José María Marco
Si Caballé hubiera sido francesa
La tradición española resulta más sobria y severa, menos teatral, pero eso mismo humaniza estos actos e impide que el simbolismo asfixie el lado humano
La tradición española resulta más sobria y severa, menos teatral, pero eso mismo humaniza estos actos e impide que el simbolismo asfixie el lado humano.
Montserrat Caballé ha sido una de las grandes artistas de nuestros días. Tenía además una personalidad generosa, risueña, y aunaba el recuerdo del divismo (desgraciadamente) desaparecido, es decir, el carácter y la casta, con una sensatez y una sencillez sorprendente. El canto, por otro lado, es ajeno a cualquier expresión ideológica y en vez de dividir, une, en el sentido más profundo del término: siempre está ahí para señalar y acompañar la comunión.
Por si fuera poco, Montserrat Caballé, querida por todos, dentro y fuera de su país, jamás se dejó tentar por los cantos de sirena nacionalistas. Siendo catalana hasta la médula, siempre llevó por delante el nombre y la cultura de España. Pocas personas como ella se merecen por tanto una ceremonia de despedida que aúne dignidad personal y sentido del Estado. De hecho, podría ser la ocasión para poner en pie un homenaje que sirviera de modelo a futuros actos como este, dedicados a las muy raras figuras de su talla. Es posible que Montserrat Caballé hubiera optado por una despedida sencilla, pero bien planteado, un acto como este tiene un sentido relevante para todos. Hay modelos. La gran parafernalia de las ceremonias francesas, con su fondo republicano y patriótico (que fascina a muchos de los que padecen alergia a la expresión de cualquier patriotismo español), del que la ceremonia dedicada a Charles Aznavour, como la no muy lejana de Johnny Halliday, ha sido un excelente ejemplo.
La tradición española resulta más sobria y severa, menos teatral, pero eso mismo humaniza estos actos e impide que el simbolismo asfixie el lado humano. En este sentido, la presencia de los Reyes es indispensable. A alguien que ha sido capaz de suscitar tal consenso en el homenaje y el recuerdo, le corresponde el agradecimiento de quien encarna la más alta magistratura del Estado, aquella que tiene por vocación el representar a todos y que lo hace a la española, personalmente. Necesitamos actos de dimensión y significado nacional, que pongan en escena la naturaleza de nuestro país y de la comunidad política en la que vivimos y queremos seguir viviendo.
La unanimidad en el cariño hacia Montserrat Caballé demuestra hasta qué punto la sociedad española está necesitada de esta clase de actos, o de lecciones, que le pongan ante lo que ha dado de más hermoso. La gran artista aceptaría sin duda este último servicio a un país que quiso tanto.
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