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“True west”: Juntos hacia el precipicio ★★★★☆

En este montaje dirigido por Montse Tixé, se respiran todas las singularidades nihilistas, simbólicas y desviadas del realismo de los autores clásicos tan características del teatro de Sam Shepard
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De: Sam Shepard. Versión: Eduardo Mendoza. Dirección: Montse Tixé. Interpretación: Tristán Ulloa, Kike Guaza, José Luis Esteban, y la colaboración especial de Jeannine Mestre. Una producción de Octubre Producciones, Tanttaka Teatroa y Bitò. Naves del Español en Matadero (Sala Fernando Arrabal). Hasta el 27 de noviembre de 2022.
La dramaturgia de Sam Shepard atrapa y desconcierta a la vez como lo hacen pocas; por eso resulta fascinante. Atrapa de manera indefectible por la destreza técnica en la ilación de los diálogos, de los conceptos que subyacen en ellos; sus obras se desarrollan en un toma y daca que uno quiere, necesita, seguir hasta el final. Y desconcierta por los derroteros, tan descabellados en apariencia, que toman los personajes en virtud, precisamente, de su propia lógica dialéctica y psicológica. Su escritura engancha como la de los grandes autores clásicos estadounidenses (Williams, Miller…) porque tiene el mismo sentido del desarrollo y del ritmo que tienen ellos, realimentados todos, como estaban, por la potencia de la cultura y el lenguaje cinematográficos de su país. Sin embargo, en Shepard hay una especie de nihilismo desaforado, absurdo, simbólico, que se desvía del realismo de esos autores ‘clásicos’ y le hace conectar de algún modo con las vanguardias europeas.
Y todo eso se puede apreciar a la perfección en este montaje de “True West” que dirige Montse Tixé. La obra cuenta la relación de dos hermanos a priori muy diferentes que se reencuentran en la casa de su madre: Austin es un guionista de cine con formación universitaria y buen estatus social; Lee es un borracho que sobrevive haciendo lo que sea, incluidos algunos pequeños robos. Por determinadas circunstancias, se ven abocados a trabajar juntos en un guion que ha despertado el interés de un productor.
Ya en los primeros compases de la función vemos lo bien que está reflejada la esencia de Shepard sobre el escenario: aunque no ocurra mucho, todo ‘ocurre tan bien’ que uno no puede dejar de prestar atención. Por supuesto, pronto empezarán a pasar cosas, y no pocas, muchas de ellas al margen de lo razonadamente previsible. Así, todo se encamina, en el acerado combate de los personajes, tan sólidos y frágiles al mismo tiempo como están escritos por su autor, a un pesimista desenlace que no se conforma, como suele ser habitual en este tipo de obras, con intercambiar al ganador con el perdedor, sino que descubre a ambos como patéticos e irremediables perdedores.
En ese recorrido, hay momentos de una desopilante, etílica y negra comicidad muy bien explotados en la versión de Eduardo Mendoza y en la propia escenificación e interpretación -memorable la escena en la que se relata la peripecia del padre con su dentadura-; hay un estupendo y bien ajustado trabajo actoral de Tristán Ulloa y Kike Guaza en los papeles protagonistas; hay una vistosa y cuasirrealista concepción de la escenografía por parte de Sebastià Brosa que sirve de oportuno contrapunto al delirante comportamiento de los personajes; y hay un evocador y simpático diseño del espacio sonoro que ha hecho Orestes Gas que entronca la tragedia argumental con la épica del “western”. En definitiva, teatro con mucha miga sabiamente ablandada para que todo el mundo la digiera (que es el teatro, por otra parte, que suele hacer todo buen creador que de verdad lo es).

Lo mejor

La manera de hacer entretenido y hasta divertido. sin desvirtuarlo, un tema de fondo que no es precisamente agradable.

Lo peor

El subrayado del vestuario y la caracterización mengua un poco la entidad de los personajes.