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"Espejo de víctima”: Gran teatro en pequeño formato

larazon

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Autor: Ignacio del Moral. Director: Eduardo Vasco. Intérpretes: Jesús Noguero y Eva Rufo. Teatro María Guerrero (Sala de la Princesa). Madrid. Hasta el 21 de abril.
Difícil hablar de una obra tan extraordinaria –o, mejor dicho, dos obras tan extraordinarias- en el limitado espacio que ocupa una crítica en un diario. Un texto brutal, unos actores prodigiosos y un director inteligente que se pliega a lo primero y se aprovecha de lo segundo. Eso es lo que hay en Espejo de víctima. Teatro de texto del bueno, del mejor; y, además, en pequeño formato, con los actores a un palmo de distancia. Teatro para el espectador; para que se deleite; para que siga con entusiasmo el curso de una acción que vuela y de unos argumentos que los personajes esgrimen con exquisita consistencia dramática. Teatro para sumergirse irremediablemente en él; para sentir y para pensar: para sentir como sienten los protagonistas en su sinuoso recorrido emocional; y para pensar en asuntos tan diversos como el periodismo, la cultura católica y la protestante, los recovecos del lenguaje y su manipulación, los errores y los pecados del alma humana, la posibilidad de redención, el liderazgo, la culpa, el rencor y la venganza, el terrorismo, la provocación, la libertad sin ambages, la prostitución... y hasta el método científico. De todo eso se habla, y con criterio, en esta función que consta de dos piezas breves que tienen aroma de cuentos crueles y de cuyos respectivos argumentos no hace falta siquiera dar pistas. Dos piezas en las que cabe hallar el inefable secreto de la mejor literatura dramática. Y una literatura dramática que, en manos de dos actores como Jesús Noguero y Eva Rufo, se convierte en gozosa exhibición ante el espectador de arte interpretativo y escénico. Y eso que no lo tienen nada fácil, porque los personajes no pueden ser más complejos y escurridizos.
Lamentablemente, y a pesar de todo lo dicho, uno tiene la sensación de que la propuesta pasará más inadvertida de lo que merece. Pero, en estos tiempos en los que tanto nos gusta mirar con indisimulado esnobismo todo lo que tenga nombre extranjero o venga con su pretencioso marbete de “vanguardia”, no puede ser más gratificante sentarse en una butaca y, simplemente, disfrutar. Disfrutar sin prejuicios; disfrutar como espectador en la simple contemplación de la obra. Ahí reside la única verdad del arte.
Lo mejor: El personaje femenino de la segunda pieza está a la altura del mejor clásico.
Lo peor: Que una función así no tenga ya asegurada una larga vida.

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