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Salman Rushdie: «Cuando la religión se politiza, incumbe a todo el mundo»

El escritor describe la agresión islamista que sufrió y las secuelas morales y físicas que le ha dejado en su libro «Cuchillo», un impactante texto autobiográfico donde también reflexiona sobre el peligro que supone armar, ideológica y materialmente, a las religiones

Fotografía publicada por el escritor Salman Rushdie en su cuenta de Twitter poco después del atentado
Fotografía publicada por el escritor Salman Rushdie en su cuenta de Twitter poco después del atentadoSalman RushdieAgencia EFE

El 12 de agosto de 2022, a las once menos cuarto, Salman Rushdie fue agredido en el estado de Nueva York. Un joven vestido de negro le asestó varias puñaladas al escritor. Era viernes, una mañana soleada, y el novelista se disponía a pronunciar una conferencia en Chautauqua sobre la conveniencia de proporcionar espacios seguros en Norteamérica a los autores extranjeros que estuvieran amenazados. El agresor, un muchacho de 24 años radicalizado a través de las redes sociales, se levantó entre el público que ocupaba las gradas del anfiteatro y, sin que nadie lo detuviera, le atravesó la mano izquierda con un cuchillo y, sin pararse, lo hirió varias veces y de manera consecutiva en el cuello, en el pecho, en uno de sus ojos, «en todas partes».

Habían transcurrido treinta y tres años desde que el ayatolá Jomeini dictara contra el novelista una sentencia de muerte por la publicación de «Los versos satánicos» y ya muy pocos creían que fuera a cumplirse aquella fetua. Había pasado demasiado tiempo. Quizá por este motivo, el ataque cogió por sorpresa a todos, incluido el propio Rushdie, que después de tantos años con protección, vivía ahora sin guardaespaldas y como un ciudadano más en Estados Unidos. Sin embargo, eso no le impidió, al ver a ese hombre dirigirse hacia él, adivinar cuáles eran sus intenciones y que dispusiera de unos segundos para plantearse una pregunta fundamental: «¿Por qué ahora? No fastidies. Si aquello pasó hace mucho.... ¿Por qué ahora, después de tantos años?». Él mismo reconoce que «la Muerte venía a por mí, solo que yo no la encontré nada distinguida. Anacrónica, más bien».

Casi dos años después de aquel suceso que lo dejó al borde de la muerte, Salman Rushdie, desprovisto de rabia, pero lleno de lucidez, revive esos instantes de angustia y repasa la nómina de preguntas que le suscitó ese intento de asesinato en «Cuchillo» (Random House). Un gran libro de corte testimonial que sigue la estela memorialista de otros supervivientes de atentados terroristas, como «El colgajo» (Anagrama), de Phillippe Lançon, que vivió en primera persona el ataque a la revista «Charlie Hebdo» el 7 de enero de 2015; «La levedad» (Impedimenta), un cómic de Catherine Meurisse, una dibujante de esa misma revista francesa que se salvó porque llegó unos minutos más tarde a la redacción; «V13», donde Emmanuelle Carrère, a través de sus crónicas del juicio contra los responsables de los atentados yihadistas de París del viernes 13 de noviembre de 2015, recogía el testimonio de los que habían salido vivos y de las consecuencias que les había dejado esa experiencia, y «Paz, amor y death metal» (Tusquets), de Ramón González, que cuenta su vivencia en primera persona en la sala Bataclan de París.

Preguntas para un ataque fundamentalista

Rushdie, que ha logrado un libro de una sincera honestidad y que muestra, no solo como testigo, sino como objetivo, qué es un ataque islamista, inicia su libro con una cita de Samuel Beckett: «Somos otros, ya no lo que éramos antes de la desgracia de ayer». Una frase que anticipa una de las reflexiones que se plantea el autor después de haberse sobrepuesto a un acto de esta envergadura y peso: hasta qué punto seguimos siendo los mismos. La narración, que atrapa al lector desde la primera línea, recorre el mundo de dolor y de dudas que deja un ataque de estas características y simbolismo.

No da cuenta solo de las consecuencias físicas, las visiones que le producen los opiáceos para mitigar el dolor y la lenta recuperación de su cuerpo, sino que también recorre cada una de las áreas emocionales afectadas por un suceso de este alcance. De manera especial, incide en una serie de cuestiones de relieve y que dejan entrever las heridas psicológicas y morales de un acto como ese: ¿Por qué no se defendió? ¿Por qué no hizo nada? ¿Se sobrevive o no se sobrevive después de esto? ¿Hay que creer o no en Dios y el más allá? ¿En qué lo ha cambiado? ¿Cómo repercute algo así en los principios y valores? ¿Cómo influye en la visión que se tiene del ser humano?

Él mismo intenta dar respuesta a algunas de estas interrogantes: «¿Por qué no luché? ¿Por qué no hui? Me quedé quieto como una piñata y dejé que él me destrozara. ¿Tan flojo soy que no pude hacer ni el menor intento de defenderme? ¿tan grande era mi fatalismo que estaba dispuesto a entregarme sin más a mi asesino?». En las páginas intenta aportar una contestación a la altura de esas interrogantes, aduce excusas y argumentos que le procuran amigos, pero en un párrafo admite: «No sé muy bien qué pensar ni qué contestar. Hay días que siento engorro, por no decir vergüenza, ante mi nula reacción, mi nulo intento de defenderme». Unas líneas que recuerdan a las zozobras, dudas y tensiones internas que han padecido otras personas que han pasado por situaciones traumáticas, como los supervivientes del Holocausto, que han vivido con titubeos semejantes.

El escritor narra la dura recuperación que debió afrontar para devolver la movilidad a su mano herida, lo que supone perder la vista de un ojo y lo que implica, después de este doloroso proceso, volver a enfrentarse al espejo cuando un cuchillo te ha rajado la garganta y tajado la mejilla derecha. Un punto crucial donde Rushdie recapacita sobre qué queda de él en ese reflejo y dónde ha ido la persona que antes habitaba en ese rostro. Una reflexión a la que suma otra meditación: la distancia que existe entre la rehabilitación del cuerpo y la del espíritu.

Armas, religión y literatura

Durante todos estos años, Salman Rushdie ha intentado desligarse de la fetua y que fuera percibido solo por el valor literario de sus obras, pero en el libro reconoce que, cuando parecía que lo había conseguido, este ataque le ha devuelto a una realidad que se negaba a admitir. Después de haberse salvado, según los médicos que lo atendieron, de puro milagro y porque su agresor ignoraba dónde debía asestar las cuchilladas para matar a una persona, comenta que su verdadera victoria ha sido vivir.

El novelista menciona a otros que no corrieron la misma suerte que él. Un recuerdo que le permite adentrarse en una reflexión sobre el papel de la religión. «Cuando la religión se politiza, por no decir que se arma, entonces eso incumbe a todo el mundo debido a su capacidad para hacer daño». A partir de aquí critica la fanatización de las religiones y hace hincapié en un factor: «La armamentización del islam en todo el mundo ha conducido directamente a los reinos del terror de talibanes y ayatolás, a la opresiva sociedad de Arabia Saudí, al atentado con cuchillo contra Naguib Mahfuz, a los ataques contra la libertad de pensamiento y a la represión de la mujer en muchos estados islámicos». Remata este discurso con una frase rotunda - «Yo ya tengo mi sentido ético, muchas gracias. Dios no nos legó la moralidad. Fuimos nosotros quienes creamos a Dios para que encarnara nuestros instintos morales»-, antes de advertir contra uno de los peligros que existen hoy en día: «Cuando los creyentes creen que lo que creen debe ser impuesto a los no creyentes».

Rushdie revela que su atacante -al que llama «A.» a lo largo de todo el texto, negándole el nombre, porque, quizá, lo peor que se le puede hacer a una persona es negarle el nombre, regateárselo a la historia- deambulaba desde hacía un par de días antes por el mismo recinto donde él se encontraba antes de que lo apuñalara (solo la casualidad evitó que se cruzaran antes). Por lo visto, su agresor se había colado con un nombre falso - formado por otros reales de conocidos extremistas chiíes- y, como delataría después, se le ocurrió atacar al escritor varios meses antes, cuando vio que participaría ese día con una ponencia.

Rushdie diserta sobre las motivaciones que animaban a «A.», revelando asuntos inquietantes, como que no se molestó en informarse sobre quién era la persona que había decidido matar. Según su propia confesión, apenas se molestó en leer los libros del escritor. Se conformó con ver un par de vídeos de YouTube donde salía él. Con eso tuvo suficiente. El novelista se plantea en un momento mantener una entrevista cara a cara con «A.», pero, al final, desiste. Se convence de la inutilidad de ese acto. Pero, no obstante, incluye un parlamento ficticio en el que desnuda la mentalidad islamista. La cura, al final llegaría por una vía que había descartado de antemano: la literatura. Y, también por una visita, justo un año después, al lugar donde sufrió este ataque. El resto es historia. O no. El resto es este libro: «Cuchillo».