The Cure, todo al negro
El grupo de Robert Smith, que sin publicar discos sigue más vigente que nunca, visita España con un formato maratoniano y máxima intensidad
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El grupo de Robert Smith, que sin publicar discos sigue más vigente que nunca, visita España con un formato maratoniano y máxima intensidad
Consiguieron hacer que lo triste suene dulce y le sacaron matices al negro por el oído. El impacto de The Cure en la música popular durante las últimas cuatro décadas se ha producido a través de un proceso de decantación del sonido de su tiempo, el post punk inglés más característico (el negro mate herencia de Joy Division) al que le han aplicado gran cantidad de registros y tonos, como si proyectando sobre él metáforas su naturaleza pudiera cambiar y dejar de ser la negación del color. ¿O era la suma de todos los colores? Liderando la alquimia de este proceso más sentimental que científico, Robert Smith, corazón de la nave, ha pasado por varias etapas vitales y musicales, amenazas de espantada y renovación final de su compromiso. A continuación están algunas de sus fases creativas, ricas en grandes éxitos, que serán el objeto de la gira que trae a la banda británica a España, en concreto a Barakaldo, Madrid y Barcelona, los días 20, 24 y 26 de noviembre, respectivamente. Prepárense para un derroche emocional, una sesión delicada servida en formato maratoniano. Aviso a navegantes: La gira «The Cure 2016» presentará a Robert Smith (voz/guitarra), Simon Gallup (bajo), Jason Cooper (baterista), Roger O’Donnell (teclados) y Reeves Gabrels (guitarra) repasando 37 años de producción, mezclando éxitos, rarezas y temas hasta ahora inéditos. Los británicos están regalando tres bises y hasta 30 temas por noche.
w varias trilogías
Desde sus comienzos, The Cure son esos grupos en los que se dan cita lo selecto y exquisito y lo coreable y popular. Un grupo fundamental en las últimas décadas que además estuvo buena parte de su carrera entregando un disco por año, hasta producir una cantidad tal de canciones memorables que más les convenía bajar la velocidad. Lo hicieron y hasta en sus peores momentos seguían haciendo hits. Su primer disco fue «Three Imaginary Boys», que incluía una versión de «Foxy Lady» de Jimi Hendrix (es difícil pensar una canción que se pueda identificar menos con ellos, pero así fue), aunque el asunto que generó más ruido fue un single previo: «Killing an Arab», estaba inspirado en «El extranjero» de Camus, pero por su estética oscura hizo propagarse un rumor sobre el supuesto racismo de la banda. En ese trabajo ya estaban presentadas las credenciales. Michael Dempsey, el bajista, marcaba el paso de ese sonido oscuro y pesado por el que va asomando una vena gótica.
Con la salida de Dempsey y la entrada de Simon Gallup el giro hacia el terreno gótico se consolida. Esta es la primera trilogía del grupo, la llamada «siniestra», basada en tres discos editados en tres años consecutivos, del 80 al 82: «Seventeen Seconds», «Faith» y «Pornography». Un imaginario personal, doliente, lleno de metáforas reconocibles, inquietante. «A Forest» fue el sigle que mejor define esta etapa y el más exitoso de esos años. Con esa voz de Robert Smith que va ganando en claridad pero que ya es capaz de llevar con los agudos más arriba sobre las atmósferas envolventes. Sin embargo, a partir del 83 las cosas cambian. Smith colabora más intensamente con Siouxsie and the Banshees (su relación se remonta a años atrás), con los que prueba terrenos más psicodélicos y electrónicos y se abre una nueva etapa, más cercana al pop, con un a nueva trilogía de discos. Los cambios en la formación y las dudas sobre la viabilidad de la banda (los resultados comerciales son más bien discretos) habían hecho mella antes en su autoconfianza antes de que publicasen «The walk» y «The lovecats» como singles, canciones que tuvieron una gran acogida comercial. Smith se sacude los complejos y los teclados empiezan a tener presencia en «Japanese Whispers» (recopilatorio), «The Top» y «The Head on the Door».
Pero la transformación no será completa hasta la edición de «Kiss Me, Kiss Me, Kiss Me» (1986) donde la evolución hacia el pop continúa, pero no por la ruta predecible, sino mediante un arriesgado doble álbum que se distancia del lado siniestro y que incluye canciones radiables como «Just Like Heaven», «Catch» y «Why Can’t I Be You». No es de extrañar que, a continuación, el sello del grupo considerase una mala idea volver a la oscuridad. Pero Smith, que había tenido malas experiencias con sus comañías en el pasado, no dio su brazo a torcer con «Disintegration». Le dijeron literalmente que estaba invitando a la gente a quitarse la vida, sin duda porque no habían escuchado bien temas como «Lullaby», «Lovesong» y «Pictures of you». Era un disco inmenso, complejo y profundo. Y vendió millones. Luego llegaron los 90, sus horas bajas. Pero ya quieran todas las bandas del mundo publicar canciones en sus momentos más bajos como «Friday, I’m In Love» y «High» («Wish»). Y aún han tenido tiempo de algún disco irregular como «Wild Mood Swings» y de volver, una vez más, a los oscuros orígenes en «Blood flowers». Porque Robert Smith y los suyos apuestan siempre todo al negro.