Si los arévacos levantaran la cabeza...
Más de 20 siglos después del asedio romano, la situación de la ciudad celtíbera es bien distinta
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Más de 20 siglos después del asedio romano, la situación de la ciudad celtíbera es bien distinta
Poco más que las siluetas de las montañas y los quiebros del Duero –que, evidentemente, ya estaban ahí hace 2.150 años, y más– reconocerían los arévacos si volvieran a subirse al cerro de la Muela. Ni la vegetación es la misma. Allí se instalaron hace más de 20 siglos y, desde ese mismo punto, hoy se puede ver, a lo lejos, el Parador de Soria, en el alto que hasta la llegada de Roma ocupó otro pueblo vecino; a su lado, unas casas que delatan la existencia de la capital de la región. Girando el cuello casi 180 grados, uno de esos iconos de la España de la burbuja: la Ciudad del Medio Ambiente; y algo más cerca, siete hitos que rodean al cerro, uno por cada campamento que dispuso Publio Cornelio Escipión. Una carretera por aquí, casas, naves... En la cima, las rocas que legaron los romanos y que los paisanos decidieron no expoliar: «Muchas de las casas de aquí están hechas con piedras de allá arriba», cuentan los locales.
«In situ» atiende a LA RAZÓN una de las personas que mejor conoce la historia de la zona, Marian Arlegui. Entre las alternancias del sol, la lluvia y el aire, la conservadora del Museo Numantino de Soria se transporta siglos atrás y recuerda la agonía de los «héroes numantinos»: «Tenía que ser terrible cómo desde aquí se escuchaba todo lo que ocurría en los campamentos sin poder hacer nada. Según soplara el viento escucharían a unos u otros. El barritar de los elefantes y los relinchos de los caballos, las tropas al formar, los gritos, las canciones...».
Continúa el paseo por el camino marcado en el yacimiento entre calles escalonadas –construidas así para cortar las corrientes–, «pasos de cebra» romanos y antiguos aljibes que no han perdido una pizca de su eficacia y Arlegui repasa los quehaceres de los 4.000-5.000 («aunque yo no creo que fueran más de 1.500 en el momento del sitio») celtíberos que aquí se apiñaron. Una vida nada fácil –intuida en las dos recreaciones que se levantan: una casa romana y otra arévaca, además de una copia de la muralla– en una región que no se caracteriza por su clima amable. Seguramente tenga algo de culpa de ese carácter aguerrido que nos ha llegado y que les hizo resistir las hordas enemigas. «Ellos preferían morir antes que entregarse porque sabían que lo que les esperaba se debatía entre la muerte atroz y la esclavitud», explica la conservadora.
Pero ¿y si no fue todo tal y como nos lo contaron? José Luis Corral –historiador y autor de «Numancia»– reconoce que «la historia y el mito se mezclan y son difíciles de separar» y, sin quitar valor a la resistencia, apunta que «los cronistas romanos magnificaron al máximo el valor, el número, la fuerza y la potencia» de los celtíberos. A mayor nivel del rival, mayor sería la victoria.
w año de reivindicaciones
Quienes también buscan su particular triunfo son los garreños. Ellos son los más cercanos al yacimiento. Apenas un kilómetro separa el pueblo de Garray de las ruinas, lo que hay de la cima del cerro a la base de su ladera, y, por ello, su alcaldesa, María José Jiménez las Heras, dice que «todo el que vive aquí se siente numantino. Garray y Numancia van juntas». En sus reivindicaciones entra la accesibilidad del recorrido: «No es fácil explicar a alguien que si viene en silla de ruedas se tiene que dar la vuelta a mitad de éste», y, además, Arlegui suma las suyas aprovechando el aniversario: «La traducción de los cuatro tomos de la ‘‘Numancia’’ de Schulten –arqueólogo clave en la historia del emplazamiento y figura a la que se le dedica una exposición actualmente en el Museo Arqueológico Regional de Alcalá, comisariada por Enrique Baqueda– y un plan de conservación permanente».