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Napoleón, de cuerpo entero

Una ambiciosa exposición en París propone una mirada nueva al controvertido general y emperador a través de más de 250 obras y objetos
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«En nuestros días, nadie ha concebido nada grande: me toca a mí dar el ejemplo». Corría el año 1796 cuando, nada más tomar Milán, Napoleón Bonaparte confiaba a su ayuda de campo, Marmont, sus ambiciones y designios para Europa.
«En nuestros días, nadie ha concebido nada grande: me toca a mí dar el ejemplo». Corría el año 1796 cuando, nada más tomar Milán, Napoleón Bonaparte confiaba a su ayuda de campo, Marmont, sus ambiciones y designios para Europa. El general corso estaba triunfando en donde, antes que él, una miríada de reyes franceses, de Carlos VIII a Enrique II, habían fracasado sistemáticamente. Cuatro años después, el oficial del Ejército se tornaba cónsul por obra y gracia de un golpe de Estado y en 1802 se proclamaba y coronaba emperador hasta su declive en 1815.
Sólo quince años en el poder pero en los que Bonaparte consiguió lo que ningún otro hombre de Estado había logrado desde Carlomagno –a quien Napoleón, su epígono, aspiraba a suceder–: marcar profundamente y por mucho tiempo la historia de Europa. Un breve pero prolífico periodo en el que se adentra la exposición «Napoleón y Europa», que estos días se ha inaugurado en el Museo de la Armada de París.
Se trata de la primera gran muestra, desde la retrospectiva del Gran Palacio en 1969 con motivo del bicentenario de su nacimiento. Y es que aunque han pasado algo más de dos siglos de la era napoleónica, Francia todavía no es capaz de proyectar sobre el hombre y el personaje una mirada objetiva y distanciada.
De hecho, la idea se inspira en la exposición «Napoleón y Europa: el sueño y la herida», organizada por el Centro Nacional de Arte y Exposiciones de Bonn, que analizaba la influencia de Napoleón I en el Viejo Continente. «Lo que nos pareció interesante fue adaptar ese proyecto al público francés y a un establecimiento como el nuestro que acoge no sólo colecciones napoleónicas sino la misma tumba de Napoleón, partiendo del mismo concepto. Es como si fueran dos ramas de un mismo árbol» explica a LA RAZON Émilie Robbe, comisaria y conservadora del departamento moderno del museo galo.
La muestra, compuesta por más de 250 obras, objetos y documentos, algunos muy valiosos por su valor simbólico y de los que la mitad han sido prestados por instituciones europeas, busca sobre todo huir de clichés e ideas preconcebidas y alejarse lo más posible de la perspectiva francesa que hasta ahora han impregnado todas las monográficas dedicadas a Bonaparte, admirado y odiado a partes iguales.
«El objetivo es renovar la mirada sobre la figura de Napoleón y evitar el punto de vista "franco-centrista". Por eso hemos querido presentarle a través de los ojos de toda Europa», comenta Robbe. Abarcando así tanto la mirada de quienes, fascinados, le apoyaron como la de sus adversarios, pero también a través de la retina del pueblo de a pie, de políticos, soldados o civiles. «Se trata de construir una nueva imagen de Napoleón y mostrar cómo en sólo quince años transformó de manera duradera el rostro de Europa y no sólo en el plano territorial, político y diplomático, también en el social o en el terreno del derecho», añade la comisaria, que destaca el carácter «fulgurante y duradero» de la acción y reacción suscitada por Napoleón.
De hecho, las respuestas a su política expansionista serán opuestas: de adhesión, como en el caso del Norte de Italia y el Sur de Alemania, o de resistencia, a veces violenta, como en el Tirol, Calabria, Prusia, Rusia o España. Un boceto preparatorio del gran cuadro «Dos de Mayo de 1808 en Madrid» de Goya y prestado por Ibercaja, ilustra, por ejemplo, la hostilidad y el levantamiento de los madrileños contra las veleidades conquistadoras francesas. Mientras un Código Civil en español encarna la vigencia de su legado.
Pero, precisamente, como no se trata de glorificar la imagen de Napoleón –otros como Stendhal ya se encargaron de ello al «bautizar» a Bonaparte «sucesor de César y Alejandro Magno» en su libro «La Cartuja de Parma» (1839)–, la muestra contrapone dos visiones como si fuera un juego de espejos. «Para cada temática hemos elegido dos obras o dos objetos que se hablan y responden en ellos, creando una tensión entre esas dos piezas que ofrecen así dos miradas distintas sobre lo mismo», nos explica la comisaria Robbe, que confiesa cierta dificultad para traer algunas piezas como el uniforme que llevó el vicealmirante Nelson en la batalla de Trafalgar, que sale por primera vez del Reino Unido en doscientos años.
A lomos de un caballo blanco, Napoleón posa como el héroe de la nueva Europa en un retrato realizado por Jacques-Louis David –el mismo que le inmortalizaría en la monumental «Coronación» que conserva el Louvre–, aunque en realidad cruzara los Alpes montado en un mulo. Frente a esa estampa triunfalista, se ofrece una caricatura inglesa ridiculizando tal gesta, como si de una guerra de imágenes se tratara. «Lo que nos importa es eso, la imagen de Napoleón y la comprensión de su acción», que, según la conservadora, «es el resultado de ambas visiones».
Mientras en Francia Napoleón cuida su imagen prohibiendo que se le caricaturice, los ingleses se ensañan sin piedad mofándose de su pequeña estatura o su exagerado sombrero, llegando a representarle como un enano contrahecho con los pies colgando sentado sobre un tambor.
Aunque sea seguramente el personaje que más mitología ha creado, inspirando a creadores en todas las disciplinas artísticas, la exposición pasa sólo de puntillas sobre su leyenda, sea negra o dorada. «Únicamente queda indicada. La última obra, un mármol de Vincenzo Vela, sobre los últimos días de Napoleón, abre la puerta precisamente a ese fenómeno», precisa la comisaria, pues la idea primigenia era concentrarse en los quince años que pasó en el poder y en los que conquistó una Europa que posteriormente se levantó contra él y sobre la que perdería toda su influencia.
Por ello, y para no agotar el filón que siempre supone glosar al celebérrimo Napoléon, el museo ya trabaja en una segunda parte para explorar los muchos mitos y leyendas encarnados por el corso con motivo de la próxima restauración del mobiliario de Santa Helena.