«La italiana en Argel»: Sonrisas desenfadadas
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De Rossini. Voces: Marianna Pizzolato, Francisco Brito, Carlo Lepore, Joan Martín Royo, Arantza Ezenarro, Alejandra Acuña, Sebastià Peris. Dirección musical: Paolo Arrivabeni. Dirección escénica: Joan Anton Rechi. Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid. Teatro-Auditorio de San Lorenzo de El Escorial. 28-VII-2018.
La ópera rossiniana era uno de los platos fuertes del presente Festival de San Lorenzo de El Escorial, junto a «La creación» de Haydn con La Fura dels Baus, la «Tercera» de Mahler y la «Leningrado» de Shostakovich con los conjuntos de la RTVE y Gómez-Martínez. Para la producción se aunaron el Colón de Buenos Aires –donde se estrenó el pasado mayo-, la Quincena donostiarra y San Lorenzo el Escorial, donde se programaron dos representaciones con muy buena entrada. La ópera de Rossini fue considerada en su época como una de las más divertidas –y así lo reflejó Stendhal en su «Vida de Rossini»– por sus pasajes desenfadados y apasionados. Allí escribió que los venecianos reían y se lo pasaban en grande, pero el tiempo pasa y hoy no puede generar tanta sonrisa –aunque cierto es que hubo muchas en el teatro– porque las dotes de mando de Isabella, la protagonista, están muy superadas en el mundo actual y los movimientos feministas nos comen al género masculino. Para dar vida a la ópera se ha optado por inventar y Joan Anton Rechi la concibe como la representación de una obra en Argel por una compañía de revista. Así tiene la oportunidad para colocar lentejuelas, dorados, plumas, travestis, etc. en el desfile de piratas, esclavos, eunucos y odaliscas, que tratan de provocar la sonrisa. No aporta gran cosa, no molesta, pero abruma un poco tanta «gansada» fácil. El reparto no lo han integrado artistas de relumbrón, pero si de un nivel medio adecuado para las circunstancias. La producción requería una mayor agilidad escénica que la que Marianna Pizzolato podía aportar dada su voluminosidad. La representación hubiese ganado en comicidad de haber contado con una mezzo con menos kilos. Pizzolato cantó en estilo, realizó las coloraturas, pero quedó algo corta en volumen. Esto último se notó especialmente por el contraste con el vozarrón de Carlo Lepore, un Mustafá que fue lo mejor del reparto. El tenor Francisco Brito, muy habituado a Rossini, demostró dominar el género en el papel de Lindoro y Joan Martín Royo, como Taddeo, volvió a ser el buen cantante-actor a que nos tiene acostumbrados. Correctos así mismo los tres personajes menores. Paolo Arrivabeni concertó con la autoridad de quien conoce bien el género y supo sacar un buen partido al Coro y Orquesta de la Comunidad de Madrid, aunque no hubiese estado mal un poco más de chispa, algo imprescindible en las obras cómicas de Rossini. Una representación correcta adecuada a las posibilidades con las que cuenta el festival, en la que el público se lo pasó bien.