«Democracia»: El espía que me amó
Autor: Michael Frayn. Director: Alexei Borodin. Intérpretes: Petr Krasilov, Ilya Isaev, Andrei Bazhin, Alexei Maslov... Teatro Valle-Inclán. Madrid. Hasta mañana.
Desembarca en Madrid el Teatro RAMT de Moscú para subir a las tablas del Valle-Inclán, solo hasta el domingo, una obra del gran autor británico Michael Frayn que aborda los vínculos del canciller alemán Willy Brandt con sus compañeros del Partido Socialdemócrata y con su ayudante Günter Guillaume, que resultó ser un espía al servicio de la Alemania del Este. Frayn, que realizó un exhaustivo trabajo de documentación para escribir este texto, consigue clarificar de manera elegante, distanciada y profunda todo ese complejo entramado de relaciones de poder que pudo mantener Brandt durante aquellos años y, al mismo tiempo, logra humanizar al político para convertirlo en un potentísimo y fascinante personaje teatral repleto de claroscuros. Pero, además, el autor dota de esa misma riqueza y vigor dramáticos al igualmente contradictorio personaje de Guillaume, que cobra tanto o más protagonismo que Brandt en la función y que goza de su misma verosimilitud, sin que pueda hallarse discontinuidad entre lo que hay de real en él y lo que se le ha añadido de la ficción para completar lo que se desconoce de su verdadero mundo interior. El director Alexei Borodin aprovecha la naturaleza no realista de la estructura dramatúrgica del texto para incrementar con sobresaliente pericia el ritmo de la acción, solapando los planos espaciales continuamente y facilitando así la entrada y la salida de unos personajes –Guillaume, por ejemplo, conversa simultáneamente en el escenario con su superior del Este y con sus compañeros de Bonn– que se desplazan de manera incesante a lo largo de toda la función evidenciando el frenesí en el que están envueltos todos sus actos. Esa sensación de dinamismo se acentúa, además, con la simbólica y movible escenografía de paneles transparentes que en ocasiones funcionan como puertas giratorias. La contrapartida a esa velocidad de acción que imprime el director es que el texto, lógicamente, no se puede quedar a la zaga y eso hace que, los que no sabemos ruso, tengamos dificultades para leer tantos sobretítulos, especialmente durante la primera parte de la función, sin despistarnos de lo que se está cociendo en el escenario.