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Los estados unidos de Springsteen

Crítica de rock / Concierto de Bruce Springsteen en Madrid. Bruce Springsteen & The E Street Band. Voz y guitarra: Bruce Springsteen. Guitarra: Stevie Van Zandt. Coros: Patti Scialfa. Batería: Max Weinberg. Bajo: Garry Tallent. Piano: Roy Bittan. Guitarra, acordeón: Nils Lofgren Estadio Santiago Bernabéu, Madrid
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Ante un público que daba palmas y hacia la ola, absolutamente entregado antes de empezar, se presentaba anoche Bruce Springsteen (Nueva Jersey, 1949) anunciando eufórico «¡Madrid, vamos!». Ni el embarullado sonido del comienzo del concierto pudo frenar la ovación ante «Badlands» porque su sola presencia en mono de trabajo oscuro y su estajanovista actitud rock aseguraban una noche memorable. Y así fue y lo vio un estadio Santiago Bernabéu a reventar.
Cuando tenía poco más de 30 años, Springsteen ya estaba cansado de hacerse el chico duro, del juego infantil del macarra chulito. «Aunque el mundo sea frío de corazón, me preguntaba por los lazos que unen las personas. Pensaba en lo que une a la sociedad, las ideas imperfectas que conectan a la gente», contaba sobre la sustancia de la que surgió «The River», el Everest discográfico al que se enfrentó en 1980 y al que ha rendido homenaje en una gira que llega a Europa comenzando por España. Aquel trabajo fue para el músico la forja de un estilo, un disco samurai que escribió un hombre joven tratando de aprender a envejecer, un personaje que es en realidad él mismo viéndose desde fuera y que atraviesa por canciones de bar tanto como por melodramáticos pasajes oscuros. Sin embargo, para el público europeo, el Boss ha traído, como anoche, una mezcla de repertorio más festivo y cercano a los éxitos de siempre. Pero nada más terminar de ver su proteico concierto, la verdadera pregunta sobre este caballero es, con aquel disco, ¿aprendió a envejecer o acaso es que no envejece?
Springsteen lleva todavía a hombros un chaleco de cuero que le hace parecer un veterano trabajador de astilleros, un obrero metalúrgico que bebe cerveza a morro de una botella marrón y conoce al barman por su nombre. Ajustados los problemas iniciales, el Boss se fue desquitando con «My Love Will Not Let You Down» y con «The Ties that Bind», la pieza angular de aquel trabajo, una canción que habla de una clase trabajadora que aprende a amar y salir adelante de la perpetua recesión en la que estamos.
Con «Two Hearts» el público vibró recitando el mensaje: dos corazones pueden más que uno, y ya conocen las palabras de «Hungry Heart», que cantó paseando entre el público de la pista: «No importa lo que la gente diga, a nadie le gusta estar tan solo». Era imposible sentirse anoche abandonado con el consejero espiritual y líder sindical Springsteen, porque parece un tipo dispuesto a echarte una mano en cualquier momento. Y si no, hey, no pasa nada, conoce dramas mucho peores que los tuyos o tiene siempre un remedio a mano: «Out in the Streets» forma parte de ese repertorio de odisea urbana que llega a buen puerto de madrugada.
Para el público madrileño, el Boss ya es como un colega de toda la vida, de esos que vienen de vez en cuando y la noche termina cantando a coro, como hizo todo el estadio con «The River». Miles de teléfonos iluminaban las gradas y la emoción alcanzaba su punto álgido, pero el jefe no dejó que decayesen los ánimos con ese baladón que es «Point Blank» con piano blanco de cola incluido. Su transformación física merece capítulo aparte. A los 66 muestra una forma física envidiable y hasta su prognatismo se ha convertido en una sonrisa zen. Ya quisiera Keith Richards lucir un pendiente con la educada clase de Springsteen. Sólo así se entiende el despliegue que cada noche lleva a cabo un tipo al que las dos horas estándar de concierto le parecen pocas.
Por supuesto que hubo tiempo para «Born in the USA» y «Born to Run» antes de que las luces del estadio amenazasen con una entrada en tromba de los geos. Por si faltaba alguna cosa, un muchacho de unos 11 años subió al escenario de entre el público y se secaba las lágrimas mientras abrazaba al jefe. El muchacho se quedó en blanco cuando se suponía que debía cantar y apenas acertó a decir «hola», pero todo el estadio le aplaudió. Esa escena resumió por sí sola lo que hace tres décadas Springsteen se preguntaba acerca de las cosas que mantienen unidas a las personas de diferente credo. Todos conocemos la respuesta.

¿La familia? Bien, gracias

Antes de sumergirse en el baño de masas del Santiago Bernabéu, Springsteen pasó una tranquila mañana, casi veraniega a tenor de las temperaturas, en el Campeonato de Saltos Internacional que se celebra en Madrid. Llegó acompañado de su mujer, Patti Scialfa y, muy discretamente, como cualquier padre de los que allí se congregaron, buscó un sitio en la sombra para poder ver la actuación de Jessica, la mayor de sus tres hijos, que no tuvo demasiada suerte. La pareja de artistas dio muestra de una enorme discreción.