Roger Waters canta por un mundo mejor
El miembro fundador de Pink Floyd rompe su largo silencio con «Is This the Life We Really Want?”, un trabajo que une sus nuevas y viejas obsesiones.
El miembro fundador de Pink Floyd rompe su largo silencio con «Is This the Life We Really Want?”, un trabajo que une sus nuevas y viejas obsesiones.
No hay nada normal en Roger Waters. En cierto modo, nunca lo hubo. Su nueva obra es «Is This the Life We Really Want?», que acaba de ser publicado para poner fin a un silencio prolongado durante 25 años. Supone una forma de repasar sus viejas obsesiones para añadir otras nuevas. Por aquí pasan asuntos como las guerras mundiales, la educación, la alineación, los hogares desestructurados, la violencia, la televisión... Efectivamente, lo que ya hizo en «The Wall», aunque convenientemente revisado y ampliado.
Después de dos años de grabación, Waters alumbra el álbum como si todo el mundo llevara esperando este momento emancipador. Él es de los que piensan que la música pop no ha perdido vigencia real, que todavía puede ser un vehículo para salvar vidas, para mejorar el mundo. Confía en dos efectos de las canciones: el corrector y el redentor. Nada menos que un mes antes de su publicación se permite a la prensa escuchar el álbum, aunque convenientemente embargada la información bajo amenaza de fuertes medidas legales. Se entregan las letras de las canciones para la escucha, pero hay que devolverlas antes de dejar el edificio. Y para promocionar el álbum, Waters envía a miembros de su oficina para responder preguntas por él. Como si diera lo mismo una boca u otra. Puro Waters.
Todos esperan que su nuevo disco esté más a la altura de Pink Floyd que a la altura de sus trabajos en solitario. Él es uno de los nombres capitales de la historia del rock, un hombre con una visión, un tipo que –primero junto a Syd Barrett y luego con David Gilmour– fue capaz de crear algunos de los discos más asombrosos de la historia de la música y un buen número de canciones legendarias. Qué decir de álbumes como «The Piper at the Gates of Dawn» (1967), «The Dark Side of the Moon» (1973), «Wish You Were Here» (1975), «Animals» (1977) o «The Wall» (1979). Éste último disco marcó un punto de inflexión y para muchos supuso el comienzo de la locura megalómana de Waters. El desmesurado «The Final Cut» (1983) supondría el final de su relación con Pink Floyd y el comienzo de una desagradable cascada de litigios y peleas. Por aquel entonces, casi nadie en el mundo del espectáculo soportaba a Waters.
w respuesta furiosa
«The Pros and Cons of Hitch Hiking» (1984), la banda sonora «When the Wind Blows» (1986) y «Radio K.A.O.S.» (1987) fueron su respuesta personal a Pink Floyd, pero sólo cumplieron las expectativas del propio autor. La reacción de crítica y público fue más bien tibia. Todo sonaba a exceso. «Amused to Death», de 1992, nació como reacción a la Guerra del Golfo y las protestas de la Plaza de Tiananmen, de nuevo con el foco puesto en la guerra como espectáculo televisivo. Fue otro álbum que en lo musical cayó por debajo de las expectativas y marcó el inicio de un prolongadísimo silencio creativo.
Ahora llega «Is This the Life We Really Want?», la respuesta furiosa de Waters ante una realidad que, más que disgustarle, le irrita. «Estamos viviendo una vida que no queremos vivir. Me gusta pensar que a la gente todavía le gustaría habitar un mundo donde podamos abordar colectivamente los problemas del cambio climático, donde pudiésemos entender que si empatizamos con los demás seríamos más felices. Quizá deberíamos empezar a mirar los índices de felicidad en lugar de los de ganancias y pérdidas financieras», explicó en una reciente entrevista promocional. Durante la escucha del disco, es imposible sustraerse de asuntos en cuestión como la idiotización televisiva, el auge de los populismos, las dictaduras teñidas de democracia, la ignorancia, la explotación infantil y las guerras donde no interesa intervenir a los poderosos.
«Si hubiera sido Dios, creo que hubiera hecho un trabajo mejor», se traeve a decir Waters en la canción «Deja-vu» acompañado de una guitarra acústica que suena a los tiempos de «Animals». Y añade: «Perteneces a la izquierda, pero votas a la derecha». De parecida factura es «Broken Bones», donde explica: «Debemos educar a los niños para que crean que su lucha es por la libertad, para que crean que su Dios les mantendrá a salvo y seguros».
El asunto de los niños y la educación siempre fue un tema recurrente en el universo de Waters, como se recuerda con su célebre éxito del single «Another Brick on the Wall». También acude a él en «The Last Refugee», donde habla de los sueños y pesadillas que llenan las noches de los pequeños. En el fondo, se trata de los ecos de una pérdida que nunca llegó a superar, la de su padre en 1944 cuando éste combatía con el ejército británico en la batalla de Anzio durante la Segunda Guerra Mundial.
Más original en su premisa inicial es «Picture That», que se plantea como una crítica a la fiebre por fotografiarlo todo. «Sigue filmándome durante el show con un teléfono desde un asiento de primera fila», canta con indudable gracia sobre una de las fiebres más nocivas y enfermizas del mundo contemporáneo mientras enormes capas de teclado envuelven su justificada diatriba. Alguien se dará por aludido.
w deseo de trascender
La canción que da título al disco esconde uno de los mensajes claves del álbum: «No es suficiente el éxito, necesitamos el fracaso de los demás». Pero es en la parte final del trabajo donde Waters encuentra sus mejores momentos, cuando logra encadenar varios temas bajo una misma secuencia. «Smell the Roses» es un buen ejemplo, una canción donde por primera vez se escucha un riff de guitarra nítido en una composición que recuerda al «Have a Cigar» de «Wish You Were Here». «Wait For Her» comienza con el precioso sonido de un piano vertical que se hará presente hasta el final del disco a través de otras dos piezas más, «Oceans Apart» y «Part of me Died», quizá la pieza que mejor resuma en qué consiste ser Roger Waters. Una consigna poética: «Silencio, indiferencia: ese es el crimen definitivo», concluye.
Este es el final a los 54 minutos que dura el regreso del ex bajista de Pink Floyd a la actualidad musical, su primera obra durante el presente siglo y un álbum que nace con indisimulado deseo de trascender. Durante seis meses se embarcará en una gira por Estados Unidos y Canadá mientras su página web sugiere que «cantará canciones de los álbumes de Pink Floyd». Por si quedara alguna duda. Después llegará la gira europea, donde se podrá ver cómo disfruta Waters acaparando todos los focos dentro de un monumental espectáculo de luces y sonido. Como siempre le gustó al autor: hacer las cosas a lo grande. ¿Para qué perderse en la vulgaridad del minimalismo?
pink floyd ya no existe
No hay forma de que se apague el deseo de volver a ver a Pink Floyd reunidos de nuevo, pero esa posibilidad es, ahora más que nunca, mucho más que un sueño. Es evidentemente imposible desde que murió el teclista Rick Wright, en 2008, víctima de un cáncer. Waters le odiaba y ya le expulsó de la grabación de “The Final Cut”. Además, hay muchos obstáculos que se imponen a una reunión del resto. Tras aquello, ya no hubo reconciliación posible porque el guitarrista David Gilmour tampoco soportaba al bajista. Sin embargo, cada tanto la prensa británica airea el rumor de volver a verlos. Por lo pronto, el director creativo de Pink Floyd, Aubrey Powell, recientemente se apresuró a desmentir tal posibilidad: «Han tomado caminos diferentes, sería psicológicamente muy complejo volverlos a reunir». Lo último de Pink Floyd ocurrió en julio de 2005 con motivo del «Live 8», cuando sus componentes se volvieron a subir a un escenario para interpretar un pequeño set que sólo cabe calificar como magistral. «Fue una de las cosas de más calidad que hicieron juntos, también desde el punto de vista personal», asegura Powell. Fue una reconciliación musical y hasta personal, una forma de enterrar el pasado debajo de la alfombra, una actuación que puso el epitafio adecuado a la altura de una de las mejores bandas de la historia del rock and roll.