Neoespañol: una lengua en la que todo vale
Una editora española, que se oculta detrás del seudónimo Ana Durante, denuncia el empobrecimiento de nuestra lengua.
Llega a las librerías con la identidad oculta detrás de un seudónimo. No repara en que la máscara, el disfraz escogido, muchas veces revela más de uno mismo que la propia realidad. Ana Durante, editora, así, sin más, sin que se conozcan más detalles de ella, ha saltado al ruedo literario por su descubrimiento de una nueva lengua que vamos pergeñando entre todos: periodistas, escritores, locutores, hablantes... Una idioma que surge del descuartizamiento indiscriminado del castellano. Ella lo ha denominado «neoespañol» y lo describe como un parásito lingüístico que, para desarrollarse, necesita destruir la lengua matriz de la que surge. Su principal característica es la confusión. En él van mezclándose ideas, conceptos y malos usos de sustantivos, preposiciones y verbos. La autora, cansada de cazar gazapos (esperemos que no vea ninguno en este texto), ha salido para plantar cara a este engendro lingüístico con ejemplos extraídos de lo inmediato: la novela de moda, el programa de radio, el debate televisivo...
–¿Qué es el neoespañol?
–Un deterioro y empobrecimiento extremo del español que está sustituyendo a éste a marchas forzadas. Una lengua en la que todo vale, donde los verbos se pueden intercambiar alegremente incluso por sus contrarios, las frases hechas se descomponen y reconstruyen como a cada uno le parece, dando lugar a las cosas más absurdas y cómicas, o los argumentos se formulan de manera paupérrima y semiincomprensible. Todo esto produce un mejunje en el que chapoteamos todos y que denota que cada vez dominamos menos nuestra lengua. En especial, o con especial responsabilidad, los medios y las personas que son referentes lingüísticos y por tanto culturales.
–¿Existe alguna relación entre este fenónemo y el arrinconamiento de las humanidades?
–Sin duda. Y no solamente de las humanidades, sino de toda una serie de conocimientos que no se consideran «útiles» para el mercado de trabajo y, como tales, se concluye, no sirven y se van eliminando. Pero son necesarios para el individuo y su evolución completa como tal y como ciudadano. Eso tiene como consecuencia una peor calidad del lenguaje, con toda seguridad, pero también de los mecanismos del saber, del análisis y la comprensión de lo que nos rodea, en definitiva, del pensamiento que está en la base de ese lenguaje.
–¿Influye el intento de los hablantes de parecer más cultos? Por eso sustituimos unos verbos por otros que, en principio, pueden dar esa idea...
–Ahí se da un fenómeno curioso y es el hecho de que la barroquización y alargamiento innecesario de las palabras y las frases convive, e incluso parece imprescindible recurrir a ello, con la progresiva implantación de una lengua cada vez más endeble y vacía. Es una contradicción que el continente se vuelva más rimbombante cuando el contenido se adelgaza cada vez más. No sé cuál es la causa de que la mayor ignorancia se envuelva en los ropajes más suntuosos.
–¿Por qué no nos impresiona la utilización incorrecta de las palabras?
–Quizá porque el hecho está enormemente extendido. Y no entre las personas más iletradas, precisamente. Por poner un ejemplo simple pero omnipresente, todos podemos ver que no se distingue ya entre «oír» y «escuchar», dos verbos que no son en absoluto sinónimos. El primero indica la mera percepción del sonido y el segundo la voluntad consciente de prestar atención a ese sonido. Uno puede decirle a alguien que no lo oye porque no le llega su voz, pero si le dice que no lo escucha, lo que está expresando es que no atiende a lo que le dice porque no quiere. Pero ¿cómo nos puede extrañar eso, o que nos digan en las noticias que una radio tiene miles de «escuchantes», cuando es el pan de cada día? ¿O que alguien se sentó «en» la mesa o «en» la barra, algo que querría decir que se sentó «encima» de esa mesa o esa barra? ¿O que «se vino arriba» por «se animó»? Por ilustrarlo con unas pocas muestras cuyo vigor y presencia cualquiera puede comprobar. La fuerza engullidora del neoespañol es tan apabullante que llega un momento en que es casi imposible resistirse a él.
–Denuncia que la Real Academia Española sea tan tímida a la hora de fijar qué es lo correcto y lo incorrecto.
–Su voz se echa en falta y, sobre todo, en un momento de amalgama lingüística como el que estamos viviendo, en el que cada cual se fabrica su propio idioma y, como he dicho más arriba, parece que todo vale, quizá deberían acostumbrarnos, y las nuevas tecnologías se lo ponen más que fácil, a reflexionar sobre lo que está pasando. No con grandes tratados, ni esperando a manifestar su saber en un diccionario que se renueva cuando se renueva, sino con intervenciones más ágiles y cotidianas, y también más sencillas. Todos los ejemplos que se recogen en el libro están sacados de nuestro entorno, de novelas y ensayos, de informativos, de la prensa escrita, de películas, series y un largo etcétera. Material al alcance de cualquiera. A priori parecería que la RAE tendría algo que decir sobre ellos. Una orientación que dar. Qué sé yo, con un blog periódico con reflexiones como las que escribía Lázaro Carreter en prensa, la publicación de pequeños folletos regulares en los que se orientase sobre lo que se está diciendo de manera incorrecta. Lo que fuera, pero que interviniesen, que no esperasen a recibir consultas de dudas para dispensarnos su saber. Dudas tenemos todos, en especial los que trabajamos en el campo de la lengua y la información. A mi modo de ver, deberían adoptar un papel más activo.
–Asegura que el neoespañol también ha arraigado en las clases sociales mejor educadas.
–Yo no diría «también», sino que ha arraigado sobre todo y con la mayor fuerza en las clases mejor educadas. Y ese es para mí el gran hecho diferencial con otras transformaciones de la lengua. Tradicionalmente, ha sido la «corrupción» del idioma por parte de las personas iletradas la que ha obligado a éste a evolucionar. Pero es la primera vez que la transformación viene, por así decir, de arriba abajo. Son las personas teóricamente instruidas, aquellas que con mayor riqueza y propiedad deberían expresarse, las que están usando y propagando esta nueva lengua hecha de balbuceos mentales, tanteos y aproximaciones. Es la gente que dice que alguien se conoce algo como «anillo al dedo», o que un asunto se resolvió de golpe y «plumazo», o que una controvertida decisión política es echar «sangre» en la herida.
–Ahora tenemos educación obligatoria y gratuita para todos. Y hablamos peor. ¿Cómo explica esta contradicción?
–Ahí está el núcleo de todo: en el fracaso de la educación en España. Y sin dejar de lado cómo la ha afectado la gestión de la actual crisis, en mi opinión la cosa viene de lejos. El bajísimo nivel de la enseñanza en nuestro país es una de las cuestiones más importantes que tenemos por resolver. Con el agravante de que ya no se trata sólo de mejorar y aumentar la calidad de los contenidos, ni de solucionar los problemas de masificación de las aulas o la falta de reconocimiento del enseñante por parte de los alumnos y los padres de éstos, sino que a esos problemas se les une ahora el hecho de que la educación ha perdido su prestigio y su valor. Como decía antes, la cultura se desdeña y ya no se le da importancia. ¿Y cómo se puede valorar ni desear lo que ya no se reconoce como importante? Y conste que con esto no estoy señalando a los enseñantes. Al contrario, bastante buen trabajo hacen.
–¿Los políticos tienen alguna responsabilidad en el problema del neoespañol?
–Los políticos tienen muchísima responsabilidad. En dos aspectos además, según mi modo de ver. Por un lado, porque ellos, salvo honrosas excepciones, se expresan y comunican fatal. En realidad son una mina y muchos ejemplos del libro se deben a su inestimable contribución. Pero también por su papel como representantes públicos y su falta de compromiso y voluntad política para entrar a fondo en el problema de la enseñanza y la cultura en nuestro país. Los sucesivos planes de educación han sido pobrísimos y sin ambición, cuando no directamente nocivos, y se han ido centrando cada vez más en lo funcional, olvidando progresivamente y de manera sostenida en el tiempo la formación global del individuo. Quizá eso explique que, como decía antes, quienes más años han disfrutado de enseñanza reglada y tienen una serie de títulos para acreditarlo, hablen o escriban como lo hacen y parezcan tener unos conocimientos y una comprensión tan limitados de la lengua y de muchas otras cosas. Por otra parte, no hay que olvidar que los políticos son omnipresentes en los medios y que aparecen siempre revestidos de «autoridad». Seguramente esa circunstancia influye también en que su manera de expresarse cale más en quienes los escuchan.