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Pensar hoy con los clásicos
Pitágoras: de la armonía matemático-musical al algoritmo
Su visión era más cercana a la numerología, a la búsqueda de la armonía de las esferas y de la música celestial para explicar al individuo, el colectivo y el cosmos

Hoy pretendemos que todo nuestro mundo esté basado en números y en matemáticas. La física y la astronomía han avanzado de forma imparable y la ciencia de los números ha creado la informática y verdaderos universos paralelos, con elementos que lo controlan todo sobre la base de procesamiento de datos masivos y algoritmos. Pero esta idea, que el mundo es puro número, no es nueva. Si acaso combinada con el paralelo del número con las escalas musicales la encontramos hace más de 25 siglos en la figura controvertida y única de un matemático y filósofo griego, nacido en la isla de Samos, que creó una escuela, o más bien un movimiento de vida filosófica, que marcaría la historia del pensamiento a lo largo de toda la antigüedad y también en su posteridad: este es, por supuesto, Pitágoras de Samos (c. 570-c.490 a. C.). Mucho más que un matemático, su importancia reside sobre todo en el ámbito de la religión y la ética. En todo caso, su peripecia se mueve, ciertamente, entre los números musicales y la doctrina del alma y la reencarnación, que venía de oriente.
Se trata de un caso único en la historia de la filosofía, pues su propio nombre se convirtió muy pronto en sinónimo del sabio global. Hoy todos creemos conocer algo de este matemático, al que se atribuyó un teorema muy famoso que todos aprendemos en la escuela, pero sigue siendo, en gran medida, enigmático. No sabemos nada a ciencia cierta de lo que enseñaba y hay gran parte de leyenda en sus biografías –lo retratan con poderes sobrenaturales– y en su obra subterránea, pues, como tantos otros sabios de la antigüedad, se jactaba de no escribir nada y transmitió su doctrina oralmente.
Su aportación a la matemática se ha discutido a menudo. Es claro que mucho antes de Pitágoras, en el Oriente antiguo, tenían que haber conocido ya su llamado teorema, al que Platón se refiere sin nombrarlo. A lo largo de la antigüedad tardía, sus biógrafos neoplatónicos comienzan a atribuirle haber fundado todo tipo de disciplinas, desde la matemática a la música, de la retórica a la medicina.
En sus biografías legendarias, Pitágoras parece estar a medio camino entre los hombres y los dioses, como un Prometeo que acerca a los mortales el fuego de la sabiduría. La astronomía, la filosofía, la política, la adivinación... Nada escapa a este sabio primordial. Hay quien recuerda también que introdujo en occidente la idea de la inmortalidad del alma y su reencarnación cíclica. Estas ideas seguramente entran en Grecia en su tiempo, el siglo VI a.C., a través de Anatolia y Tracia y acaso, en último término, remonten a la India. Pero de Pitágoras lo más recordado es quizá que fundó un estilo de vida basado en una estricta ascesis y en doctrinas secretas y purificadoras, en una suerte de cenobios filosóficos. Ahí la comunidad pitagórica ponía en común sus bienes como una suerte de gran familia al margen de la sociedad general.
Teoría de la purificación
Había, por ejemplo, un espacio singular para las mujeres. De hecho, la primera filósofa que se conoce es Téano de Crotona, una pitagórica a la que las fuentes convertirían en esposa del propio Pitágoras. Según cierta tradición, ella fue una de las mujeres de Crotona que, fascinadas por la aparición de Pitágoras y su primer discurso alrededor del año 530 a. C., dejaron atrás su vida anterior y le siguieron para formar parte de su escuela. Las fuentes tardías, afirman que Téano tuvo algunos hijos con Pitágoras. Y se cuenta que Téano dejó una obra escrita recogiendo lo esencial del pitagorismo, lo que es ciertamente muy curioso si se piensa que su marido es conocido por no haber escrito nada.
La armonía del alma individual era clave para obtener una comunidad política bien cohesionada. Esta escuela de vida en común y buen gobierno llegó a expandirse y legislar en varias ciudades de la Magna Grecia, regida por el principio de la amistad y con el destierro del comercio, aunque su experiencia política acabó trágicamente. También teorizó sobre la manera de purificarse en este mundo y prepararse para el más allá con una pionera teoría del alma, pues seguramente es uno de los primeros filósofos occidentales que habla de la reencarnación y de los ciclos del alma lejos del cuerpo. Con la escuela pitagórica surge el anhelo por una vida mejor en armonía con el cosmos y con la naturaleza, en hermandad con las plantas y los animales, en una especie de primordial ecologismo (antes de que esta palabra naciera, claro), que comparte con algunos otros de los llamados «presocráticos».
Pitágoras fue sin duda un sabio de los números, pero no a la manera moderna. Él concibió la proporción numérica como principio que ordena todo el cosmos. Acaso haya que relacionarlo con los números de los babilonios –que luego llegarían a desarrollar el cero como símbolo para indicar el vacío en la numeración– o con herencias matemáticas que, como la reencarnación, vinieran de más al oriente aún (los indios posteriormente alcanzarían cumbres inefables con Aryabhata y Brahmagupta). Pero lo cierto es que no sabemos cómo era la matemática pitagórica: su ontología, basada en el misterio de la proporcionalidad matemática, musical y geométrica que rige el universo. Su visión quizá era más cercana a la numerología, en búsqueda de la armonía de las esferas y de la música celestial para explicar al individuo, el colectivo y el cosmos. Pitágoras encarnó un modelo de vida alternativo, con elementos como el vegetarianismo y el pacifismo, la meditación y el autoconocimiento. En suma, pese al misterio que lo sigue rodeando, Pitágoras es uno de los filósofos antiguos más atractivos para el hombre de hoy.
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