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Se busca a Jesse James por 2,6 millones de euros

larazon

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EBay ha convertido el mundo en una almoneda. Ahora el planeta es un zoco mudéjar, un bazar al por mayor, donde se menudea con recuerdos, memorias, desechos personales y otros detritos familiares. La vida antes servía para construirse una biografía, una épica, aunque resultara minúscula, como la lúcida grisura de aquel Bartleby –hay condensaciones literarias provistas de mayor realidad que las personas que puedan inspirarlas–. Ahora la identidad no es un relato, sino una suma de instantes, el resultado de diversas inmortalizaciones tecnológicas: «selfies», «post», «tuits». El Congreso aprobaba la Ley de Divorcio en 1981 y desde entonces andamos extraviados en perpetuas separaciones. La inmediatez (que es como un tiempo verbal nuevo, como una conjugación que hubiera venido a clausurar la terna clásica de pasado, presente y futuro) ha emancipado el hoy del ayer, que es algo que ya no interesa a nadie, salvo a los políticos sin ideas. Los abuelos del siglo XX acudían al Rastro para buscar ancestros, comprar retratos de extraños para decorar la mesilla de noche y hacerlos pasar por padres, primos, tíos, sobrinos, dándoles una historia de exiliados soberbios o de emigrantes en la Alaska de la fiebre del oro. Pero a los hijos de esta centuria les disgustan los ancestros, esos señores que no sabían lo que era un «clic», y saldan los daguerrotipos del álbum familiar en subastas «online», lo que es un sofisticado modo de arrojar a la parentela a la sima del olvido y, ya de paso, sacarse unas perras. Hace un año, un fulano, un tal Justin Whiting, adquirió en eBay la fotografía de un desconocido por el montante de diez dólares. Los historiadores han resuelto que ese chico de 14 años, bien acicalado y con traje de comunión, es Jesse James antes que se convirtiera en el forajido Jesse James. La identificación ha disparado el precio de la imagen hasta los 2,6 millones y Christie's de Londres ha comenzado, nunca mejor dicho, a pujar por ella. Sólo hay que imaginar la rabia del anónimo propietario que malvendió la imagen del tatarabuelo pensando que era morralla sentimental. Sus días de salteador le dieron a Jesse James una leyenda de Robin Hood sudista que no es más bisutería barata para mentes románticas, por mucho que le cante Bruce Springsteen. Nunca robó al rico para dárselo al pobre, pero el destino, que es una fuerza veleta, de rumbo imprevisible, ha querido que esta imagen sirva para que Whiting, sin trabajo por problemas de salud, salde deudas y salga adelante. Y sin tener que robar ningún banco. Para esto ha quedado el pasado.

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