Sección patrocinada por sección patrocinada

Canciones revolucionarias

'Strange Fruit', una canción para hacer "arder las entrañas del público"

La voz de Billie Holliday era conmovedora, pero la truculencia de aquella letra heló a su país y al mundo

Billie Holiday por aquellos que la conocieron
Billie Holiday por aquellos que la conocieronlarazon

Cuando la cantaba, el público enmudecía, soltaba las bebidas, se olvidaba de los cigarros consumiéndose en el cenicero. La audiencia guardaba silencio escuchando de su voz rota el relato de unos hechos atroces, la descripción de un infierno en 1939. Billie Holiday tenía solo 23 años, una gardenia en el pelo y oro en la voz. Cantaba en los clubes de Manhattan y guardaba siempre para el último número una pieza que dejaba temblando el aire y hiela las venas. Será la primera canción de la historia que, convertida en parte de la industria del entretenimiento, sea lo contrario de esto: un tema que haga preguntarse: ¿debo aplaudir o llorar? Esta fue la historia de «Strange Fruit».

En la misma ciudad de Nueva York, Abel Meeropol, miembro del Partido Comunista y profesor en el Bronx, escribía en su tiempo libre poemas y obras de teatro de contenido político. Como judío emigrado de Europa, Meeropol sabía bien del peligro que se cernía sobre el mundo y los padecimientos por la intolerancia, y aunque hombre blanco, podía intuir lo que venía. Sintió ganas de vomitar cuando abrió un periódico y vio una fotografía con los cuerpos de dos afroamericanos colgando de la rama de un árbol en Indiana. Escribió un poema, «Bitter fruit» (fruta amarga) y, poco después, se decidió a ponerle melodía para poder cantarla en las reuniones políticas. La canción llegó a ser interpretada por Laura Duncan en el Madison Square Garden y así es como llegó a oídos de Robert Gordon, quien dirigía el espectáculo de Holiday. Fue él quien se dio cuenta de que el poder de ese tema no podía introducirse en el repertorio de cualquier manera: debía ser la última canción, la sala permanecería a oscuras y los camareros dejarían de servir. «La gente tenía que recordar ‘‘Strange fruit’’ y que le arda en las entrañas», aseguró.

Imaginen al oyente despistado asistiendo por primera vez a esta letra con una de las mejores voces de la historia: «Southern trees bear a strange fruits» (los árboles del sur dan un fruto extraño). «Blood on the leaves and blood at the root» (sangre en las hojas y sangre en la raíz). Un momento, se preguntarían, incrédulos. ¿Esto qué es? «Black bodies swinging in the Southern breeze» (cuerpos negros mecidos por la brisa sureña): ¿está hablando de ahorcamientos? Algunos espectadores abandonaban el local, espantados por un puñetazo de realidad que no esperaban encontrarse, por la lírica macabra y directa. Habían pagado para ser entretenidos, para pasar el rato. Nadie, fuera de los piquetes, las huelgas y los sindicatos, había interpretado un tema con semejante dosis de realidad.

La Marsellesa de los negros

La canción, además, incluía esa palabra, «swinging» que tan de moda estaba en los años 30 como el término favorito del jazz, pero en un sentido completamente distinto, como el verbo de la culpa, del abandono de los cadáveres sin el menor de las dignidades, sin sepultura. Samuel Grafton, del «New York Post», escribió: «Si la ira de los explotados llega algún día a arder en el Sur, aquí tienen su Marsellesa». Resultaba tan impactante que, a pesar de su fama, el sello habitual de Billie Holiday, Columbia, prefirió tragar saliva que publicar la canción. Era un material demasiado inflamable, así que Holiday recurrió a un pequeño sello izquierdista, Commodore Records para la primera de las cuatro versiones discográficas que hará en su vida.

«Strange Fruit» tuvo, sin embargo, una fuerza vampírica: se adueñó de la carrera de la gran dama del jazz y, para muchos, la gravedad de su contenido fue arrastrándola cada vez más hacia la amargura. La heroína que empezó a consumir durante los años 40 no ayudaba en absoluto a otra cosa, claro. Sus actuaciones no se entendían sin ese tema, que consideraba suyo: pedía explicaciones personalmente a quien trataba de cantar una versión. Durante las siguientes dos décadas, Holiday seguía interpretándola, cada vez mejor, con las heridas de su voz y la de todas las voces en cuyo nombre cantaba.