Crítica de teatro

"La fortaleza": Dos autoficciones al precio de una ★★★★☆

Lucía Carballal, a modo de moderna Lindabridis, emprende un viaje por el recuerdo y el intelecto para identificar la herencia de su difunto padre

Mamen Camacho, en la imagen, comparte escena con Natalia Huarte y Eva Rufo
Mamen Camacho, en la imagen, comparte escena con Natalia Huarte y Eva RufoSergio Parra

Autora y directora: Lucía Carballal. Intérpretes: Eva Rufo, Mamen Camacho y Natalia Huarte. Teatro de la Comedia (Sala Tirso de Molina), Madrid. Hasta el 3 de marzo.

En la obra de Calderón de la Barca El castillo de Lindabridis, programada por la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) en la sala principal del Teatro de la Comedia, una princesa viaja por el mundo en un castillo volador buscando un marido que venza en un torneo a su hermano el príncipe y que le permita así, de acuerdo a la voluntad de su difunto padre, heredar el reino.

En La fortaleza, la obra de nueva creación que la CNTC ha montado en la sala pequeña del mismo teatro para que “dialogue” desde el presente con la de Calderón, su autora, Lucía Carballal, a modo de moderna Lindabridis, emprende un viaje por el recuerdo y el intelecto para identificar la herencia de su difunto padre y hacerse igualmente con ella. En su periplo, la dramaturga y directora reflexiona sobre cuál es en verdad la naturaleza de esa herencia y sobre cuál es el papel que ha desempeñado en su vida un padre que, después de su divorcio, vivió en una ciudad distinta a la de su hija y estuvo bastante ausente durante la crianza de esta.

A partir de esta relación del personaje en el presente con su progenitor, es decir, con la fuente de la que ha brotado, se establece por analogía en la obra otra relación más genérica entre el creador de teatro hoy y la fuente de la que, en último término, brota inexorablemente su arte, aunque él pueda no ser consciente siquiera de ello, y que no es otra que los clásicos.

Así se construye dramatúrgicamente esta función que, dentro de ese ciclo llamado “Diálogos contemporáneos” que puso en marcha el actual equipo de la CNTC, es probablemente la que más y mejor dialoga con la obra –en este caso, Lindabridis– de la que parte.

Para encauzar la relación personal de la autora con su padre en esa otra relación más amplia del artista con el legado clásico, Carballal ha tenido la brillante idea de contar con tres grandes actrices que, precisamente, se formaron y se desarrollaron en la profesión al amparo de la CNTC en tres etapas distintas. Ellas son Eva Rufo, Mamen Camacho y Natalia Huarte. Haciendo un excelente trabajo en el que se funden la habilidad técnica que les otorga su dilatada trayectoria con el verso y la flexibilidad interpretativa más propia del teatro contemporáneo, las tres asumen en sucesivos momentos el "yo" de Carballal y superponen en él su propia experiencia real como actrices que se tuvieron que enfrentar desde muy jóvenes con un patrimonio clásico al que tuvieron que dar sentido y que, seguramente, despertaría en ellas sentimientos contradictorios de amor y odio, de plenitud y desencanto, de gozo y hastío.

El difícil ensamblaje de estas dos autoficciones –la de la autora y la de las actrices– se materializa en la dramaturgia formando un todo perfectamente armónico y sin fisuras, y funciona de maravilla, además, sobre el escenario: la energía, el tono y los ritmos varían con intencionada brusquedad o sutileza, según convenga, para no dejar de sorprender y cautivar al espectador hasta el final.

Cierto es que todas las autoficciones son tanto más interesantes cuanto más logran desprenderse del prefijo "auto-" y se convierten en "ficciones" sin más, con ideas, situaciones y símbolos genéricos que puedan interpelar a cualquiera. Por eso aquí resulta más reveladora la de las actrices y el teatro clásico –ya que propone reflexiones más generales– que la de la autora y su padre, que tiene más dificultades para trascender en todo momento, aunque sí lo logra la mayoría del tiempo, su carcelaria particularidad. En cualquier caso, ambas están abordadas con idéntica honestidad y, algo que se agradece mucho en este género, con acertado distanciamiento, con agudo sentido del humor e, incluso, con audaz sentido de la autoparodia.

Cabe destacar, por otra parte, el sencillo y elocuente diseño escenográfico de Pablo Chaves, en el cual coexisten una mesa de trabajo –espacio de la autora– y una edificación deshecha en cascotes –espacio del patrimonio y de la herencia–, que aquí cobra un doble sentido si tenemos en cuenta que el padre de Carballal era arquitecto.

  • Lo mejor: La posibilidad de ver a tres grandes actrices haciendo un trabajo exigente y variado con un texto muy perspicaz.
  • Lo peor: La idea de la arquitectura, presente en el título, en la profesión del padre y en el castillo volador de Lindabridis, no está tan bien conectada como otras en la dramaturgia.