Hace ya una década que cumplió las bodas de plata con su profesión, y eso son muchos años en el alambre. Ese viaje ha dejado una veintena de discos, ventas millonarias y algunos clásicos que no hay un solo españolito que no conozca, como «Esa chica es mía», «Bailar pegados» y «Galilea». Sergio Dalma (Sabadell, Barcelona, 1964) nunca quiso ser una cosa distinta de lo que es: «Lo mío ha sido puramente vocacional, sí. Lo de subir a un escenario siempre me llamó mucho la atención. Cuando en el colegio se proyectaba el festival de fin de curso, yo era el primero que levantaba la mano. Para hacer reír o para cantar, lo que fuera. La interpretación, meterse en la piel de otros, me fascinaba. En la música, a veces eres protagonista y otras, narrador. Y cuando fui creciendo y venían las orquestas a mi ciudad, flipaba y decía “¡yo quiero hacer esto!”. A los 16 años empecé a cantar en salas de fiesta de Barcelona... Tengo un gratísimo recuerdo de aquello. Por eso –añade– me dan pena esos chavales a los que les preguntan qué quieren estudiar y no existe aquel fenómeno vocacional que podíamos tener nosotros. Hace unos años querían ser futbolistas y ahora quieren ser todos “influencers”». O directamente famosos, apunto. Cuando la fama, antes, era la consecuencia de una vocación, pero nunca la meta en sí: «Has dado en el clavo –asiente–. Creo que no hay cosa peor, ni término más, uf, horrible, que el de “famoso”. Una vez, en un teatro, una chica me dijo: “¿Me puedo hacer una foto contigo? No sé quién eres, pero sé que eres famoso”. Y le contesté que no. Creo que es de las pocas veces que he dicho que no a una foto, y fue por esa forma tan desconsiderada de pedirlo. Lo de ese afán de buscar ese minuto de gloria y de famoseo a cualquier precio… Mira luego las consecuencias que trae».
"Si no me tomo un par de copas de vino, no tengo narices de salir al escenario"
El «estilo Dalma», ese modo de cantar a la italiana, se fraguó en su infancia: «Mi madre era muy seguidora de la canción francesa e italiana, y a mí me llamaban la atención esas voces porque empezaban una octava bajo, grave, y luego terminaban agudo... Esa forma de romper la voz era muy diferente a lo que estaba acostumbrado a oír en la radio. Y si me marcaron esas voces italianas fue por eso, porque eran totalmente diferentes a la hora de expresar con la voz y, también, con los gestos. Y cuando empecé a hacer jingles para radio y televisión –trabajo que desarrolló durante un lustro–, no sé por qué con un tema de The Police que hicimos para un refresco rompí un poco la voz, a la italiana, y les encantó, pensaron que era una forma nueva. Las voces de publicidad eran muy sugerentes, muy dulces, y eso rompía un poco los moldes. Creo que el “estilo Dalma” comenzó ahí, sí, casi por un accidente». Pero el éxito, pese a su singular modo de cantar, no le llegó de golpe, sino después de muchas negativas: «Cuando hice las primeras maquetas en las que estaba “Esa chica es mía”, las presentamos con unos productores a varias compañías de discos, multinacionales, y todas dijeron que no. Aquel era un momento donde había más bandas, por la Movida y tal, y, salvo el incombustible Bosé, era complicado que apostaran por un solista. El último intento fue una compañía independiente, pequeña, que prácticamente se dedicaba al flamenco y a las cintas casete de chistes, Horus, de Barcelona, y dijeron que querían probar, que era el primer experimento pop que iban a hacer. Por eso siempre he dicho que lo que permitió que yo pudiera grabar ese primer disco fue que había una serie de artistas en esa compañía que estaban en el uno y en el dos de ventas, como María del Monte».
Los años siguientes fueron muy fructíferos para Dalma, y a pesar de que la industria discográfica es hoy radicalmente distinta a la de sus inicios, algo que motivó la llegada del digital, él ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos: «A mí todavía se me permite hacer una obra entera. Y cada vez que preparo un disco, busco un orden emocional con las canciones. Que cuando esa persona escuche esa canción, venga luego otra y le produzca otro sentimiento. He tenido la suerte de recibir canciones muy especiales, caso de “Bailar pegados”, que nunca imaginé lo que llegaría a comportar. Pero nunca he querido estar en la zona de confort. Les encargo canciones a autores jóvenes y les digo que se olviden del Sergio Dalma que conocieron, porque todo evoluciona. Y defiendo las nuevas canciones como si las hubiera escrito yo: las canto, las interpreto y las lloro».
"A veces me he sentido defraudado, pero no por este mundo sino por una serie de personajes"
La gira «Sonríe porque estás en la foto», título de su último disco, ha arrancado el pasado fin de semana y lo llevará por toda la geografía española a lo largo del presente año. No oculta Dalma, ya con toda la cabeza en la atmósfera de la carretera, lo nervioso que se sigue poniendo antes de cada concierto: «Muchísimo. Soy muy buen bebedor de vino, y si no me tomo un par de copas antes, no tengo narices de salir al escenario». En su larga carrera ha habido momentos dulces y tropiezos, como en la de cualquier artista de éxito, pero no duda en hacer un elogio de su profesión y en agarrarse a los días con sol: «A veces me he sentido defraudado, pero no por este mundo sino por una serie de personajes que han podido estar gobernando en una serie de compañías de discos o en el mundo de la música. Pero este trabajo en sí, estar en el bolo, en la furgoneta, en el estudio… eso nunca me ha decepcionado. He vivido momentos buenos y momentos duros dentro de la música, porque he visto cómo ha ido cambiando todo, y siempre he luchado y he creído en mí mismo. No he tenido las cosas fáciles y eso me ha gustado. Y sigo luchando –concluye– e intentando estar en la foto».
Y TE SALE «TI VOGLIO BENE»
Por Javier Menéndez Flores
Te enseñaron desde muy pequeño que Italia era un país distinto al nuestro, incluso pudiste comprobarlo con tus ojos en un mapamundi a todo color: aquella bota que parecía garabateada por la mano indolente de un niño. Pero la vida, a veces, puede ser un cuento, una novela, una película. Y un día caminabas por la Rambla de Sabadell y te chocaste con el Coliseo. Y a la vuelta de la esquina casi te atropella una góndola cuyo jinete tenía el rostro de Casanova. Y aún no te habías repuesto del susto cuando te viste inmerso en el conjunto de Pisa. La impresión fue todavía mayor cuando al abrir la boca te nació una música que te había sacudido el corazón en la infancia, profunda como la herida de un estilete, y comprendiste que uno es del lugar donde se emocionó hasta las lágrimas por vez primera. Que es ahí, y en ninguna otra parte, donde ondea, altiva, la bandera de tu patria, que no es un territorio sino un aroma y, en ocasiones, un puñal tan vivo que te mata.
Qué lejos quedaba la cima del mundo desde los contornos de Barcelona, cuando la excesiva juventud hacía que el otoño no fuese más que un nombre que carecía de valor. Pero tenías la mochila vacía y la determinación llena, y no hay ejército capaz de derrotar a un hombre que sabe hacia dónde se dirige y rema sin permitirse el lujo primermundista de las distracciones. Además, ¿cómo que solo? ¿Acaso Celentano, Cocciante, Baglioni, De Gregori, Dalla, Battiato no son el universo entero? Y en el despertar de los ochenta, en salas de fiesta que exhalaban un olor que viajará contigo el resto de tu vida, empezaste a afilar el arma que te iba a terminar arrancando de la medianía y los horarios insobornables.
Pasaron unos cuantos siglos y en Milán, una tarde en la que los negronis se sucedieron igual que estrellas fugaces y los camareros entonaban a sus cantantes favoritos como quien reza un himno, supiste que esa escena ya la habías soñado un millón de veces; en los años en los que tu armario guardaba la ropa justa pero tu sonrisa derribaba todas las puertas. Y quizá te dio por pensar que no somos más que contenedores de recuerdos que, vayamos donde vayamos, acabaremos en el lugar exacto del cual partimos.
Quien sostenga que te fue fácil, Josep Sergi, no estaría diciendo toda la verdad. Hubo momentos sombríos. Noches en las que el sueño se negaba a abrazarte y las preocupaciones se tornaban gigantes invencibles. Días brumosos aun en el corazón del verano. Pero siempre que sentías que ya no aguantarías más, que esa vez sucumbirías, aparecía Serrat como ese faro salvador que guía el camino del marinero en pleno festival de niebla. Y tu obstinación y el amor por la música hacían el resto.
Cada vez que abandonas el Ampurdán y el Piamonte y te escapas a Madrid, tus pasos te acaban llevando inevitablemente al Retiro, donde entre mimos y holgazanes, guiris y oficinistas que se sacuden el estrés igual que si fuese caspa, eres un marciano más. Y allí, bajo el sol glacial de enero, los nervios porque tienes que salir de nuevo a la carretera siguen perforándote las sienes. Pero no hay como ese zumbido para constatar lo vivo que todavía estás.
Y cuando quieres decir «te quiero» te sale siempre un «ti voglio bene», y entonces te encoges de hombros porque sabes que hay cosas que ya no se pueden cambiar. Pero no dejes de sonreír, Sergio. ¿No ves que sigues en la foto?