Blanca Portillo: "Sin experiencias, sin vida, poco se puede contar"
La actriz madrileña recogió ayer, en Almagro, el Premio Corral de Comedias a toda su trayectoria
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Si en la tarde-noche de ayer Blanca Portillo (Madrid, 1963) subía a las tablas más emblemáticas de Almagro para recoger el Premio Corral de Comedias es, en buena parte, por culpa de él, del «maestro de la generación de después de la Transición» –como lo definió Paco Sanguino en su día–, de José Estruch, «Pepe» para los más cercanos. Pepe también, por supuesto, para su alumna aventajada, la Portillo: «Fue quien me abrió la puerta a los clásicos y quien hizo que me enamorara de esto». Era el empujón que necesitaba aquella estudiante de la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid para echar a andar e ir devorando textos, interpretaciones y direcciones: Cuento de invierno, Las bizarrías de Belisa, Shakespeare a pedazos, No hay burlas con el amor, La hija del aire, Hamlet, La vida es sueño, Don Juan Tenorio...
No son pocas las obras (ya sean contemporáneas o con más solera, como las citadas) que la actriz lleva en su mochila, pero asegura que no vive mirando atrás, «siempre adelante». Ese mundo de ensoñación y de cambio de identidades de los intérpretes ha llevado a la protagonista del arranque del Festival de Almagro a casi «perder la conciencia» del pasado. Sin darse cuenta, «de repente», dice, «ves que llevas cuarenta años en esto y no sé si merezco tal reconocimiento, o si esa carrera es merecedora de ello». Por si acaso, esta madrileña que acaba de cumplir los sesenta años avisa de que el reconocimiento no significa un freno en su trayectoria, ni mucho menos. «No penséis que esto se acaba aquí, no. Tengo una edad maravillosa, sensacional para darme cuenta de que el recorrido ha merecido la pena».
Entre los otros proyectos audiovisuales que va entrelazando, su siguiente paso encima de los escenarios ya tiene fecha y lugar de estreno, el 29 de septiembre en el María Guerrero (continuará gira en el Teatro Nacional de Cataluña); un trabajo de «mucha responsabilidad», suspira. Con su participación en la serie de RTVE Ley del mar finalizado –sobre el rescate de 51 inmigrantes en el Mediterráneo por una embarcación pesquera en 2006–, y una vez superada la fiesta almagreña, Portillo ya tiene la vista puesta en la versión escénica de La madre de Frankestein, clásico de nuestros tiempos. Una «novela magnífica», sostiene, de su «amiga» Almudena Grandes ante la que siente algo de «miedo»: «Haré todo lo que esté en mi mano», ríe.
Esa será por entonces la gran apertura del Centro Dramático Nacional, y en el medio de los focos estará una Blanca Portillo que defiende que «una carrera se define por aquello que no has hecho»; ella, de momento, asegura que no se arrepiente de haber dicho que «no» a ningún papel, pero a su vez, es consciente del «lujo» que eso supone dentro de su profesión: «Le doy muchas vueltas a lo que acepto, me lo pienso, y más últimamente. He tenido temporadas en las que he hecho muchas cosas a la vez, pero eso supone un desgaste físico y emocional muy grande». Y, ahora, a los 60, prioriza la vida, «tener tiempo para mí, que muchas veces se nos olvida. Un actor sin experiencias, sin vida, poco puede contar. Yo tengo la suerte de que nunca he ido empujando, he esperado a que las cosas aparecieran. Me dejo llevar por el olfato».
Un olfato que ha gustado a la nueva dirección del festival, Irene Pardo, quien se deshace en elogios hacia una artista que pone en un «pedestal» y que «lo es todo. Es el compromiso de una actriz y una directora con el teatro».
Por su parte, esa mujer que tantos escenarios ha pisado y que ha hecho burradas teatrales como aquel Segismundo de La vida es sueño se confiesa «pequeñita» en Almagro, la ciudad que ha visitado decenas de ocasiones «por ocio y por trabajo», de pronto, rendida a sus pies. La actriz y directora no se lo pensó, juró y perjuró que, una vez más había viajado hasta La Mancha para disfrutar: «Esta noche quiero pasármelo bien, quiero quitarme la angustia que tengo». Para ella, Almagro «siempre es sinónimo de placer, no banal, sino de placer de un lugar donde te sientes feliz, donde te sientes parte de algo. El festival genera una energía en esta ciudad que se te contagia, parece que todos somos amigos».