La caja registradora de Van Morrison
Muy lejos de sus mejores tiempos, el artista actuará en Madrid y Bilbao en conciertos sólo aptos para cuentas corrientes saneadas
Muy lejos de sus mejores tiempos, el artista actuará en Madrid y Bilbao en conciertos sólo aptos para cuentas corrientes saneadas
El león está de retiro. No es por agotamiento, sino por elección. Al fin y al cabo, no hay mayor muestra de libertad que elegir el momento de abandono. Lo sublime, la burla final, es que Van Morrison eligió hace muchos años llevar una vida más cómoda sin que para ello se resintieran sus ingresos, una de sus eternas obsesiones. Porque hay que ser un genio para, sin ya tener demasiado que ofrecer, cobrar desde 170 euros por entrada para su concierto en Madrid del 10 de noviembre y a partir de 100 el día siguiente en Bilbao.
Se puede decir que Morrison ha montado un tinglado empresarial como sólo Mick Jagger podría haberlo ideado. El irlandés, de 70 años, hace ya bastante tiempo que decidió finalizar con la exigente vida del músico auténtico, aquel que se pasa medio año en la carretera y el resto del tiempo intentando hacer canciones a la altura de su leyenda, unas veces con más fortuna que otras, pero siempre desde su compromiso con la creación. Morrison quería mezclar la tranquilidad del hogar con conciertos a la carta y mantener su líquido estatus financiero. Y lo consiguió con la tenacidad que falta en sus discos recientes.
- Con cronómetro
El irlandés vive en Cultra, un área residencial privilegiada al este de Belfast, cerca del Culloden Hotel, donde tiene su oficina y estudio de grabación. Todo, absolutamente todo, lo que concierne a su vida personal y profesional está directamente controlado por él. Desde allí forjó excelentes relaciones empresariales. Como por ejemplo con Howard Hasting, dueño de la cadena de hoteles que lleva su nombre y responsable de los numerosos conciertos celebrados bajo su auspicio con precios que se van por encima de los 400 euros para las mesas más cercanas al escenario. Por un astronómico precio siempre podrás decir que te tomaste unas costillas viendo cantar a Morrison. Para el artista, es dinero fácil sin tener que moverse de casa. Aunque por el mismo motivo también es capaz de cantar en un concierto benéfico en un teatro para 200 personas. Ante todo, no conviene distraer a la fiera del disfrute de su pereza. Recibió la distinción de «Sir» por su promoción del turismo en el Ulster... y odia las giras que le llevan muy lejos de su hogar. Tiene que haber mucho dinero encima de la mesa para que Morrison monte un pequeño petate y decida salir. La autoexigencia de los conciertos del irlandés es inversamente proporcional a lo que pide a los promotores, en cuestiones de caché y comodidades varias. Hasta no hace mucho, y no es una metáfora o suceso exagerado, situaba un cronómetro luminoso en un borde del escenario que arrancaba en el 90 e iniciaba su cuenta a cero. Cuando llegaba al final, e independientemente del momento de la canción que se tratase, Morrison salía literalmente a la carrera del escenario camino a casa.
Con este relato, cuesta creer que Morrison sea el mismo que tanta gloria ha dado a la música popular, que tanto trabajó hasta convertirse en uno de los artistas fundamentales de nuestra era, un hombre capaz de elevar la música, un músico de enorme originalidad y talento. Porque no hay muchos que puedan presentar un número tal de obras maestras como son «Astral Weeks» (1968), «Moondance» (1970), «Saint Dominc’s Preview» (1972), «Veedon Fleece» (1974), «Into the Music» (1979), «No Guru, No Method, No Teacher» (1986) o «Hymns to the silence» (1991). Morrison fue capaz de crear un sonido original en el que logró una sólida y genuina mezcla de soul, blues, country, folk y funk. Nunca necesitó progresiones de acordes complicadas ni manierismos efectistas, sino que le bastó con saber utilizar tres reglas básicas: manejo de los arreglos, elección correcta de músicos y una sideral capacidad interpretativa. Por supuesto, durante todas estas décadas, las que coinciden con el mayor peso de su obra, Morrison trasladó parte de su arte a los conciertos. Desde luego, muchos de ellos quedaron lastrados por caprichosos y erráticos momentos del artista, capaz de dar la espantada si se sentía disgustado por el aterrizaje de una mosca en su micrófono. Pero lo habitual fue ver a un Morrison entregado a su arte, a la exploración de los límites de su prodigiosa voz, a la improvisación extrema. Lo logró hasta bien entrada la segunda mitad de la década de los 90.
A partir de ahí, comenzó el lento declive hasta el acomodaticio estatus que hoy atraviesa. Ahora, los fans más entregados se conformarán con amortizar una pequeña parte de su ticket de tres dígitos con la interpretación de alguna joya como «Ballerina», «In the Garden», «Real Real Gone», «Wild Night», «Domino» o «When the Healing Has Begun». El resto agitará sus joyas. Y después, todo lo que quedará es un cartel en su camerino: «Por favor, no molestar». En realidad, no hay mejor definición que ese mensaje para explicar en qué consiste su actual vida.
Por los viejos tiempos
¿Quién fue Van Morrison? Es fácil explicarlo con las dos recientes reediciones de «Astral Weeks» y «His Band and Street Choir». El primer álbum es una de las grandes obras maestras de la música y la nueva edición se beneficia de un sonido mejorado respecto a la edición que salió en CD en 1990, con una voz en primer plano y unos músicos en estado de gracia e incluye tomas adicionales para completar. Por su parte, «Street Choir» muestra su faceta soul, con joyas como «Domino», «Virgo Clowns» o «If a Ever Needed Someone». Un brindis por los viejos tiempos.
- Dónde: Teatro Circo Price. Ronda de Atocha, 35. Madrid.
- Cuándo: martes, 10. 20:00 horas.
- Cuánto: 175 euros.