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Stevie Nicks y la fiebre por Fleetwood Mac

Varios lanzamientos prueban la vigencia de la banda: la biografía de Stevie Nicks, un libro monográfico sobre «Rumours» y la reedición de sus discos se asoman a las curvas peligrosas de una banda rota por los sentimientos

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En el siempre entretenido juego de la decadencia del rock, 2024 dejó un dato llamativo: el álbum más vendido de lo que antes conocíamos como tal tenía 47 años. Así fue recogido en varias noticias con retintín maledicente: el álbum en cuestión era «Rumours», de Fleetwood Mac, en el puesto 34 de los 200 más vendidos que recoge cada año «Billboard». Diagnósticos sobre la mala salud del rock al margen, el dato no dejaba de tener su interés, porque apuntaba asimismo hacia una vigencia de la obra del grupo angloestadounidense bastante sorprendente. De hecho es un indicio que demuestra la fiebre revival que protagoniza el grupo si nos atenemos a distintas señales. El sello Warner reeditó ayer oficialmente sus elepés publicados entre 1975 y 1987 en sendos lujosos formatos de vinilo y de CD, mientras que en España coinciden dos publicaciones editoriales interesantes: «Gold Dust Woman. La biografía de Stevie Nicks» (Neo Sounds) y «Fleetwood Mac: Making Rumours» (Ondas del espacio) se acercan a la gloria y la desdicha de una banda que conquistó el mundo y terminó consumida en sus propios temperamentos. Todavía más: su influencia puede atisbarse en artistas como Taylor Swift, Dixie Chicks, Haim y hasta Florence & The Machine o en series como «Todos quieren a Daisy Jones», de reciente popularidad.  

Y es que, además de sus canciones, la trayectoria de la banda tiene altas dosis de melodrama. Así lo constata el periodista Stephen Davis en la semblanza sobre la menuda cantante del grupo, que servía cafés para ganarse la vida mientras su novio, Lindsey Buckingham, recibía un portazo en todas las grandes discográficas. Los temas de Buckingham Nicks, el grupo que habían formado estos dos enormes músicos con mucho por pulir, era ignorado por completo. Ambos graban de noche, gratis, en los estudios Sound City, que acaban de abrir y que alcanzará cotas de fama legendaria, pero por entonces no eran más que un almacén con una gigantesca y muy poco sexy mesa de grabación, la increíble consola Neve, una pieza de orfebrería ingenieril. Están casi desesperados cuando, por casualidad, Mick Fleetwood ve, desde el otro lado del cristal del estudio, cómo Stevie despliega sus artes de hechicera galesa de voz rota y no puede evitar preguntar por ella. Su grupo, Fleetwood Mac, era chatarra de sí mismo. Con prestigio, pero sin brillo. Se habían convertido en una trituradora de músicos que vendían siempre 350.000 discos a idéntico número de fans, como recuerda el periodista en este título que acaba de llegar a las librerías.

Para más inri, en el momento en que Fleetwood Mac y Buckingham Nicks fracasaban, no eran pocos los que triunfaban haciendo lo mismo. Crosby, Stills, Nash & Young, The Eagles, Jackson Browne y toda la escena de Laurel Canyon (que da para una historia aparte) llenaban estadios con una forma de country rock pensado para las radios, una especie de fusión entre la aspiracional California y la esencial Oklahoma. Stevie y Lindsay (curiosamente ambos parecen tener un nombre del género opuesto) luchan por sobrevivir y su relación parece insostenible: él fuma hachís y escribe canciones mientras ella atiende las mesas y cuenta las propinas. Están a punto de separarse cuando llega una propuesta: los Fleetwood Mac han perdido a su guitarrista Bob Welch y a Dave Walker, lo que se sumaba a la anterior salida de un delirante Peter Green, trastornado por el consumo de ácido. El grupo necesitaba a un guitarrista (la situación era tan dramática que contrataron a unos dobles para hacer una serie de presentaciones en EE UU y fueron descubiertos con el consiguiente escándalo) y pensaron en los dos muchachitos con pinta de pasar hambre que habían visto en Sound City. Una cena bastó para que aquel grupo de veteranos blueseros les sedujesen. Irónicamente, en el momento en que se comprometieron, su disco de debut como Buckingham Nicks se convirtió en un fenómeno en la distante Alabama y hasta encabezaron un festival allí antes de cerrar ese capítulo para siempre.

El «año mágico»

Los nuevos Fleetwood Mac empezaron en Sound City con algún choque de egos pero midiendo bien los territorios, procurando no cruzar las lindes. Todos miraban secretamente a Stevie, sus vestidos vaporosos y sus zapatillas de ballet. «No sé, colega. Nosotros somos una puta banda de blues», le dijo John McVie a Keith Olsen. «Sí, tío, pero este es el camino más corto hacia el banco», replicó el productor de «Fleetwood Mac», el álbum que acabarían publicando en el primer año con las nuevas incorporaciones. Y no se equivocaba en absoluto. Años después, Stevie Nicks recordaría aquel 1975 como «el año mágico en el que empezó siendo camarera y terminó siendo millonaria» sin saber que 1976 sería todavía más disparatado. Llevaron el disco a Warner, que estimó unas ventas de 400.000 copias. «No nos tomaban en serio», reconoce Mick Fleetwood sobre la compañía, que ignoró a los dos nuevos fichajes, ya miembros de pleno derecho de la banda. El disco superó ampliamente los tres millones de copias vendidas mientras la nueva pareja creativa tocaba fondo en lo sentimental. Giraban como locos impulsados por unos taponcitos de Heineken llenos de polvo blanco para consumo individual. Lindsey se portaba como un cretino, superado por las circunstancias del éxito y la presión, y bastante celoso de los focos que se llevaba Stevie Nicks. Recorrieron el país de punta a punta hasta la extenuación.

En 1976, los cinco integrantes de Fleetwood Mac rompieron con sus parejas. Fue el año del prodigioso «Rumours» que sigue propagando sus ecos hasta hoy. En los pormenores de esa grabación se adentra el libro de Ken Caillat, coproductor del trabajo que les hizo millonarios pero que, entre celos, alcohol, drogas y engaños (todos fueron infieles) casi se los lleva por delante. Además, por debajo de la aparente inocencia musical de esas canciones (cuatro de ellas llegaron al Top 10 y se vendieron 40 millones de copias) los tres compositores del grupo (Stevie, Chris y Lindsey) se lanzaban puñaladas en las letras. Las situaciones personales se descontrolan y Stevie Nicks rompe con Buckingham cuando éste le agrede. Nicks tuvo una aventura con Mick Fleetwood, cuyo matrimonio terminó de romperse, pero por otra mujer. Cada vez hablaban menos y esnifaban más. Compran mansiones y siguen fracasando en cualquier intento amoroso, lo que echa combustible en el tanque de hacer canciones. «Sara», de Nicks, está dedicada a Sara Recor, una de sus mejores amigas y quien finalmente se queda con Mick Fleetwood. Será una de las piezas centrales de «Tusk». Y tan disfuncional era su vida sentimental que salió un disco doble. En Warner recibieron con tristeza los cortes lastimeros de los varones –Lindsay y Mick– que ocupaban el disco frente a los apenas cuatro que aportaba su cantante. Stevie odiaba el nombre del disco («tusk» es colmillo pero también se dice de un pene grande) y comprendió, como explica Stephen Davis en su biografía, «que Fleetwood Mac seguía siendo un imperio británico pueril y falocéntrico». Su respuesta fue fundar su propio sello discográfico y una banda paralela. No era la primera vez que la ignoraban a pesar de que los mayores éxitos de «Rumours» eran sus temas, igual que en «Tusk», aunque sus ventas fueron modestas. Aquella gira y las siguientes fueron peldaños en la escalera del exceso vital y de todos los males del rock de estadios hasta que las cosas en la vida de la cantante terminaron como era de esperar: psiquiatras, ansiolíticos y hasta un fármaco antipsicótico eran la respuesta a años de adicción a la cocaína. En 1987, Mick Fleetwood estaba arruinado y Lindsay Buckingham dejó el grupo. Era el final de un cuento de hadas construido con canciones que duelen.