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Fígaro cede el testigo

Lluís Homar regresa al Teatro de la Comedia con «Las bodas de Fígaro» después de protagonizar el texto de Caron de Beaumarchais en 1994, aunque esta vez lo hace desde la dirección.

Mónica López, única actriz que repite del montaje de los años 90, junto a Marcel Borràs, metido en la piel del protagonista de la obra de Beaumarchais
Mónica López, única actriz que repite del montaje de los años 90, junto a Marcel Borràs, metido en la piel del protagonista de la obra de Beaumarchaislarazon

Lluís Homar regresa al Teatro de la Comedia con «Las bodas de Fígaro» después de protagonizar el texto de Caron de Beaumarchais en 1994, aunque esta vez lo hace desde la dirección.

«Esta obra no se representará nunca», dijo un Luis XVI que, por su propio bien, no tuvo que ganarse la vida con las predicciones. Aunque su frase, más que ser la de un pitoniso, era la de un rey con miedo. «Las bodas de Fígaro» que proponía Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais (1732-1799) en los años previos a la Revolución francesa era demasiado osada. Le sacaba los colores: un criado rebelado contra su patrón y fiel creyente de su superioridad intelectual frente a su maestro no interesaba como historia a los de arriba. Además, la imagen que se daba de ellos rozaba la lujuria y la depravación; y, para sumar, su estreno en París provocó un alboroto que terminó con tres personas muertas tras ser pisoteadas por las masas.

Una pieza que inspiró a Mozart, que bebió del ambiente de las calles para levantar ampollas y que, por ello, tuvo que soportar la prohibición. Aun así, su repercusión la aupó al salón de la fama del teatro francés y su lucha contra los privilegios de la nobleza fue suficiente para considerarla como uno de los símbolos previos al estallido de 1789.

Es por su peso en la historia –«se podría haber escrito hoy mismo», dice Lluís Homar (Barcelona, 1957)– y su significado por lo que el Lliure de Barcelona la escogió como emblema para celebrar su 40º aniversario a final de 2016. Y es que, más allá de su importancia a finales del XVIII, «Las bodas de Fígaro» sacó al Lliure de Cataluña, abriéndolo al castellano. Cuatro temporadas de gira por la Península –incluida la representación «¡en catalán sin subtítulos!» durante la Expo de Sevilla–.

Ya en 1989 era Homar, convertido en Fígaro, quien encabezaba el reparto. Fue su primer contacto con la pieza que había levantado Fabià Puigserver. «Pensaba que no era el hombre idóneo», recuerda el actor. Sin embargo, todavía le quedaban dos etapas más por delante. La siguiente, a la muerte del director en 1991, cuando fue él quien, junto a Anna Lizaran, se encargó de la reposición. Y, por último, la que monta desde hoy en la Comedia (en coproducción con la Compañía Nacional de Teatro Clásico): sus «Bodas». «No hemos querido sustituir a Fabià. Para nosotros es un homenaje a él y a lo que hizo. Retomamos su espectáculo en puntos como la escenografía y el vestuario para comenzar desde cero. Hemos hecho nuestras propias rectificaciones y cuestionado todo. Por eso creo que éstas son nuestras ‘‘Bodas de Fígaro’’», explica Homar, convertido ya en el director del montaje.

Pero esta vez no le toca subir al escenario. La empresa del personaje principal queda para Marcel Borràs, a quien cede el testigo: «Tiene que hacer su Fígaro, por lo que no he querido más que traspasarle lo que consideraba útil. Pero la construcción es suya», comentó Homar durante la presentación en Madrid ayer. «Es un personaje inabarcable, no te lo acabas y hace que siempre puedas llegar más lejos como actor», explica el nuevo Fígaro.

Una risa mortal

Una figura que Beaumarchais rescató de «El barbero de Sevilla» junto a otras tantas: el Conde de Almaviva –Joan Carreras– y su esposa Rosina, ahora llamada Condesa –Mónica López–, y, en un papel más secundario, Bartolo –Manel Barceló–. Más las propias de la pieza para sumar trece actores en el reparto, del que el director comenta: «Todos los personajes retratan de una manera clara y diáfana lo que es el alma humana. Su autor supo dibujar al ser humano a la perfección en cada uno de los nombres que pone en escena».

Porque «Las bodas de Fígaro» no sólo enciende la llama contra la nobleza denunciando sus privilegios; también reúne los valores revolucionarios de «Libertad, igualdad y fraternidad» y, además, da mucho protagonismo a la mujer y al triunfo de ésta. Como es el caso de la Condesa de Almaviva, que termina dándose cuenta de su situación: con el marido beneficiándose a unas y a otras, decide dar un paso adelante y tomar las riendas de la relación: «Cuando nos oprimen la culpa es del que oprime, pero también está la responsabilidad del oprimido».

Una «obra del teatro universal», en palabras de Homar, que, a través de un lenguaje «elevado y preciso», se apoya en el divertimento para hacer llegar su mensaje. Tal es el punto que, según la leyenda cuenta, la muerte del padre de Beaumarchais vino tras un ataque de risa al leer la obra... «Porque la comedia no es un género menor», interrumpe Helena Pimenta, directora de la casa que marca el fin del periplo de «Las bodas de Fígaro» de Lluís Homar.