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Robbie Williams se transforma en mono: "Nunca llegué a sentir que me mereciera los privilegios del éxito"

El icono del pop británico expone en el disfrutable "Better Man", biopic musical dirigido por Michael Gracey y protagonizado por un mono digital, las consecuencias de una fama prematura y de la compleja relación con su padre

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Frente a la liturgia nostálgica de un improvisado altar confeccionado en la humildad de un camerino de un pub situado en la ciudad inglesa de Stoke-on-Trent con imágenes de la triada musical más emblemática del malandreo hollywodiense y bogartiano de la década de los cincuenta, un hombre se encomienda al talento de Dean Martin, Sammy Davis Jr. y Frank Sinatra minutos antes de salir al escenario a cantar las canciones del último. El hombre es Pete Conway –de nombre artístico– y en un ejercicio de delicada pirueta fatua, generacional, predestinada y tierna, años después, su hijo Robbie Williams, convertido en prematura estrella pop, mirará las caras del Rat Pack en los momentos previos a la pasarela inmisericorde de los conciertos y abrazará la admiración compartida con su progenitor y en cierta manera aspiracional por la Voz para calmar su ansiedad y sentir que el bueno de Frankie le acompaña cuando las voces de su cabeza alimentan su inseguridad. 

Como inicio de novela, toda esta casuística familiar entre artistas que se reconocen suena bien, pero como inicio de película queda incluso mejor, hasta que descubrimos que en esta ecuación prometedora de legados y reconciliaciones aparece un simio generado por ordenador encargado de dar vida a Williams y la curiosidad corre el riesgo de distorsionarse erróneamente y transformarse en rechazo o algo peor como la indiferencia. Pero "Better Man" es, indudablemente, mucho más que el biopic "del mono".

Después de demostrar sus habilidades como artista de efectos especiales y generador involuntario de universos en los que todo parece posible con "El gran showman" y en mitad de esa efervescencia aún viva por los biopic que no ha dejado de invadir el panorama audiovisual, el cineasta australiano Michael Gracey vuelve a adentrarse en la industria musical –como ya hiciera con "Pink: All I Know So Far", sobre la compositora estadounidense– para narrar de una manera particularmente sensible, efectista y diferente la vida de Robbie Williams. 

A pesar de que el patrón estructural de su éxito y posterior declive (temporal) esté salpicado por el convencionalismo de las mismas etapas excesivas, inconscientes, salvajes y redentoras fácilmente reconocibles en figuras que introducen prematuramente su cabeza en las enormes bocas de la industria y como consecuencia, de las adicciones, la forma que tiene Gracey de destilar la obviedad narrativa del artista arrepentido y recrearse en la complicada y al mismo tiempo hermosa relación con su padre –cuya intermitencia afectiva tras el divorcio sintió el Williams niño como un periodo más largo de lo esperado–; en la evolución emocional del cantante británico cuando empieza a experimentar ansiedad, pánico, desconfianza e inseguridad paralizante y surge un infernal proceso de depresión o en el retrato del emotivo vínculo con su abuela, que le crió como una madre y cuya letra de uno de sus temas más icónicos y culpable del despegue de su carrera en solitario, "Angels", escribió para ella

Pero sin duda, una de las peculiaridades de esta cinta musical plagada de excitantes actuaciones que no opacan en ningún momento el desarrollo del relato, no reside en la arriesgada elección de optar por un mono intervenido digitalmente para encarnar al artista, sino que tremendo salto al espacio liminal del ridículo caricaturesco funcione de una manera tan orgánica que a los cinco minutos de metraje te hayas olvidado casi por completo de que estás viendo a un simio adolescente mover el culo con los integrantes de Take That porque sabes que esos ojos son de Robbie Williams. 

Los mismos que nos reciben abiertos, enérgicos, vitales, en el interior de una de las estancias del Four Seasons instantes después de que una periodista le pida una foto al cantante después de finalizar su encuentro. No debió entender muy bien el trasfondo de la película. Como si el tiempo no hubiera pasado y como si Williams siguiera siendo el mismo mono de feria en el que le convirtieron cuando entró a formar parte de la boy band de Gary Barlow con solo 16 años. Focos, luces, escándalos, locura colectiva, gritos, señalamiento, exposición. "Estaba realmente emocionado con la idea desde el principio. Pensaba qué suerte tengo de que hagan una película sobre mí. De tener la oportunidad de contar mi historia, hacerlo además de la manera más honesta posible, sin ocultar, transformar, ni edulcorar nada y que la gente quiera venir a verla al cine. Muchos de nosotros maduramos, pero algunos hemos tenido siempre un niño interior lleno de emociones confusas y en mi caso, ese niño estaba felicísimo por tener ahora esta oportunidad de contarme", admite Williams en entrevista con LA RAZÓN –haciendo que los ecos agujereados del pasado de alguien que lleva más de veinte años sobrio se desvanezcan– sobre la sensación de exponer asuntos de su trayectoria vital tan personales y en ocasiones radicalmente problemáticos. 

Como las secuelas de sus diferentes adicciones, pensamientos intrusivos que incluyeron tentativas de suicidio e incluso desórdenes alimenticios que le provocaron cambios significativos de imagen en periodos de tiempo relativamente cortos. "Siento que todo el mundo tiene una historia. Todos experimentan el mundo siendo protagonistas de su propia película", añade.

Venir de la nada

La suya, como la de tantos otros artistas británicos de finales de los ochenta y principios de los noventa encuentra su germinación en el inevitable paradigma social de unos orígenes humildes ubicados en el condado de Staffordshire, vertebrado por una madre que fue propietaria de varios pubs y un padre comediante, buscavidas y artista con el que interpretar conjuntamente "My Way" se convirtió para el cantante en una suerte de sueño regalado que la vida decidió concederle en forma de inesperada recompensa. "No creo que sea importante defender los orígenes humildes pero sí lo era en este caso incluirlo en la historia, porque me siento muy orgulloso de venir de dónde vengo, de lo que he conseguido. Precisamente porque vengo de unos orígenes humildes siento que para reafirmar mi validez es muy necesario ser consciente de que vengo de la nada y he conseguido mucho. Eso desde luego me hace sentir bien", indica. 

"Siempre he sentido culpabilidad por lo que me daban, por los privilegios del éxito, porque nunca llegué a sentir que realmente me lo mereciera y eso creo que tiene mucho que ver con el ordenador que tengo en mi interior y con la configuración del sistema de clases. He ganado mucho dinero pero también he donado bastante. Eso es algo que la gente no sabe, por supuesto, porque lo he hecho como se debe hacer: sin contar cuándo a quien o por qué lo hacía. Creo que no tienes que contar a nadie cómo ayudas o dejas de ayudar pero al mismo tiempo te reconozco que soy una persona con un ego potente y a veces me gusta que me den la palmadita en la espalda y me digan ‘‘mira que eres majo’’. He hecho lo que he podido por ayudar y lo seguiré haciendo. Ahora mismo, las personas fundamentales en mi vida son mi mujer y mis hijos y siento que de algún modo ahí es de donde vengo: de ellos", completa discreto y orgullo.

Acostumbrados a la protección tramposa de los excesos de determinados iconos de la música en la configuración de sus respectivas biografías cinematográficas como ocurría de manera evidente en el "Bohemian Rhapsody" de Bryan Singer y Dexter Fletcher resulta agradecido que tal y como admite el propio Williams, que "Better Man" no atempere de más episodios difíciles de su carrera e incluso muestre situaciones propiciadas por los intereses partidistas de las discográficas que hoy en día resultarían del todo inaceptables. Como el vivido con Take That en los primeros premios MTV en Bruselas del grupo, donde literalmente un doctor al que llamaron los productores de manera específica para que viniera a conseguir que saliera a escena después de haber sobrepasado todos los límites imaginables durante el fin de semana, le pinchó en el brazo y resurgió de la bilis negra que había vomitado para poder continuar con la actuación ejemplificando involuntariamente la versión más decadente y peligrosa de aquello de "show must go on".

Tras años de búsqueda y competiciones de ego con el filo de voces internas traicioneras que parecía que nunca iban a callarse, llegó el silencio y por suerte el tiempo le ha favorecido lo suficiente como para convencerle de que todavía puede seguir intentando ser alguien mejor. Y hasta conseguirlo. Confiesa haberse reconciliado con su cabeza: "digamos que aún estamos en proceso. No es una crisis existencial como lo fue en su día, ahora siento que ese ejercicio es algo más divertido que estar mirando al abismo y que el abismo te devuelva la mirada. Me lo estoy pasando bien y estoy disfrutando. Mejor ahora que nunca", apunta arqueando la ceja. 

Y también con su padre: "le he perdonado por todo lo que no fue y le quiero por todo lo que sí logró ser. Espero que mis hijos perdonen todo lo que no soy para ellos. Todas las familias jodemos las cosas a veces, dejamos un poco de genuino desastre a nuestro paso, pero estoy en paz", se despide antes de pronunciar un natural y sereno "pleasure darling". Hace mucho que este mono ya no come con las manos, ni se sube a las mesas en las fiestas, ni camina encorvado. Hace mucho que este hombre de nuevo erguido decidió hacer las cosas a su manera y parece que sienta bien. 

Michael Gracey, el hombre que convirtió al cantante en animal
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​No era muy fan de su música, de su trayectoria en la industria, ni de su estilo, pero Michael Gracey tenía claro que la de Robbie Williams era una vida, como en el fondo casi todas, que merecía ser contada. "Piensa que en Australia tanto Robbie Williams como Take That en la década de los noventa eran lo máximo, estaban literalmente en todas partes, en todas las teles, en todas las radios, pero no era algo que yo escuchara. Y lo bueno de no ser fan del cantante es que he podido acercarme a su figura desde un terreno de creatividad absoluta y también con puntos de objetividad que a alguien muy seguidor de su trayectoria le hubiera costado un poco más. Mi objetivo era aproximarme a los aspectos personales que más identificación emocional pudieran generar en el público", comenta el director sobre el aprovechamiento práctico y en este caso narrativamente beneficioso de la distancia inicial con la música de Williams. 

A pesar de esa "ventaja" creadora, la decisión de optar por la figura del simio para la representación del cantante escala un peldaño más en el extenso terreno de la libertad artística. Gracey señala a este respecto, consciente del riesgo asumido como director que «es realmente asombroso pero creo que se ve más la esencia de Robbie en ese mono que si hubiéramos elegido a un actor y uno de los trucos para conseguir ese pacto con una realidad que no es real pero lo parece es que son los ojos del propio Williams. Los escaneamos en altísima resolución y la integramos en ese mono que vemos", explica sobre un proceso de configuración del personaje que entraña mucha letra pequeña.

"También están empastadas todas sus formas de moverse y eso es algo que hemos conseguido gracias a Jonno Davies, que es quien interpreta a Robbie. Ha conseguido clavar todas las expresiones, cómo levanta las cejas, sus miradas. Vemos a Robbie ahí y eso no era solo el diseño que utilizamos para replicar sus verdaderas facciones, sino que hasta que no hicimos las pruebas de animación y fuimos copiando las formas en las que se mueve y expresa (incluso cómo mueve la lengua podríamos añadir) no fuimos conscientes realmente de que ya lo teníamos. Ahí estaba él. Trabajar con Davies ha sido en este sentido algo fabuloso porque captó todos los matices necesarios para volcarlos en su interpretación y que el resultado fuera así de creíble".

Biopic atípico

Lejos de la defensa acérrima que hizo Baz Luhrmann durante el estreno de la esquizofrénica y fabulosa "Elvis" sobre el aburrimiento que le producían los biopic que narraban con rigor cronológico la vida de las personas desde que nacen hasta que mueren, "Better Man" sí apuesta por esa progresión que en palabras de su director es «necesaria para poder contar bien lo que queríamos contar. Hemos tenido que dejar fuera algunas cosas por las puras restricciones de tiempo que nos imponía la propia película pero lo que hicimos fue combinar momentos que a lo mejor habían ocurrido en diferentes ocasiones y juntarlas para economizar. Williams y Gracey estuvieron un año y medio encontrándose y hablando sobre la vida del primero, "y entonces me di cuenta de que tenía que llevarla a la gran pantalla. Mi enamoramiento por su historia fue algo gradual. Siento que este no es un relato sobre un genio musical, es algo mucho más cercano, más humano, más profundo".