Nellie Bly, una periodista en el manicomio
Por primera vez, se editan en español los más notables artículos de una mujer aguerrida para la que no hubo límites: centros para enfermos mentales, fábricas, viajes peligrosos...En todas partes se adentró para escribir de sus experiencias.
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Por primera vez, se editan en español los más notables artículos de una mujer aguerrida para la que no hubo límites: centros para enfermos mentales, fábricas, viajes peligrosos...En todas partes se adentró para escribir de sus experiencias.
En 1902, Jack London emprende un largo viaje desde California hasta Londres por un motivo periodístico: conocer un barrio en que sus pobres gentes sufren condiciones infrahumanas, el East End. En él se adentra tras comprarse unos cuantos harapos y hacerse pasar por un marinero desempleado, lo que le facilitará «ver, por vez primera, a la clase baja inglesa cara a cara, y conocer cómo era en realidad». En su alarde de valentía y atrevimiento, a London no le importa dónde va a dormir y las condiciones insalubres a las que hará frente allá por donde vaya: conoce a un joven borracho –«un despojo humano prematuro»– que casualmente le ofrece una habitación donde pasar la noche, y comprueba enseguida que «los niños crecen y se convierten en adultos corrompidos, sin vigor ni resistencia» por culpa de «los gérmenes de enfermedades que pululan en el aire del East End».
Sobre aquella visita el narrador estadounidense compondrá una serie de impactantes prosas titulada «La gente del abismo», donde se hacía palpable cómo aquella funesta área londinense «es literalmente una gigantesca máquina de matar» repleta de mujeres que se deslomaban haciendo paños y hombres que se dejaban la piel en los talleres a cambio de un auténtico sueldo de miseria. Intelectuales de acción como London y tantos otros sentirán el interés para tener una opinión de situaciones sociales escalofriantes, e ir a por ellas, y escribir sobre ellas. Lo que no era nada frecuente es que ese impulso lo pudieran desarrollar hace un siglo las mujeres, sometidas al ninguneo y al anonimato, recluidas en tareas familiares y caseras. Pero una lo ejemplificó de manera apabullante, en verdad asombrosa por los retos que se impuso: Nellie Bly, cuyos artículos se pueden leer por vez primera en español en «La vuelta al mundo en 72 días y otros escritos» (Capitán Swing; traducción de Silvia Moreno Parrado).
Autoconfianza absoluta
En efecto, Elizabeth Jane Cochran, pues así era su verdadero nombre –natural de un pueblo de Pensilvania, moriría en Nueva York a los 57 años, sufriendo apuros económicos y en una etapa en que escribía columnas de consejos a los lectores–, emprendería arriesgados proyectos como reportera. Uno de los más destacados fue el que la llevó al país vecino y a escribir después «Seis meses en México» (30 artículos sobre la vida de los obreros y la gente rica, los pueblos indígenas o el turismo), o aquellos para los que se infiltró en diversos ámbitos laborales con el objetivo de describir las condiciones inhumanas en que la gente vivía y trabajaba. Ese tipo de iniciativas y los textos que publicó al respecto hicieron de Bly una leyenda, alguien que se enfrentó al poder patriarcal de la sociedad sin rodeos ni ambages, con una confianza en sí misma absoluta. Como dice en el prólogo la periodista Maureen Corrigan, pronto se ve «la insolencia con que la joven Bly respondía a los hombres que ejercían posiciones de poder e intentaban insertarla en categorías sociales». Uno de los jefes que tuvo, en una publicación de Pittsburg, «insistía en asignarle encargos que él consideraba apropiados para las mujeres (exposiciones florales, almuerzos de señoras)», a pesar de que ella ya había hablado de la explotación laboral sufrida por las mujeres y las dificultades para divorciarse. «Así que Bly se largó. Pero, antes de irse, le dejó una nota a su cerril editor: “Estimado Q. O.: Me voy a Nueva York. Esté atento. Bly”».
Y bien que el mundo se enteraría de los pasos de Nellie. Se hizo mundialmente famosa, y hasta inspiraría un personaje a Francis Scott Fitzgerald para su novela «El gran Gatsby», una periodista que no sale muy bien parada. En otro texto introductorio, Jean Marie Lutes, directora de los Estudios de Género y Mujeres en la Universidad de Villanova, en Pensilvania, hace referencia a cómo Bly hizo de sí misma un espectáculo: «En una época en la que los periodistas apenas conseguían firmar sus artículos, el nombre de Bly aparecía en el titular de casi todos los que publicaba. Con una prosa vivaz, creó su propia marca de noticias sensacionalistas. En sus artículos se mezclaban a partes iguales, con gran éxito, autoexhibición y autoescarnio, un sentido común ordinario y un atrevimiento extraordinario». Rodeada de hombres en su ámbito, fue ella la que, haciéndose pasar por loca, logró meterse en el frenopático más conocido de Nueva York, fue una obrera en una fábrica de cajas –«Nellie Bly cuenta qué se siente siendo una esclava blanca», decía el periódico–, pasó una noche en un albergue para mujeres indigentes, acudió a un fumadero de opio y fingió que buscaba trabajo como criada en una agencia corrupta, además, añade Lutes, de probar suerte en el boxeo, el ballet y hasta el adiestramiento de elefantes.
Tras las huellas de Fogg
Por si fuera poco, su valentía la llevó a la Primera Guerra Mundial, sobre la que escribió artículos (de todo lo referido hay muestras en esta recopilación de artículos) desde los frentes de Austria y Hungría; se había casado en 1895 con un industrial millonario –que moriría en 1904 y le legaría su empresa manufacturera, que le ocasionó a Bly diversos conflictos judiciales– y se tomaría más de quince años de descanso de sus labores periodísticas. Pero entonces ese viaje a Europa la pondría de nuevo en el candelero: «Nellie Bly en el campo de batalla», rezaba el título de uno de sus textos, «Nellie Bly en la línea de fuego», decía otro. El público ya conocía de sobra la curiosidad insaciable de Bly y su intrepidez sin parangón, sobre todo a raíz de su viaje más sonado, nada menos que una vuelta al mundo para emular la ficticia que había establecido Phileas Fogg en «La vuelta al mundo en 80 días», de Julio Verne, que fue una obra superventas en 1873.
Llevando solo consigo un bolso de mano y sin compañía alguna, en noviembre de 1889, Bly, que colaboraba con el periódico «New York World» (de Joseph Pulitzer), inició su descomunal desafío en que incluso llegaría a visitar al autor que le había inspirado aquella idea en su casa de Amiens. Allí descubriría que Verne había sacado la idea de su famosa novela de un artículo del periódico «Le Siècle» en que se intentaba demostrar que era posible recorrer el globo en 80 días. «Yo antes tenía un yate, así que viajaba por todo el mundo estudiando los sitios y luego escribía a partir de la observación real. Ahora, como la salud me tiene recluido en casa, me veo obligado a leer descripciones y manuales de geografía», aseguraba el escritor, que enseñaría a Bly su modesto estudio de trabajo, un mapa que estaba colgado y en el que había marcado el itinerario que hiciera Fogg –aprovechando para explicar en cómo difería el de este con el de la periodista– y acabaría brindando con una copa de vino, diciendo: «Si lo logra en 79 días, aplaudiré con las dos manos». Bly, cuyo atuendo de viaje se haría tan famoso que las mujeres lo copiaron durante una década (capa, chaqueta de cuello alto y falda azules, abrigo estampado a cuadros), se había propuesto hacerlo en 75, pero lo conseguiría en tres días menos.
Mujeres alrededor del mundo
En el libro se dice que muchas mujeres, antes de Nellie Bly, habían recorrido el mundo, pero ninguna obtuvo tanta celebridad por ello. Quedaban bastantes años para que otra heroína estadounidense, Amelia Earhart, intentara el primer viaje aéreo alrededor del mundo, en 1937. Precisamente, siguiendo los pasos de su ídolo, en 1964, y a la edad de 38 años, Geraldine «Jerrie» Mock, un ama de casa de Ohio, decidió dar la vuelta al mundo en una avioneta. En 1994, la inglesa de 27 Ffyona Campbell, completó el mismo reto, pero a pie. Por su parte, la periodista Alicia Sornosa (1973), montada en una BMW, se convirtió en la primera mujer de habla hispana en recorrer el mundo en moto de la historia. Había empezado en 2011 acompañando a un motero a partir de una oferta laboral, pero al cabo de cuatro meses pensó en seguir sola a lo largo de los cinco continentes.
Un icono feminista e infantil
Siendo una veinteañera, Nellie Bly escribió su primer artículo, una carta como respuesta a una columna aparecida en el periódico «Pittsburg Dispatch» que se titulaba «Para qué sirven las chicas». El columnista respondía que para ser madres. Pronto, con su propia determinación y talento, demostró el reduccionismo de tal idea y se convertiría en una referencia imprescindible del feminismo durante todo el siglo XX y hasta la actualidad. El director de esa publicación vería en ella un diamante en bruto y la contrataría con sueldo semanal, además de inventar un seudónimo para ella, cogido de una canción famosa de la época, del teatro musical, llamada «Nelly Bly» (aunque se equivocó al escribir el nombre). Una figura de atractivo excepcional que ha sido usada para fines didácticos, de ahí la abundancia de libros infantiles basados en sus peripecias por medio mundo, que hasta dieron pie a un juego de mesa (en la imagen).