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Historia mítica

Un país que mataba al ciervo sagrado

La gran diosa de los bosques, bajo el nombre de Cerinea, Ártemis o Diana, pedía a los cazadores sacrificios de sangre y carne

Artemisa y el ciervo
Artemisa y el ciervoArtemisa y el ciervoArtemisa y el ciervo

Desde la antigüedad, los híbridos entre humanos y astados son legión en la iconografía mitológica. Matar al ciervo sagrado, para el cazador que traía carne al clan, o convertirse en él, para el mediador con el otro mundo, seguramente eran dos experiencias iniciáticas clave para las comunidades humanas prehistóricas. Las pinturas rupestres hispanas en Puente Viesgo, Moratalla o el Río Vero muestran continuas representaciones en cuevas. Amor, muerte e iniciación. La gran diosa de los bosques exigía pureza al cazador para derramar sangre para la tribu: así, en la mitología clásica, es la caza hercúlea de la cierva de Cerinea o el patrocinio de la virginal Ártemis-Diana, señora de las bestias. La ruptura del tabú –Acteón, cazador cazado transformado en ciervo– puede ser peligrosa.

Pero también para el visionario hay un dios ciervo, como el celta Cernunnos, que le ayuda a comprender la naturaleza salvaje: como el famoso «brujo» de la cueva francesa de Trois Frères, un antiguo chamán en plena metamorfosis cérvida. En la mitología hispánica el ciervo es de venerar. Una sagrada amamantó al niño Habis en la leyenda relacionada con el mundo tartésico, tal y como la loba había hecho con Rómulo. El ciervo sagrado es el cornudo Cernunnos del caldero de Gundestrup (Jutlandia), sentado como señor de las bestias en posición búdica, con una telúrica serpiente en su mano y rodeado de animales. Se discute la presencia del teriántropo astado en los fragmentos de cerámica numantina y en estelas y vasos prerromanos, desde Teruel a Monreal de Ariza. Celtas e íberos hispanos veneraban a los cérvidos y hay arte funerario que lo refleja en vestigios hallados en la provincia de Albacete, como también en cerámicas del yacimiento del Tolmo de Minateda (Hellín).

El ciervo es maestro de amor y muerte en el cruce al más allá, predilecto para representar la fecundidad de la naturaleza y la vida cíclica, acaso por la regeneración de sus cuernos. San Paciano de Barcelona, en su obra perdida «Cervus» (siglo IV), condena la costumbre pagana que pervivía en su tiempo de la Hennula Cervula, un especie de carnaval a primeros de año que procuraba ocasión para recrear, impúdicamente a su ver, viejos ritos de reproducción bajo disfraces de ciervo. Todavía hoy en las mascaradas de carnaval de la Sierra de Madrid o de la montaña cántabra hay disfraces con armazones de astas, como en la Francia del siglo pasado se hacía y se hace.

Animal psicopompo, el ciervo lleva a las almas al otro lado, y se evoca en los cuentos más diversos, de Irlanda a Galicia, incluso en las representaciones del Santo Grial. El encuentro del héroe con un ciervo blanco y descomunal es una puerta abierta para el mundo sobrenatural. El romano Sertorio tenía una celebrada cierva blanca, acaso influencia de cultos lusitanos, que parece que le servía para adivinar el futuro y le daba suerte: siempre que fue seguido por ella la tuvo y su triste fin fue perderla («La corza blanca», de Bécquer, es eco de este motivo). En leyendas celtas y germanas también aparece como animal feérico que atrae al caballero a los bosques y le muestra el mundo extraordinario. Se ve los relatos tradicionales de las diversas Bretañas, como en el Mabinogion galés: su «primera rama» comienza con la fantástica aventura del caballero Pwyll que encuentra el reino de las hadas del rey Annwn al ver a perros blancos de orejas rojas devorando un ciervo. Recordemos «Hermanita y hermanito» de los Grimm, con ecos del viejo paganismo germano en el hermano transformado en corzo pálido tras beber agua de la fuente mágica.

El ciervo chamánico es mediador y conduce al caballero al mundo especial: también en la «materia artúrica» y en el ciclo del Grial, como la caza del ciervo de pie blanco en el Romance de Lanzarote. La resemantización cristiana no tardaría en llegar –auspiciada por el salmo 42, «como un ciervo a las fuentes de agua…»– y las leyendas de caballeros son sustituidas por las vidas de santos en Europa central, desde Francia a Baviera o Bohemia. Así, el encuentro sagrado con un ciervo en el bosque marca a San Eustaquio, mártir romano del siglo II, San Félix de Valois o San Huberto de Lieja, que reciben la iluminación al ver el ciervo blanco de cuya cornamenta mana la luz o sale una cruz cegadora. Y rica es la leyenda del ciervo crucífero en la hagiografía medieval: la iluminación la recibe el héroe-santo en la epifanía del animal en el bosque, animal simbólico de la historia mítica hispana.