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Ópera

Crítica de 'Adriana Lecouvreur': El triunfo de la corrección

Francesco Cilea, al que tantos musicólogos miran con displicencia, vuelve a cobrar vida cada vez que una buena soprano decide morir oliendo violetas

Maria Agresta se mete en la piel de Adriana Lecouvreur
Maria Agresta se mete en la piel de Adriana LecouvreurABAO

“Adriana de Lecouvreur”, de Francesco Cilea. Intérpretes: María Agresta, Silvia Tro Santafé, Jorge de León, Carlos Álvarez, Olga Revuelta, Anna Gomà, José Manuel Díaz, Josu Cabrero, Martín Barcelona. Coro de Ópera de Bilbao. Orquesta Sinfónica de Bilbao. Dirección escénica: Mario Pontiglia. Dirección musical: Marco Armiliato. Producción: Abao y Teatro Lirico di Cagliari. Palacio Euskalduna, Bilbao. 22-XI-2025.

Hay óperas que resisten el tiempo más por oficio que por ingenio. "Adriana Lecouvreur" es una de ellas. Francesco Cilea, al que tantos musicólogos miran con displicencia, vuelve a cobrar vida cada vez que una buena soprano decide morir oliendo violetas. No será un revolucionario, pero sí un orfebre del teatro musical. Y cuando la ABAO recupera su obra con un reparto de este calibre -Agresta, De León, Álvarez, Tro- bajo la batuta de Marco Armiliato y la puesta en escena de Mario Pontigia, dignifica a Cilea.

Su partitura no busca logros sinfónicos monumentales. Es un verismo de cámara, tejido con melodías atractivas y mucho sentimentalismo. Marco Armiliato lo sabe y por eso dirige como lo harían los viejos maestros concertadores: respirando con las voces, subiendo la orquesta cuando debe y retirándose a tiempo para que la palabra cante. La Orquesta Sinfónica de Bilbao respondió con flexibilidad, mostrando uno de sus mejores momentos. Hubo algunos de trazo grueso -algún tutti que anuló la voz o clímax más ruidoso que intenso-, pero el italiano domina el estilo.

En lo escénico, Mario Pontiggia optó por lo prudente: prácticamente la literalidad del libreto y procurando no atosigar con la escena o sus decorados. En tiempos de registas que sitúan el barroco en naves espaciales o sótanos industriales, su clasicismo se agradece. La historia se entiende, los cantantes se mueven, el teatro dentro del teatro está ahí. Pontiggia firma un espectáculo pulcro y elegante, con un cuidado y eficaz manejo actoral.

Y en el centro, María Agresta. Su Adriana mostró contención y estilo, yendo de menos a más. Voz timbrada, centro carnoso, agudos bien sostenidos y una musicalidad que evita el histrionismo fácil. Con un timbre algo más oscuro una Adriana redonda. Agresta representó a una actriz que se desmorona sin perder la dignidad desde su Io son l’umile ancella, dicha conociendo lo que es la modestia fingida pero un punto a falta de ese un soffio è la mia voce que figura en su texto, pasando por el tenso monólogo de Fedra hasta un emotivo Poveri fiori . Su muerte -entre susurros, casi sin levantar la voz- recordó que la emoción no necesita volumen sino autenticidad.

Jorge de León, por su parte, impone presencia, tesitura y decibelios. Su Maurizio brilla con ese squillo heroico que el público adora. Debutaba -se notó particularmente en el aria inicial La dolcissima effigieque- en un personaje que pide más color, menos músculo. Cuando el tenor canario frasea, matiza y logra apianar, el papel adquiere profundidad; cuando se entrega al brillo, la nobleza se confunde con los decibelios. En cualquier caso, es un lujo escuchar un instrumento de semejante potencia y proyección y ya irá perfeccionando el personaje. Brilló en L’anima ho stanca y el dúo final de ambos fue el momento culminante de la noche.

Y luego está Carlos Álvarez. Su Michonnet concentra lo que “Adriana Lecouvreur” tiene de verdadero: humanidad, ternura, discreción. Con apenas dos gestos y una media sonrisa, el barítono malagueño dibuja la soledad de un hombre que ama en silencio. Su canto sul fiato, la articulación cristalina y el fraseo flexible recordaron lo que significa cantar “a la italiana”: servir al texto con belleza y emoción, sin que se note el esfuerzo. Cuando Álvarez observa desde bambalinas a la actriz que ama, uno comprende de golpe qué es eso de teatro dentro del teatro. Pontiglia y él lograron un modélico Michonnet escénico.

A la Princesa de Bouillon de Silvia Tro Santafé le faltó algo de nobleza para no caer en el cliché de la villana desatada. Mostró su clase, graves y agudos, pero su Acerba voluttà vino a evidenciar que una cosa es sobresalir en el belcantismo y otra en el verismo. Cumplió el resto del reparto.

En suma, una “Adriana Lecouvreur” de notable alto: musicalmente sólida, y escénicamente bien resuelta. No hubo riesgo ni hallazgos, pero sí un respeto tangible por la partitura y una elegancia que, en tiempos de provocación vacía, casi se convierte en rebeldía. El público, obviamente, aplaudió con entusiasmo.

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