Arlecchino, o el hombre que vino en el «Aquarius»
Es la obra de las obras en la Italia contemporánea. Una pieza que imaginó Goldoni y que Strehler elevó a los cielos de la eternidad. Pero eso fue en 1745 y 1947, respectivamente. Ahora llega a Madrid, una ciudad que no visitaba desde el 98, bajo una expectación máxima.
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Es la obra de las obras en la Italia contemporánea. Una pieza que imaginó Goldoni y que Strehler elevó a los cielos de la eternidad. Pero eso fue en 1745 y 1947, respectivamente. Ahora llega a Madrid, una ciudad que no visitaba desde el 98, bajo una expectación máxima.
Puede que la llegada de un espectáculo que lleva haciéndose desde 1947 no tenga ninguna gracia. «Nada que no se haya visto antes», para el «cuñadismo». Pero también puede que si lleva tanto tiempo en activo sea por algún motivo de peso. Atendiendo a Helena Pimenta –directora de la CNTC–, seguro que sí: «Esto es como si vinieran los Rolling». E inmediatamente se ríe y dice que «quizá exagere». O puede que no. Quien la ha visto, no tiene dudas, y la venta de entradas no puede ser mejor: «Sold out». La última vez que vimos por Madrid al sujeto en cuestión, el «Arlecchino» del Piccolo de Milán, fue allá por 1998. Cosas del siglo pasado. Entonces, estuvo en el Teatro Español; hoy ha cruzado de acera para ocupar la sede de la Compañía Nacional de la calle Príncipe, la Comedia. Un camino de apenas 50 metros que ha necesitado casi 20 años para completarse.
Aplausos sin orquesta
Quien en esas fechas fue Pantalone, Giorgio Bongiovanni, lo sigue siendo todavía y no ha olvidado la cita. Recuerda el actor con cariño «al público calurosísimo que aplaudió tanto que no oíamos a la orquesta». Echa la vista atrás «con el estupor de ver los años que han pasado y que aquí seguimos». A su lado tuvo a Ferrucio Soleri en el papel protagonista, un mito recién retirado que ha entrado en el Libro Guinness por sus 58 años como Arlecchino. El testigo lo toma ahora un Enrico Bonavera que desde 2000 viene alternando este personaje con el de Brighella: «Me emociona pensarlo porque desde hace mucho tiempo siento algo importante al ponerme esa máscara que representa a un hombre sin trabajo que se va a buscar la vida sin saber qué va a encontrar por delante», explica Bonavera después de escuchar el símil del actual responsable del montaje, Stefano de Luca, con el «Aquarius» que hace cinco días amarraba en Valencia: «Es un inmigrante de Bérgamo que llega a Venecia, la ciudad rica, por hambre. Nos suena mucho...». Por eso, afirma el protagonista, «“Arlecchino, servitore di due padroni” vuelve a España en el momento adecuado. Cuenta esa parte del ser humano que, ante las dificultades más grandes, es capaz de afrontar los problemas y superarlos, los que vienen de fuera y los que crea él mismo».
Obra de Carlo Goldoni (1707-1793), fue Giorgio Strehler (1921-1997) quien le dio grandeza a este «servidor de dos señores» –como reza el subtítulo de la pieza– con su versión de 1947. «Goldoni era considerado un autor menor, sin profundidad, hasta que Strehler comenzó a darle valor y sacar la universalidad de sus obras. Del idioma véneto en el que se escribió, lo particular, a lo global», presenta De Luca. La trama, la del personaje arquetípico de la «Commedia dell’Arte»: un hombre, caracterizado con un traje multicolor y su inconfundible máscara negra, sin recursos que para sobrevivir se emplea como criado a dos patrones y su vida se caracteriza por estar llena de enredos y equívocos para no ser descubierto en su doble oficio.
En palabras del propio Strehler, «Goldoni ha constituido una comedia extraordinaria porque transfigura la realidad en una medida poética de carácter inimitable, en un lírico escalofrío de amor. Entonces, lo que una vez parecía juego, música y diversión se convierte en una medida de estilo, un testimonio de tiempo y costumbre –continuaba–, la búsqueda y el descubrimiento de una humanidad que vive sus dramas junto con la sonrisa y la ternura, en una alternancia de luces y sombras, palabras y silencio que sorprende a los que piensan en un Goldoni encerrado en su cliché del cómic y el ridículo a toda costa». Son las palabras del que todavía se considera el director del montaje lo que se entiende como el éxito para que una obra supere los 60 años de aplausos.
Hambre de teatro
Por su parte, Sergio Escobar –director del Piccolo Teatro di Milano– apunta que «sus protagonistas, a través del tiempo y la memoria, viven todavía la misma inquietud, la misma dedicación, el mismo hambre de teatro que une a generaciones de actores y espectadores en una memoria que no crea retazos aislados de recuerdos, sino que aúna emociones», cierra. Mientras que De Luca centra la clave en «la conexión con el público, lo más importante». Para lo que Arlecchino baja de las tablas para interpelar al patio y comentar una escena en la que todo pasa como si fuera improvisado. A su vez, el director apunta que los espectadores no se fijen en los subtítulos, «miren el espectáculo porque se ofrece una relación humana que existe más allá de la lengua». «De hecho, en 1998 vinimos sin ellos y la gente no se resintió», completa Bongiovanni. Pero es Strehler, como no, quien conoce la clave: «Este eterno “Arlecchino” tiene el signo de la vida que pasa y se renueva. Es sangre que palpita y fluye por las venas del teatro. Siempre igual, siempre distinto».