La novela sobre el arte que se ha convertido en un fenómeno editorial
LA RAZÓN entrevista a Thomas Schlesser, autor de "Los ojos de Mona"
Barcelona Creada:
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Es probablemente una de las grandes sorpresas literarias de este curso. «Los ojos de Mona», del historiador del arte Thomas Schlesser –publicado en castellano por Lumen y en catalán por Empúries– ha sido comparado con «El mundo de Sofía» por su papel divulgador a través de un relato ficticio, en este caso, el mundo del arte. El libro es la historia de Mona, una niña a la que le quedan 52 semanas antes de perder la vista por una enfermedad. Su abuelo decide que en ese tiempo ella puede ver 52 obras maestras de los museos del Louvre, Orsay y el Pompidou, un viaje en busca de la belleza en el que encontramos a Botticelli, Vermeer, Goya, Frida Kahlo o Picasso. El autor habló ayer con este diario de una obra que se ha traducido en una treintena de lenguas en sesenta países.
¿Su libro nos plantea el museo ideal?
No lo creo. Es una novela, pero es cierto que cuando comencé a trabajar en este libro, habría querido tener una visión ideal, perfecta y exhaustiva. Por razones que son realmente literarias, fue necesario tomar decisiones. Y estas decisiones, de hecho, no las tomé tanto yo sino el personaje de Henry, el abuelo. Esta es una historia en la que hay obras muy hermosas.
Henry y Mona dedican una semana a contemplar y comprender un cuadro. ¿Miramos bien el arte en los museos?
No formo parte de las personas que culpan a quienes miran las obras de arte a su manera, ya sea muy rápido, entre la multitud, con un teléfono móvil en la mano. Cada uno es libre de mirar el arte como quiera. Ahora bien, en el libro cuento otra historia: el libro es más bien una reivindicación del tiempo largo frente a las obras.
Los grandes museos están masificados.
Tiene razón que eso es así para el Prado, el Louvre, el Metropolitan o el Pompidou. Pero en España, Francia, Estados Unidos o Italia hay una cantidad de pequeños museos e iglesias en los que hay obras absolutamente maravillosas. Lo que quiero decir con esto es que «Los ojos de Mona» no es simplemente una invitación a hacer un espacio para pasar mucho tiempo frente a las obras maestras del Louvre, Orsay o de Beaubourg-Pômpidou. Esta experiencia se puede tener en todas las circunstancias, y lo que espero es que dé ideas para todos los museos del mundo.
¿Cómo ha sido la selección de las 52 obras para la novela?
El personaje de Henry tiene una cultura clásica muy amplia y también alguien que siempre cultiva un espíritu de apertura y ampliación de horizontes. Por lo tanto, cuando está en los museos con Mona, siempre va a querer, por un lado, sensibilizarla a cosas que son imprescindibles y, de vez en cuando, también hacerla desviarse un poco del camino principal. En cuanto a las cosas imprescindibles, por ejemplo, podría ser una fresco de Botticelli. Las tres gracias de Botticelli en el Louvre, eso es imprescindible. Pero de vez en cuando, él se permite una desviación. Por ejemplo, cuando se trata de sensibilizar a Mona sobre el surgimiento de la fotografía, podría haber recurrido a uno de los pioneros franceses, como Nadar o como Gustave Le Gray. Sin embargo, elige a una fotógrafa estadounidense extraordinaria que es Julia Margaret Cameron, que es mucho menos icónica. Lo mismo ocurre cuando ve a un artista muy icónico, de vez en cuando elige una obra suya que es muy conocida y, otras veces, una que es mucho menos conocida. En el caso de Jean-Michel Basquiat, en el Centro Pompidou, hay dos obras. Una es muy popular, el gran lienzo «Mercado de esclavos». Y luego está un segunda obra en papel, un doble cráneo. Y deliberadamente, tanto yo como Henri como personaje, hacemos este pequeño desvío que se hace para dar un aspecto un poco más singular.
¿Qué le parecen acciones de protesta en los que se arroja pintura o sopa a un cuadro?
Me entristece. Si se hace este tipo de acción significa que ya no podemos comunicarnos. Sin embargo, creo que el diálogo no debería romperse, especialmente en el ámbito de la cultura y el arte, que realmente no está exento de críticas, ni mucho menos. En cuanto a las cuestiones sociales y ambientales, realmente es un ámbito que busca ser muy constructivo. Por lo tanto, es un poco como si nos disparáramos en el pie al hacer esto. Algunos artistas a los que se arroja sopa fueron humillados en su momento. Es como si la humillación volviera a empezar. Pienso en un artista como Claude Monet quien si hubiera visto tendría roto el corazón.
¿El arte es curativo?
En el libro se transmite impresión arte curativo, pero no me atrevo a darle ese valor. Afirmar que el arte es terapéutico es una representación poco fiel. El arte no cura pero sí tiene la capacidad de consolar.