Teatro

Chopin-Sand: sin despedida no hay sanación

Irma Correa traza un paralelismo entre el final de la relación del compositor y la escritora y la pérdida de su padre, al que sí pudo decir “adiós”; a la francesa, por el contrario, no se lo permitieron

Jorge Bedoya y Marta Etura, metidos en la piel de Chopin y George Sand, respectivamente
Jorge Bedoya y Marta Etura, metidos en la piel de Chopin y George Sand, respectivamenteJose Alberto Puertas

No empezó bien la relación entre Frédéric Chopin y George Sand (seudónimo de Aurore Dupin) en 1836. La primera impresión del compositor sobre la escritora no fue la mejor: «Su apariencia no es agradable (...) Algo me repele»; al contrario, la cosa no fue mucho mejor: «Ese señor, ¿es una niña?». Sin embargo, solo fue el principio de una amistad que se fraguó cuando ambos eran jóvenes y vigorosos. Vivieron la pasión extrema, pero todo terminó en tragedia porque, como dice Magüi Mira –directora del montaje que celebra ahora aquel amor–, «el sexo no ordena la vida. Solo es sexo. Existen otras comunicaciones esenciales que no tienen que contaminarse de lo que ocurre en la cama». Chopin se confesaría más tarde en sus Diarios: «La he visto tres veces. Ella me miraba profundamente a los ojos, mientras yo tocaba. Era una música un poco triste; mi corazón danzaba con ella en el país remoto (...)», escribía en 1837.

La pieza que llega ahora al Teatro Español, Los nocturnos, pone en boca del propio Chopin (interpretado por Jorge Bedoya) la fuerza de la pareja: «Aullaremos hasta que nos escuchen al otro lado del océano». «Imaginen el poderío...», apunta Mira de una función que completa su elenco con Marta Etura (Sand) y que firma Irma Correa, quien comenzó a escribir la obra al día siguiente de conocer la enfermedad que terminaría con la vida de su padre. «No sabía que eran sus últimos meses; sí que estaba muy enfermo», asegura, pero la idea de la despedida ya rondaba por su cabeza: «Un trabajo de reconciliación y asunción de lo inevitable por mucho que nos aferrásemos a la mínima esperanza».

Chopin-Sand: sin despedida no hay sanación
Chopin-Sand: sin despedida no hay sanaciónJose Alberto Puertas

La autora conocía la historia final de Sand y Chopin y, desde ahí, empezó a desarrollar el texto: París, octubre de 1849, la célebre escritora francesa quería despedirse del que había sido el gran amor de su vida, un compositor polaco que vivía sus últimos instantes rodeado de familiares y amigos. No obstante, la hermana del músico no le permite hacerlo, alegando razones tras su ruptura tormentosa... «¿Qué palabras, qué gestos, hubieran compartido en esa despedida?», se pregunta Correa de la que denomina como «una de las historias más hermosas de todos los tiempos» y que ahora entremezcla con la música de los Nocturnos, «pura poesía viva», dice de esta obra «sobre el sentido de la vida». «La historia de Sand y Chopin me ayudó a exorcizar mi pánico a la despedida. Aunque cuando la escribía tampoco sabía que mi vida correría paralela a ella como un fiel espejo. Esta historia me conectó de una manera fulminante con la vida, con la muerte y con el amor. Durante todos esos meses me invadió una espantosa impotencia por no poder salvar a mi padre –prosigue–. George Sand quiso despedirse de Frédéric Chopin en su lecho de muerte, pero no la dejaron. Yo sí pude hacerlo», cuenta.

Aunque lleve la contraria a la autora, Magüi Mira defiende la «filosofía» que hay dentro de la función: «Está escrito desde las vísceras. No sé hasta qué punto es consciente Irma, pero encuentro unas reflexiones excepcionales. Pensamientos que tienen que ver con la muerte, con creer o no en Dios y otros puntos que se abren en canal». Tanto como el propio cuerpo del compositor una vez fallecido, al que abrieron las costillas para extraerle el corazón y meterlo en una urna con coñac. Por su parte, Correa replica a la directora para defender que «todo empezó con un impulso, con un terremoto interior»; y que prima «la emoción por encima de la cabeza». «Pese a que una de las pocas certezas que tenemos en la vida es que todos nos vamos, fue complicado asumir la despedida de mi padre», continúa.

Chopin-Sand: sin despedida no hay sanación
Chopin-Sand: sin despedida no hay sanaciónJose Alberto Puertas

Llegaba así a reflexionar «sobre cómo se puede querer tanto a una persona y asumir que se va –comenta la dramaturga–. Entonces, le damos valor a cosas, miradas, acontecimientos y consejos que hasta entonces no lo hacíamos. Como si esas personas reviviesen, que es muy paradójico dentro del tema de la muerte. Para bien o para mal, todo tenemos esa experiencia y yo no soy más que un ser humano con este pesar».

De esta forma, sirve la historia real de Sand y el compositor para ahondar en ese dolor, aunque, advierte Correa, «no es una biografía». Aprovechó la autora la melanomanía de su padre con Chopin para aunar sus preocupaciones con el pasado de los protagonistas de la obra. «En esos instantes finales, en los que el cerebro es el último en desconectarse, le puse los Nocturnos», confiesa.

Más allá de las despedidas, el montaje también se mete en la vida de ella, Aurore, «un personajazo», en boca de Etura: «Una de las mujeres que rompieron barreras a través de su valentía e inteligencia». «Empecé a vestirme como un hombre para poder pasar desapercibida como mujer. No quería actuar, sino vivir», se puede leer en un texto que no sigue un orden cronológico, «es más bien un caleidoscopio», puntualiza Mira antes de definir a la escritora francesa: «Es atrevida, pero también delicada e insegura».

  • Dónde: Teatro Español, Madrid. Cuándo: del 23 de junio al 17 de julio. Cuánto: desde 13,50 euros .

LUCHADORES Y LIBRES

Aurore Dupin (Sand) huyó de un matrimonio asfixiante, Chopin hizo lo propio de los rusos que invadían su Polonia natal. Excusa que sirven a Magüi Mira para hablar de «dos luchadores contra el error y el horror reincidentes de los seres humanos». Ahora, dice, «un piano en plena erupción los reúne ante nosotros para transmitirnos cada noche que la pasión y la belleza son, quizá, la única esperanza. La puesta en escena de Los nocturnos desafía los convencionalismos con la misma libertad con la que vivieron George Sand [dcha.] y Frédéric Chopin [izda.]».