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¿Qué pasa con Bruce Springsteen?

Contiene versiones, rarezas, y se aleja del sonido de la E-Street Band
larazon
  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

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Y Bruce Springsteen descansó en su decimoctavo álbum. Acostumbrado a implicarse hasta la médula en cada disco, su nuevo trabajo sugiere un alto en el camino. Y, de paso, alumbra el nacimiento de una notable polémica. La cosa en cuestión se llama «High Hopes», que sale a la venta el lunes, y hace días que provoca debates. Muchos aficionados han escuchado sus canciones, y hasta los más fieles se preguntan: «¿Qué ha querido hacer Springsteen con este disco?». Porque lo que el oyente se encuentra en «High Hopes» es una especie de cajón de sastre, un álbum compuesto por descartes de otras sesiones, versiones de otros artistas y reinterpretaciones de canciones ya grabadas previamente por el músico de Nueva Jersey: un capricho. Además, los trabajos del «Boss» casi siempre se han caracterizado por estar muy bien pensados, por meterse de lleno en una propuesta sólida, fuera ésta equivocada o no.
El arranque es «High Hopes», una versión del extraño músico Tim Scott McConnell, que abunda en la división generada desde que Springsteen se alió con el productor Ron Aiello. Para algunos, modernizó –qué palabra tan peligrosa– el sonido del músico con sus programaciones, muros de sonido, bases rítmicas y mezclas sin fin. Para otros, fue su tumba y el adiós al sonido clásico de rock and roll. Y ya desde las primeras canciones el oyente aprecia una guitarra que no es la asociada a la E-Street Band. El instrumentista en cuestión es Tom Morello, de Rage Against the Machine, un músico al que Springsteen profesa devoción. Le ha acompañado en muchos conciertos. Pero el seguidor del Springsteen más clásico no se siente cómodo con su estridente sonido, en el que se escuchan muchas notas por segundo.
Pero hay más cosas sorprendentes en este capricho de Springsteen y otra de ellas es su decisión de volver a grabar viejas canciones de su catálogo. Es lo que sucede con «American Skin (41 Shots)», un magnífico tema de denuncia que apareció por primera vez publicado en «Live in New York City», de su gira de 2000. Más inquietante para sus viejos seguidores ha sido regrabar «The ghost of Tom Joad» con esa imprevisible guitarra de Morello. Con todo, ninguna concesión ha provocado tanto desánimo como escuchar a los tres hijos de Springsteen y Patti Scialfa hacer coros en «Down in the Hole». Es habitual que muchos músicos incluyan a familiares y amigos en sus grabaciones, pero no tanto a los más pequeños. Y más versiones que sorprenderán a quienes no hayan seguido la carrera reciente de Springsteen: el «Just Like Fire Wound» de los Saints y el «Dream Baby Dream» de Suicide, una de las bandas favoritas del norteamericano. Conscientes de la controversia, tanto Aiello como Morello defendieron que este disco de Springsteen está más pensado de lo que sugiere el resultado final. Las canciones escogidas, dicen, no encajaron en su día en otros discos y ahora sí encuentran un espacio adecuado. Mientras, diversos seguidores de Springsteen se preguntan si su músico favorito se ha quedado sin inspiración para componer y sin canciones en el cajón de las reservas. Se suele decir que cuando un compositor recurre a las versiones es que se ha «secado». ¿Y si Springsteen no es tan prolífico ahora como lo era antes? No es una cuestión fácil de resolver, pues sólo el tiempo lo dirá. Puede que en cinco meses saque otro trabajo.
Objeto de debate
Lo que sí parece claro es que hace tiempo que Springsteen decidió no mirar atrás. Sus viejos sonidos –los de álbumes tan míticos como «Born To Run», «Darkness of The Edge of Town» o incluso «Born in the USA»– sólo le interesan para fomentar el «karaoke universal» en el que se convierten sus extenuantes shows en estadio. En el estudio está en otra cosa, en «modernizar» su sonido. Aunque, como sucede en «High Hopes», no haya supervisado buena parte del proceso de mezclas. Springsteen acaba de entregar su álbum más extraño, tanto por concepto como por la elección de canciones. Quizá quería darse el gusto de grabar con Morello. O incluir versiones alejadas de convencionalismos. O regrabar canciones propias que en su día no le agradaron. O sacar al fin un álbum sin esas pretensiones que tanto se le presuponen. Sólo él sabe qué diablos ha querido hacer.
Pero lo es incuestionable es que «High Hopes» hizo –y está haciendo– mucho ruido. No extraña que actualmente sea el álbum con más prerreservas en el mundo ante su publicación del lunes ni que haya llenado tantas páginas de revistas y periódicos con debates físicos y metafísicos. A sus 64 años, a Springsteen no se le han quitado las ganas de sorprender. Sea para bien o para mal, que ése ya es otro debate.

Unos fans que dan miedo

El pasado año apareció un documental titulado «Springsteen y yo», producido por Ridley Scott, en el que los protagonistas auténticos eran los seguidores del artista de Nueva Jersey. En ese filme, los devotos (muchos de ellos ridículamente fanáticos) contaban cómo Springsteen (en la imagen, en su última visita a Madrid) cambió sus vidas o cómo contribuyó a guiarles en su camino. Se asiste a escenas inquietantes. «Springsteen y yo somos amigos desde 1985, aunque él no me conoce», dice una fan danesa. «Somos el tipo de gente que sale en sus canciones», asegura una pareja. Todo se adereza con cientos de guiños del propio artista hacia sus devotos, cuerdos y no tanto. Al final, todo el filme se reduce a una carrera por ver quién es el más fan de Springsteen. ¿No da miedo?