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Luis Miguélez: «Fabio McNamara nunca ha sido activista LGTB, yo tampoco»

Músico todoterreno, ex-Alaska y Dinarama y McNamara, y autor de canciones que interpretaron Lola Flores y el Alejandro Sanz incipiente, acaba de armar el grupo The Miguélez
Luis Miguélez es un músico todoterreno que lleva años grabando al margen de las multinacionales
Luis Miguélez es un músico todoterreno que lleva años grabando al margen de las multinacionalesCedida
La Razón
  • Javier Menéndez Flores

    Javier Menéndez Flores

Madrid Creada:

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En los años de la Movida fue un actor de reparto, pero sus aportaciones musicales sacaron adelante algunas canciones que hoy son clásicos del pop. Guitarrista de aspecto fiero y alma cabaretera («soy muy rockera para las maricas y muy marica para las rockeras», afirma entre risas), Luis Miguélez (Bembibre, León, 1963) lleva más de dos décadas afincado en Berlín, aunque ahora anda por España tratando de sacar adelante su última creación, The Miguélez: «Es como The Smiths –explica–, pero con mi apellido. Ahora mismo parto de cero. Pretendo hacer música volviendo un poquito a mi adolescencia, rock, pero dentro de una evolución. Me acompañan Álex (bajo) y Zahara (bases programadas). He compuesto unas cuantas canciones y estoy en el proceso creativo de terminar una producción y hacer un vídeo, y luego ya el siguiente punto, el del “show business”. Se buscan –anuncia– discográfica y mánager». Porque estamos ante un todoterreno que lleva años grabando al margen de las multinacionales, que ha conocido a todo el mundo en la profesión y ha logrado sobrevivir hasta en los momentos más terribles. ¿Se considera doblemente superviviente? «Creo que hasta triplemente. Hay tres etapas clave en mi vida: salir de mi pueblo, llegar a Madrid y luego marcharme de Madrid, buscando desaparecer, y llegar a Berlín, subir al escenario sin que nadie te conozca y empezar a establecer conexiones con el público y con otros artistas. Gracias a Glamour To Kill –prosigue– hemos recorrido muchos escenarios del mundo y nos hemos demostrado que del “underground” se puede vivir. Ha sido una forma de autoestima. Un “no me conocen simplemente por haber formado parte de Alaska y Dinarama”». Pero ¿cree que a estas alturas merecía un mayor reconocimiento? «Creo que ocupo el lugar que me corresponde. He tenido la suerte de trabajar con gente muy dispar y, a la vez, bastante relevante. Porque haber tocado la guitarra con Alaska, que es la reina de la Movida, hacer una canción para Lola Flores, que es la Faraona, y luego ser amiga y compañera de fatigas de Fabio McNamara, que es no ya la otra reina de la Movida sino una emperatriz, jajaja… Eso te da un punto. He colaborado y escrito canciones con otros seudónimos en una época en la que había “show” y “business”, y ahora hay, sobre todo, “show”. He llegado a tocar lo que quise, sí, con la mala suerte de que en los mejores momentos con Fabio y con Glamour To Kill, como siempre he dicho en broma, las cantantes se me volvieron locas, jajaja. Y luego es que las drogas nos castigaron mucho. Cuando los proyectos estaban más arriba, tanto con el disco “Rockstation” [con McNamara] como con el éxito que fuimos teniendo con Glamour To Kill, surgieron circunstancias internas y ante eso no puedes luchar. No puedes luchar contra adicciones y cosas de ese tipo».
Miguélez estuvo enrolado en Alaska y Dinarama desde su segundo álbum hasta la extinción del grupo. ¿Qué fue lo mejor y lo peor? «Lo mejor fue que entré como músico contratado y salí como miembro del grupo. Y terminó con un mal rollo que es “vox populi”: Carlos [Berlanga] tuvo enfrentamientos con Alaska y con Nacho. Desde el último disco, “Fan fatal”, Carlos quería llevar sus canciones a otra dimensión y Alaska, Nacho y el mánager, Pito, querían entrar en una dinámica que iba más por el electro house y el acid house, y a partir de ahí se empiezan a grabar canciones que no son de Carlos. Ahí empezaron ciertos malos rollos que no soy yo quien los tiene que contar. He compartido piso con Carlos Berlanga, pero les tengo cariño a los tres. Todos sufrimos una situación de estrés». Luego empezó en Fangoria, pero se bajó al poco: «En Fangoria las guitarras tenían cada vez menos protagonismo y a mí me apetecía evolucionar como guitarrista. No me veía haciendo “playbacks” detrás de un teclado, no era mi lugar. Pero malos rollos no hubo ninguno, porque a fecha de hoy yo con Alaska y con Nacho me sigo llevando bien. Y cuando nos vemos, pues no nos comemos el coño, jajaja, pero bien».
Miguélez ha transitado todos los géneros musicales y ha hecho colaboraciones un tanto marcianas que, en teoría, no cuadran con él. O sí. Coescribió un rap para Lola Flores («¡Ay, Alvariño!»), grabó con el Príncipe Gitano, escribió un par de temas para Alejandro Sanz en sus comienzos, cuando aún era Alejandro Magno, y «Todo esto es la música», la canción con la que Serafín Zubiri representó a España en Eurovisión en 1992. «Lo importante –reflexiona– es que lo que hagas salga de una forma natural. Aprendí a tocar de forma autodidacta, escuchando a Jimi Hendrix, Led Zeppelin, Alice Cooper, Santana, y empecé a tocar de adolescente en orquestas de pueblo, con las influencias de la España de los 70, Camilo Sesto, Raphael, etcétera. Entonces, a partir de ahí, mi condición no meramente rockera, por mi sexualidad, me ha llevado a una línea más discotequera, y mi forma de evolucionar se ha ido volcando hacia la música electrónica».
Con Fabio McNamara grabó un disco excelente, «Rockstation», que se malogró porque la estrella no se implicó lo suficiente («Me comí yo solo la mitad de la promoción. Fue un capítulo triste. Me reía por cosas surrealistas que pasaron, pero era una risa de “me cago en tu puta madre”»). A mucha gente le ha sorprendido la supuesta deriva «reaccionaria» de McNamara: misa diaria, clamar la resurrección de Franco y manifestar su rechazo al aborto. ¿Cuánto hay ahí de pose y cuánto de autenticidad? «Fabio es él mismo, es así. ¿El Valle de los Caídos? Nosotros no nos preocupábamos por eso, no teníamos la mente en ese mundo. La teníamos en vivir, divertirnos, pasarlo bien, ponernos finas, ponernos un modelito, y en crear. Nos drogábamos y pintábamos, escribíamos, se nos ocurrían canciones, y así transcurría todo. Nos íbamos a ver a las Costus [pareja de artistas plásticos, ya fallecidos] al Puerto de Santa María, íbamos por Huelva o Portugal y terminábamos en Fátima, metiendo la cabeza las dos en la fuente de Fátima para no volvernos locas, jajaja, y con unas licras de leopardo. Mucha gente dice: “Fabio, icono LGTB”, y dices “no, Fabio no es icono de ningún LGTB, nunca ha sido activista”, yo tampoco. En los 80, nosotros –relata– íbamos con una licra y un pelucón y teníamos que enfrentarnos a un Chueca lleno de macarrerío. Porque íbamos a pillar unas anfetas o unas papelas y nos las teníamos que ver con un mundo que era el de las películas de Eloy de la Iglesia. La gente ahora mitifica todo eso, pero nosotros teníamos que exponernos y salir de ahí vivas. Visibilizábamos lo que éramos, no lo escondíamos. Y Fabio sigue siendo él. No sé si se lo oí decir a Antonio Alvarado, el diseñador: “A ver, nenas. Fabio siempre ha sido así. Que antes le rieses las gracias y ahora no te gusten es otro rollo”. Pues eso».

DELFINES Y LEOPARDAS

Por Javier Menéndez Flores

Desde el mirador implacable de la Torre de televisión de Berlín, Luis puede ver, siempre que las nubes arrimen el hombro, el Santuario del Santo Ecce-Homo, en cuyo interior un Cristo atado a una columna es venerado como una rock star. Y si entorna aún más los ojos distingue sin asomo de duda la calle Ancha, allí donde los leoneses rugen desatados y la vida crepita como madera tierna en brazos del fuego. Y es en la línea misma del horizonte donde resplandece el Ras –calle de Barbieri adentro, corazón de Chueca, «Satanasa» en vena–, y la sola visión de ese garito le explota en las entrañas igual que aquellas sustancias que lo llevaban tan lejos y tan alto y, al fin, lo lanzaban al suelo a mil kilómetros por hora. Pero antes del siniestro total, cual revelación divina, solía tener el privilegio de unos labios en los que era fácil mirarse como en un espejo que mostraba la mejor versión de uno mismo.

¿Cuánta noche cabe en un solo cuerpo, Luis? ¿De qué color es el recuerdo de un precipicio? ¿En qué momento la carcajada puede considerarse delirio? Sobrevivir iba en el sueldo del buscador sediento y resucitar llegó a convertirse en el pan vuestro de cada noche, pero qué me dices de lo mucho que os reísteis, ¿eh? Anda y que os quiten lo bailado y consumido, nenas. Vestidas igual que mamarrachas –pelucón y licras de leopardo–, escandalosas como ametralladoras, corríais con los ojos vendados sobre el filo de la guadaña del Madrid la nuit, que te lo prometía todo pero a las seis de la mañana siempre se desdecía.

Desde las verbenas de pueblo, aquella España con una sola ceja, hasta los confines del deseo carnal, donde te permitieron ser un dinarama más y fardar de guitarra. Después, Fangoria sin gloria y aquellos Los + que fueron inevitablemente a menos, y los chulos, queridísimo Alejandro, son pa’ cuidarlos. Todo esto es, o debería ser, la música. Y cuando ya rozabas el paraíso a lomos de un misil llamado McNamara, a Fabio no se le ocurre otra cosa que ponerse a ciscar en el salón de casa. Nunca has hecho una maleta con tanto dolor y tantísima rabia. Y como eres del Bierzo, «muy burra pero muy noble», pusiste proa a tierras frías y enseguida el «Das Lied der Deutschen» entró a formar parte de tu vida. La memoria, qué te voy a contar que tú no sepas, es una veleta a merced de un huracán. Solo que el hijo de un minero asturiano y cantor no necesita que le expliquen lo que es tener que reconstruir su casa justo después de haber colocado el último ladrillo.

Y qué más da la posteridad si uno firmó algunas canciones que galopan por las venas como el caballo marrón más potente. Mira si no a san Camilo Sesto, aquel George Michael a la española, ¿acaso no merece un monumento? Pero qué mejor manera de rendirle honores que metiéndose en este preciso instante en cualquiera de sus clásicos y echar a volar.

Explícales a los fundamentalistas, Luis, que «Un ramito de violetas», el Festival de Eurovisión y Georgie Dann pueden maridar sin problemas con Jimi Hendrix, Led Zeppelin y el cuero negro de Alice Cooper. Las canciones de la infancia dan alegrón, pero si suena «Heroes» la vida es anchísima y estrecha a un tiempo. Llegaste a la conclusión de que Bowie tiene todas las respuestas cuando en el Berlín que mereció la pena conocer, y que no es el actual, se convirtió en un himno para ti solito, avaro supremo de esa voz y esos lamentos.

(Seré rey y tú, reina. Podemos ser héroes, amor, y ojalá pudieras nadar como los delfines, tan bellos. De pie los dos, delante del muro, sintiendo las balas sobre nuestras cabezas. Juntos siempre, besándonos, héroes sólo por un día. Porque nada los ahuyentará y nada somos y nada nos ayudará. Ay, ay, ay… Y taconazo).