Chopin y George Sand, un amor rebelde bajo el sol de Mallorca
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El amor se cuece en lo cálido, bajo el sol, aunque también bajo la brisa nocturna, con olas de mar de fondo o pájaros revoloteando entre los árboles. Esa pasión sentimental, de la que tanto se ha escrito, con la que tanto se ha fantaseado, no solo se vive en las películas, pues hubo una historia de amor romántico real, por parte de dos figuras conocidas y que se vivió en zona española. Se trata de Frédéric Chopin y George Sand, compositor y escritora que se conocieron en 1836 en París y que vivieron una historia de amor apasionante y de la que bastante se ha especulado. Si bien ciertos biógrafos vieron la de Sand como una influencia negativa para Chopin, lo cierto es que su relación se basó en imprevistos y en el cuidado, más aún cuando el compositor cayó enfermo.
Se fugaron a Mallorca un día como hoy de 1938, en busca de otros aires diferentes a los fríos de París. Y el amor (también hacia el paisaje) fue a primera vista: “El cielo es como turquesa, el mar es como esmeraldas, el aire como en el cielo”, escribió Chopin en su diario. No obstante, los problemas no se hicieron esperar, pues la vivienda donde se alojaron era bastante húmeda y fría, lo que la enfermedad de Chopin se agudizó. Comenzó a toser sangre, y se generalizó el rumor de que padecía de tisis. “Me visitaron tres médicos. El primero dijo que yo estaba muerto. El segundo, que me estaba muriendo. Y el tercero, que estaba a punto de morirme”, escribió el compositor, que finalmente falleció en París en 1749. Ante esto, los vecinos comenzaron a volverse inhospitalarios, ante la falta de salud del compositor, lo que obligó a la pareja a instalarse en un monasterio en ruinas, donde el genio compuso la mayor parte de sus 24 “Preludios”.
En pleno calvario invernal, el paraíso inicial terminó siendo una pesadilla, lo que debería haber sido una aventura romántica, terminó siendo en objeto de desilusión. Y Sand no dudó en vengarse a través de sus escritos: en su libro “Un invierno en Mallorca, 1838-1839″, no dudó en hablar de “esta estúpida, ladrona e intolerante raza”. Lo único positivo que se extrajo de dicha experiencia fue, quizá, la gran productividad que tuvo Chopin en su composición, a pesar de su estado de salud.
Finalmente, la pareja decidió volver a París, en febrero de 1839. Fueron tiempos complicados para ellos, pues Sand, tan avanzada en su tiempo por ser una reconocida escritora que, con pseudónimo masculino, fumaba cigarrillos y vestía pantalones -revolucionario en aquella época-, tuvo que asumir el papel de madre y enfermera. Se hizo cargo de su “Chip” o “Chopinsky”, como ella le llamaba cariñosamente, pero no tardó en cultivar el hartazgo: se agobió por tener que hacerse cargo de “sus tres hijos” -el compositor, junto con sus descendientes biológicos de un anterior matrimonio-, y se distanció emocionalmente de Chopin, hasta que halló a un nuevo amante.
Estuvieron juntos 8 años, pero el final no fue para nada feliz. De vivir bajo el cálido sol de Mallorca pasaron a despedirse entre las frías noches de tos y fiebre en París. La relación se fue disipando en silencio, y Sand pudo dejar escrito la última vez que se vieron: “En marzo de 1848 volví a verlo por un momento y estreché su mano temblorosa y yerta. Quise hablarle, pero se escapó. A mi vez, podía decir que él ya no me amaba”.