John Adams, un creador en forma
«Carta Blanca a John Adams». Obras de Ludwig von Beethoven y John Adams. Cuarteto Attaca. Orquesta Nacional de España. Dirección: John Adams. Auditorio Nacional de Música, Madrid. 23-II-2014.
La nueva «Carta Blanca» de la Orquesta Nacional –una feliz idea de Josep Pons conservada y cuidada por sus sucesores–, ciclo de conciertos, conferencias y actividades diversas en torno a un creador actual, incluida la proyección de películas, se ha consagrado en esta campaña al compositor norteamericano John Adams (Worcester, Massachusetts, 1947), que acaba de cumplir 67 años y que es, con apabullante diferencia respecto de sus colegas, el más difundido y respetado de los creadores estadounidenses de la hora presente. En el primero de los conciertos sinfónicos a él dedicados (hay otros dos de cámara, amén de coloquios y la filmación de su ópera «La muerte de Klinghoffer», que ofreció el pasado jueves la Filmoteca), Adams dirigió dos obras que, aunque separadas en el tiempo, nacieron para la Orquesta de San Francisco, la muy reciente (2012) «Absolute Jest», que dio a conocer Michael Tilson Thomas, y el ya clásico «Harmonielehre» de 1985, encargado y estrenado por Edo de Waart, y que cuenta ya con seis grabaciones comerciales (entre sus intérpretes están Simon Rattle, Gustavo Dudamel, el mismo Tilson Thomas, y desde luego, Edo de Waart), mérito nada baladí en un pieza de 40 minutos que no llega a los 30 años de vida.
«Absolute Jest», explicada al público en un encomiable y esforzado español por el propio Adams, es un gran homenaje a Beethoven, cercano a la media hora de duración, para cuarteto de cuerda y variopinta orquesta, centrado en citas o paráfrasis de los «Cuartetos Op. 131» y «Op. 135» del de Bonn, amén de referencias más o menos explícitas a las sinfonías «Novena» y «Séptima» o la ópera «Fidelio». Se trata de una completa exhibición de maestría conceptual, brillantísima orquestación y rítmica –elemento esencial en Adams– fulgurante. De otra parte, «Harmonielehre» es una genuina sinfonía sin tal nombre, y se erige en página que garantiza la nombradía del compositor de cara a la historia. Su impactante primer movimiento, de 17 minutos de duración, todavía vincula a Adams con un minimalismo cuya causa abandonó pronto (y que convirtió en recurso, y no en finalidad), pero el movimiento central, «La herida de Anfortas», con citas obvias de la «Décima» de Mahler, del «Parsifal» wagneriano, de Schönberg o Debussy, es la gran declaración de principios musicales de Adams, en un tiempo lento digno de gran maestro.
La Obertura de «Fidelio» de Beethoven abrió la sesión sin pena ni gloria: Adams eligió la pieza para enlazar con el contenido beethoveniano de «Absolute Jest», pero el compositor americano no es un gran director, ni falta que le hace; es un creador de primera y lo fascinante de esta sesión de la Nacional era que el artista presentara sus propias obras, que, por cierto y con lógica, sí dirige estupendamente bien.