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Israel Fernández: «El flamenco es nuestro, de aquí, de España. Debería tener más sitio en nuestra cultura»

El hondo cantaor toledano, inmerso en una gira española con el disco «Pura sangre», charla sobre distintos aspectos de un arte que es su vida
Israel Fernández, cantaor
Israel Fernández, cantaorGonzalo Pérez Mata PHOTOGRAPHERS
La Razón
  • Javier Menéndez Flores

    Javier Menéndez Flores

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Son cinco discos de estudio los que lleva paridos el cantaor y compositor Israel Fernández (Corral de Almaguer, Toledo, 1989), aunque fue con el cuarto, «Amor» (2020), grabado con el tocaor Diego del Morao, con el que se lanzó a la aventura de componer, y ahí las paredes de su mundo artístico se ensancharon. Fue ese su primer trabajo de madurez y optó a un Grammy Latino. Pero, sobre todo, le sirvió para entender que cantar lo propio es entrar en una dimensión distinta: «Musicalmente hablando, lo mejor que se puede defender es lo tuyo, lo que uno crea, claro –asiente–. Pero para escribir tienes antes que vivir, o sentirlo muy desde dentro para poder expresarte. Como canto desde chiquitito, siempre he vivido con gente mayor que yo y he viajado mucho, y eso también ayuda. Y luego están las cosas que me gustaría que pasasen y no pasan. Pero nunca digo “hoy voy a escribir”, jamás. Es algo que viene solo. Durante un año o dos voy escribiendo cosas, y al cabo de ese tiempo tengo un disco entero». El amor, como suele ocurrir en este género, el flamenco, es el tema central de sus composiciones, pero señala que ese sentimiento va más allá de lo artístico: «Es que el amor es el motor del mundo. Y es lo que más me inspira, sí. Pero no solamente en las relaciones de pareja, también están el amor a la música o al campo, porque vivo en un pueblecito en el que hay muchísimo campo. O al silencio, porque también se necesita mucho para estar tranquilo».
En los años 60 y 70 los flamencos comenzaron a grabar discos y ese arte, entonces, estaba considerado marginal, y llevarlo a cabo era un trabajo de riesgo. Gracias a Paco de Lucía, Camarón, Enrique Morente, Carmen Linares, José Mercé y otros muchos, hoy es un género apreciado en el mundo entero. Los jóvenes flamencos, aunque nadie les haya regalado nada, ¿son unos privilegiados? «Sí, claro que sí –responde, tajante–. Somos unos privilegiados porque tenemos ya el camino hecho. Porque ellos, nuestros mayores, pusieron los cimientos. El que se acerque al flamenco debe preocuparse de saber de dónde viene, conocer nuestra historia, los cánones del cante. Y desde ahí derivar, desde el respeto, sin destruir. Esa es mi filosofía de vida. Siento pasión por el flamenco y lo único que intento hacer es, junto con mis compañeros, llevar al mejor puerto este barco. El cante –sentencia–, una soleá, una seguiriya, una malagueña, tiene que oler a eso. Tú puedes aportar tu granito, pero tiene que sonar a ese estilo». Si Israel tuviera que destacar a un cantaor por encima del resto, como mayor inspiración, ¿cuál sería? «Creo que casi todos estaríamos de acuerdo en uno, Camarón. Ha sido y será el Jesús de Nazaret del flamenco. Él y Paco de Lucía no es que abrieran un camino, abrieron un mundo». ¿Y qué tal se portan las instituciones con el flamenco hoy día? «Se podrían portar un poco mejor y echarle un poco más de cuentas, porque el flamenco es nuestro, de aquí, de España. Y es verdad que en cada país al que viajo le dan mucha importancia a su música, como el fado en Portugal o el tango en Argentina. Y creo que el flamenco debería tener un poco más de sitio en la cultura española. Incluso debería haber más información educativa. Perder no se va a perder nunca, pero es muy importante, en la infancia, que se inculque lo bueno. Igual que se le enseña a un niño, desde pequeño, que no debe robar, pues también se le debe enseñar que escuche cante, flamenco. Sería genial. Incluso me atrevo a decir que habría mejores personas, porque el flamenco convierte los corazones en mejores».
[[H2:Contra los «experimentos»]]
¿Qué tal se lleva Israel con el rap, el trap, el reguetón, los ritmos y voces que mayor calado tienen hoy entre los jóvenes? «Me llevo bien, siempre y cuando se haga con respeto y amor. En la vida y en la música no tolero la pretensión. A mí me gusta enamorar, hacer amistad con los instrumentos y los músicos, pero no me llevo muy bien con los experimentos, los veo más para las farmacias». Le pregunto si no le estará saliendo una vena purista: «No, me está saliendo el cuidar el jardín del flamenco –se defiende–. Yo estoy abierto a todo y he hecho colaboraciones con compañeros de otra clase de música, y encantado. Pero si voy a hacer una colaboración de rap, trap o rock, tendré que saber de lo que voy a hacer, tener una información como artista y músico y saber dónde me meto, y de ahí poder derivarlo, desde el corazón y el amor, a ese palo, esa música o ese estilo. Salga mejor o peor, ahí ya tengo el premio de la preocupación».
Pese a reconocer que no es un entendido en toros, los considera un arte y admira a los toreros –«me gustan, pero realmente no los entiendo porque aquí en La Mancha no hay mucha afición; aunque, sin saber lo que están haciendo, entiendo que es una cosa de arte»–, y no aprueba la decisión de retirar al Premio Nacional de Tauromaquia: «Ahí entran muchas cosas, pero, en mi humilde opinión, no veo bien que hayan retirado ese premio. Los toros llevan muchos años, toda la vida, dan de comer a mucha gente y, como digo, no deja de ser un arte, sin lugar a dudas. La gente ve las cosas de la agresividad, de lo que le hacen al toro, del maltrato, y ahí se puede lidiar y estar de acuerdo o no, porque sí que es verdad que da pena. Pero si vamos a tener en cuenta los argumentos de los animalistas, ya nos vamos a otro lado. Estamos hablando de arte, de cosas bonitas. Plantarte, saber andar, dar esos pasos con esa naturalidad… Y hay que reconocer que no es fácil ponerse delante de un toro que te llega al hombro, y yo mido un metro ochenta».
Israel ganó un concurso de televisión –«Tu gran día» (TVE)– con sólo 11 años. ¿Estaríamos hablando ahora de no haber sido por ese escaparate, o cree que habría conseguido vivir de la música igualmente? «La vida –reflexiona– son escalones, como una escalera, y de una manera u otra vas subiendo. Lo que se requiere para subir esa escalera es mucha pasión y dedicación, mucho amor, más que disciplina, aunque esta es obligada. Pero disciplina sin pasión… no vas a ningún sitio. La disciplina te lleva a conseguir el máster, apruebas, pero para ejercer necesitas pasión y amor».
Javier Menéndez Flores
Pongámonos a danzar alrededor del fuego como si estuviéramos otra vez en ese tiempo, anterior a la civilización, de la vida en las cavernas. Las armas, madera y piedra, dispuestas para embestir o repeler a las bestias. Los cánticos tribales como alaridos en la noche con el fin de que la naturaleza se apiade de nosotros, leves mortales, y no nos devore.
El flamenco huele a eso. Es un vómito de dolor o un estornudo de dicha. He ahí un homínido que se desgarra enteramente al relatar un terremoto que empieza o un amor en parada cardíaca; la pérdida de un ser querido o la vida que hay que celebrar a cada instante porque se puede apagar de pronto y sin previo burofax, en lo que dura un parpadeo o un susto o la luz total de un relámpago.
Abre la boca Israel –nombre hebreo, planta de león calmo– y ves hombres con lanzas, mamuts, tigres dientes de sable. Porque su garganta es una gumía y sabe dónde ha de tocarte para dejarte tieso. No en vano aprendió a sumar y a restar y a leer con los libros de los colosos. Pues mientras los demás niños se obcecaban en patear una pelota, él, agazapado en el coche de su padre, perseguía canciones que le ponían la emoción al rojo vivo.
Lleva Israel a Rafael Farina, Porrina de Badajoz y a la Paquera incrustados en la nuca, y en cada gota de su sangre respiran Camarón, Paco, Lole y Manuel, Enrique. Y hubo un instante, llamémoslo epifanía, en el que aquel mozallón entendió que había llegado el momento de desasirse de los clásicos y supo cuál era el camino. Y entonces puso sobre la mesa su huella digital y dijo este soy yo, ahí tenéis mis credenciales, mis pupilas abiertas en canal.
Y vas y le pides a Diego del Morao que te asista, por Dios bendito, porque la fiebre te ha regalado estampas que deben ser esculpidas sin más demora, ya que al amor nítido no se le dice vuelva usted mañana. Y brotan así querencias y anhelos. Seguiriyas del desvelo y bulerías del reproche. Casi nada. Chicha de la buena con la que darle sustancia al caldo del trajín diario, compadre. Pues a esta rueda inagotable le da a veces por demandarnos rocanrol sin aditivos y hay que contentarla.
Y desde esas latitudes hasta el purasangre que sangra pucheros y sartenes y no es ni príncipe ni rey y amenaza seriamente con ser silencio. Todo el arte del mundo cabe, fíjate lo que te digo, en cuatro minutos de éxtasis. Y si te concedieran un deseo, Israel de Toledo, no querrías palacios ni el peso de un elefante en monedas de oro, tan sólo ser como el río Riánsares, que lo ha visto todo y a todos y guarda en su memoria milenaria amaneceres que harían llorar al más dotado paisajista y ocasos igual de oscuros que la morada de Satán.
(Nos encontraremos cualquier viernes en lo profundo del monte, amor, como se encuentran el Jesús Nazareno y la Virgen de los Dolores. Y con tu todo y mi todo rendiremos culto a la vida mientras te canto «Cada vez que nos miramos» con la furia de nuestros antepasados primeros. Y danzaremos igual que dos locos magníficos alrededor de un fuego improvisado, salvaje, irrebatible).
Tu gran día es cada día, Israel, de eso ya os encargáis tú y tu corazón de ballena. Y si las circunstancias te obligan a rugir, ruges alto. Los cazadores de veras pueden cerrar los ojos, pero jamás duermen.