable, pero nos interesa la lengua, una canción popular implicada». Así lo han hecho hasta hoy, incluso en sus carreras en solitario después de que se separasen en 1998. Ahora vuelven. Tras lanzar en 2023 una recuperación de sus clásicos en el álbum «Desbarajuste piramidal», García y Portet anuncian los pormenores de una gira que, en 2026, les llevarán a subirse juntos de nuevo en nueve escenarios. Arrancarán el 25 de abril en Fuengirola, y pasarán por Barcelona (3 de mayo), Roquetas de Mar (16), Madrid (23), Bilbao (30), Coruña (13 de junio), Avilés (20), Sevilla (27) y Valencia (4 de julio). Junto a la banda original que les acompañaba avanzan un repertorio «sencillo, con las canciones que nos gustan más, que coinciden con las favoritas del público». Sí tienen claro el tema con el que iniciarán el primer concierto. Pero nada de complicaciones. Ni siquiera en una época de fiebre en la venta y reventa de entradas. El dúo se ha asegurado de que los precios oscilen entre los 65 y los 90 euros. «Si Quimi y yo nos hemos caracterizado por algo es por tener una intención social correcta. Por no abusar de nadie», afirma García, «encarecer los precios de las entradas según la demanda es algo muy injusto. Esta modalidad ultra capitalista nos parece repugnante. Hay millones de personas en este país que las pasan putas, y poner el precio alto sería un insulto».
Han regresado, por tanto, a esa burbuja dentro de la que se desarrolló El Último. Unos músicos que, de puertas hacia adentro, se debían a la música, «al placer de ensayar y de componer. Vivimos la música popular a nuestra manera. Éramos un grupo estrambótico en el momento en que aparecimos, y ahora lo somos menos, pero nuestra identidad se mantiene», dice Portet. Y no sienten vértigo ni miedo ante la vuelta. Lo viven como una celebración. «Como si invitásemos al público a una paella multitudinaria», define el cantante. Tratarán de sonar como antes y de que los conciertos sean «como una reunión entre amigos, en la que tomar unas cervezas y pasar un rato agradable. Va a ser algo emotivo, la nostalgia no es siempre un ejercicio nefasto». Volverán a amarrar al burro, a incitar al baile, a idear escenografías, pero no lo definen como una resurrección. Sí como una insurrección. El dúo retoma su discurso para ofrecer unos conciertos en los que, concluye García, «vamos a tocar rock and roll con unos guitarrazos bien dados y a repartir un poco de risa y alegría. Que la gente está asfixiada, estamos todos hartos, y la ciudadanía necesita decir que la vida son cuatro días».
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